Ante la constante información falsa que se genera cada vez que Donald Trump da una conferencia de prensa en el contexto de la pandemia por el COVID-19, el conductor de Última Mirada analiza el debate dentro del periodismo: ¿hay que seguir televisando al cuestionado presidente estadounidense?
Estados Unidos se convirtió hace algunas horas en el país con más gente contaminada por el coronavirus en todo el mundo: cerca de 122 mil personas, y esa información con un rezago de la realidad presente de varias horas.
Lo anterior ha ocurrido a lo largo de un recorrido paradójico de la máxima autoridad del país, que pasó de considerar irrelevante el virus a anunciar medicinas que lo eliminaban (lo que fue desmentido inmediatamente por el máximo órgano de ese país en materia de medicamentos) y finalmente calificar su actuación frente al COVID-19 como excelente en un 100%, así como muchas otras informaciones que no pudieron anclarse en datos concretos (o que fueron, lisa y llanamente, desmentidas).
En todo este registro de algunos meses, el presidente Donald Trump cambió su modus operandi respecto de cómo relacionarse con la ciudadanía a través de los medios de comunicación. Es sabido que el presidente Trump no tiene ninguna simpatía por varios medios de comunicación, a los que ha caratulado, con nombre y apellido, como “enemigos del pueblo”.
En este contexto, desde que llegó a la Casa Blanca, Trump administró sus intervenciones públicas bajo un marco de mucho cálculo sobre con quién hablaba, cuándo lo hacía y, muy raramente, participaba de las conferencias de prensa diarias en el palacio de gobierno, dejando aquello a sus secretarios de prensa.
Sin embargo, con la aparición del coronavirus, todo ese andamiaje estratégicamente utilizado cambió con una velocidad enorme. Esta no es una columna sobre la comunicación pública de Donald Trump, sino de un fenómeno muy pocas veces visto y que tiene, precisamente a la comunicación pública del presidente Trump durante esta época de pandemia, convertida en una decisión editorial que podrían tomar varios medios estadounidenses.
Estamos hablando de algo inédito y que se podría plantear así: ¿deben los medios cubrir a una autoridad en vivo, si el registro contumaz de esa autoridad es que utiliza esas conferencias de prensa para canalizar, a través de quienes lo cubren, noticias falsas sobre lo que está ocurriendo?
Puesto en tono técnico comunicacional: en un caso como este, ¿se debe cubrir a la persona en el cargo, independientemente de lo que diga y los efectos que sus palabras provoquen, o se debe cubrir información pertinente a la realidad, que sea relevante y verídica, para informar adecuadamente a la ciudadanía?
Si la respuesta es: “siempre se debe cubrir lo que el presidente quiera decir en vivo, diga lo que diga”, el énfasis está en la importancia del emisor y su autoridad. Si se responde la segunda opción, el énfasis está en el receptor y su derecho a estar oportunamente bien informado.
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Pues bien, resulta que varios medios están considerando no transmitir más las conferencias de prensa en vivo que hace ahora casi a diario el presidente Trump. No por el cuestionamiento a su autoridad, sino porque muchas de ellas son vehículos para canalizar noticias falsas, algunas con riesgo para las personas, utilizando a los medios de comunicación para esto, lo que muchos consideran una desnaturalización de su misión informativa.
El crítico de medios Jay Rosen, también profesor de Periodismo en la Universidad de Nueva York, hizo ayer una columna donde simula una instrucción de un medio a sus periodistas sobre cómo debiera ser el cambio de política editorial, que dejara de cubrir al presidente como ha sido acostumbrado, hacia una nueva política que verificara primero lo dicho y entregara la información más tarde.
En suma, abandonar la cobertura en vivo, verificar los asertos del presidente y emitir la conferencia posteriormente, sin incluir información falsa.
“Un antiguo aforismo de los corresponsales de la Casa Blanca señala que cualquier cosa que diga el presidente, instantáneamente, es noticia. Hoy estamos desarmando esa relación automática y la estamos reemplazando con una manual“, dice Rosen en su ficcional instrucción a sus periodistas.
Y en esto Rosen no ha estado solo.
