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Sabemos lo que pasó, pero más que nunca no tenemos la menor idea de lo que va a suceder tras la victoria de Donald Trump.

Sabemos que aunque el 63% de los votantes creía que no estaban calificado, 1 de cada 5 de ellos igual votaron por él o contra Clinton.

Porque, lo sabemos, que mientras surgió un fuerte voto rural y voto de clase obrera blanca a favor de Trump, no se revivió al mismo nivel la coalición demográfica multiétnica que llevó a Obama a la victoria: latinos, mujeres y afroamericanos no replicar con Hillary el apoyo de 2008 o 2012.

Pero lo que no podemos predecir ni imaginar es cómo va a ejercer la Presidencia. ¿Hará las paces con los republicanos? ¿Llevará a la práctica ese discurso de campaña xenófobo y misógino?

Imposible predecir a quien ha reescrito las reglas de las política norteamericana rompiendo cada una de ellas. Imposible saber si construirá el muro con México, impedirá el ingreso de musulmanes “de países sospechosos” o desechará tratados comerciales.

Pero ahora, a diferencia de lo que ocurre normalmente, muchísimos en EEUU y el mundo esperan que no cumpla varias de sus promesas de campaña que se alzan amenazantes. 

Ya vimos que al menos de una parece haberse retractado: intentar que se encarcele a Hillary Clinton. A la misma que llamó desagradable, ayer pidió agradecer el servicio que ha hecho a su país.

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