Varios medios han estado planteando que es una irresponsabilidad editorial transmitir en vivo lo que, frecuentemente, termina siendo falso, ya que la gente actúa siguiendo a la autoridad y se comporta según lo visto y escuchado. En varias ocasiones, el resultado no proviene solo de un hecho inexacto, sino de una forma de calificar la amenaza viral, a veces con consecuencias severas, como ocurrió apenas el presidente Trump dejó de hablar del coronavirus y lo etiquetó en sus conferencias de prensa en vivo como el “virus chino”.
Según The New York Times, después de utilizar ese concepto el presidente varias veces, “asiáticos-americanos han informado de un aumento en incidentes callejeros de abuso físico y amenazas raciales, luego que se formara la errónea percepción de que China era la causa del virus”.
La foto de más abajo fue muy elocuente para demostrar que quien quiera que redactó el discurso de Donald Trump, el 19 de marzo, el presidente cambió de opinión y en vez de respetar el texto original que decía “Corona Virus”, tachó la palabra “Corona” y escribió “Chinese” en su lugar, repitiendo varias veces la misma asociación en discursos posteriores, transmitidos en vivo.
Una de las razones de por qué este tema está siendo muy discutido no solo tiene que ver con las noticias falsas que lanza reiteradamente Donald Trump, sino también porque sus conferencias de prensa en vivo son un hit descomunal en audiencia y ratings. A la altura de los reality shows y los partidos de fútbol americano.
Basta hoy que se anuncie que el presidente Trump dará una conferencia de prensa en vivo, muchas veces lo anuncia él mismo en Twitter, para que la atracción de esa instancia congregue a millones de estadounidenses frente al televisor. Y no es lo mismo ver algo en vivo, con Trump de protagonista, que verlo más tarde editado, en términos de rating.
Así que la discusión, como lo reconocen varios editores, también comprende al área comercial de los medios, que busca capitalizar el momento de alta audiencia que genera el presidente Trump para apuntalar la programación posterior.
“El señor Trump y sus informes del coronavirus han generado una audiencia, en promedio, de 8,5 millones en las noticias del cable, casi la misma audiencia que vio la temporada final de The Bachellor“, dice The New York Times, en referencia al reality donde fuera conductor el mismo Trump, antes de ser presidente.
Ratings versus contenido es una ecuación ya clásica en los medios de comunicación de buena parte del mundo. A veces el criterio comercial es, legítimamente, lo que prima. Otras, como hemos visto en nuestro país, y en CNN Chile recientemente, el contenido ha primado ante las amenazas de retiro de avisaje.
Sin embargo, a pesar del alto rating, en varios medios se está discutiendo si cabe prestar un acceso -en vivo- a millones de personas, para escuchar cosas que van a creer, y se van a comportar según lo escuchado, porque la fuente es la máxima autoridad del país, aunque más tarde se revele que nada de aquello era verdad.
Un caso trágico al respecto fue la muerte de un hombre y la intoxicación de su esposa, en Arizona, quienes consumieron Cloroquina, una medicina utilizada para combatir la malaria, luego que el presidente Trump, en uno de sus informes diarios, promoviera su consumo contra el coronavirus.
A pesar de que la misma Federal Drug Administration, la entidad estatal que regula y dirige la política de drogas y medicamentos de Estados Unidos, desmintió al presidente Trump sólo minutos después que dijera que la Hidrocloroquina puede ser un elemento “que va a cambiar el juego” en la batalla contra el coronavirus y que ya había pedido a la FDA hacer expedito los trámites para tenerla en semanas a disposición de los ciudadanos.
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Minutos más tarde de este anuncio de Trump, el administrador de la FDA, Stephen Hahn, corrigió al presidente, y señaló que no ha habido ni va a haber ninguna autorización de la FDA para usar ese medicamento contra el coronavirus, y que sólo se está haciendo un ensayo clínico para probar qué tan seguro y eficaz es el medicamento. Y eso, dijo, tomará algún tiempo.
Varios rostros de connotados medios, entre los que se incluyen CNN, MSNBC e, incluso, periodistas y ejecutivos de Fox News, la cadena favorita de Trump, han solicitado terminar o limitar la cobertura en vivo de los despachos diarios del presidente. La decisión editorial, hasta ahora, ha sido continuar la cobertura como siempre.
Una de las figuras más señeras en la conducción de noticias en Estados Unidos es Ted Koppel. Rostro de Nightline de la cadena ABC durante 25 años, en estos últimos días ha reaparecido en varios medios planteando que las cadenas de televisión están confundiendo la profesión periodística.
“Colocar una cámara frente al presidente y, simplemente, registrar lo que él dice es tecnología. No es periodismo. El periodismo requiere edición y contexto. Reconozco que las declaraciones de un presidente son una categoría aparte. Sin embargo, dentro de esa categoría especial, el presidente Trump ha creado un compartimento propio, único. Lo que lleva a la pregunta de fondo: ¿debemos, por su estatus político, estar obligados a transmitir sus conferencias enteras, en vivo? Yo creo que no, tal como el diario The New York Times no se siente obligado a llevar a sus lectores un recuento diario, palabra por palabra, de todo lo dicho en esas conferencias por el presidente”.
Otros que han pedido lo mismo son rostros consagrados, como Rachel Maddow, que tiene un programa de entrevistas y actualidad con alto rating en la cadena de cable MSNBC. Ella fue muy dura, diciendo que si no se dejaba de transmitir en vivo, sin alcanzar a chequear la información, “el costo se puede pagar en vidas”.
Esta creciente tendencia a revisar el criterio de cobertura de los informes diarios del presidente Trump también tiene detractores, generalmente personas opuestas a las posturas políticas de conductores y medios de comunicación más liberales, medios que han sido etiquetados abiertamente por Trump como enemigos del pueblo o productores de fake news.
Generalmente, salvo Fox News, que apoya como medio decididamente al presidente de EEUU, esas voces que critican a los periodistas y conductores que llaman a dejar de difundir en directo los informes diarios del presidente Trump, operan desde plataformas digitales o medios locales de varios estados.
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Un caso emblemático es el de Newsmax, un sitio web muy influyente en círculos conservadores de Estados Unidos, que además opera un canal de cable, Newsmax TV e, incluso, una revista, Newsmax Magazine, establecida en Boca Ratón, Florida.
Uno de los más célebres conductores de Newsmax TV, John Cardillo, un ex policía de Nueva York y rostro de America Talks Live. Cuando la discusión hervía hace pocos días sobre si debían o no cubrirse las conferencias de prensa diarias de Trump, Cardillo tuiteó lo siguiente y tuvo más de 12 mil retuiteos.
“Los críticos de Trump dicen que las cadenas de TV debieran suspender sus informes diarios sobre el coronavirus. Es muy claro. Ellos necesitan generar pánico e histeria, mientras @realDonaldTrump está encontrando soluciones. Los medios de siempre no pueden tolerar eso”, dijo en Twitter.
Otra faceta de la polémica la han provisto varios académicos y profesores de Periodismo, que han postulado que registrar incluso las noticias falsas de una autoridad, si bien pueden causar un daño, dejan establecido factualmente el carácter, la personalidad y la moral de esa autoridad. Y en una democracia representativa, plantean, saber la verdad respecto de la calidad de persona que es un político es muy importante para que las personas puedan decidir si votan por él o ella, o no.
De hecho, señalan, precisamente porque esas intervenciones del presidente se han registrado y diseminado, sus rivales en la competencia electoral tienen hoy argumentos que van a utilizar en sus campañas contra el candidato Trump, para desenmascarar su tendencia a mentirle a los estadounidenses.
Un caso ejemplificador de este criterio, que desprecia y rechaza las noticias falsas de Trump, pero que usa a esa misma fuente para desacreditarlo, es el spot que el candidato demócrata, Joe Biden, acaba de sacar.
Una seguidilla de justificaciones, distorsiones graves, noticias falsas, búsqueda de culpables ajenos por parte del presidente Trump, desde el comienzo de la pandemia, a medida que aumentaban los contaminados, son ahora utilizadas contra él para desenmascarar lo que Biden califica como compulsión de Trump de faltar a la verdad desde su posición de presidente.
Así, pues, ya han habido varios episodios donde algunos medios se han retirado prematuramente y no han cubierto todo el informe diario de Trump. Por otra parte, ha habido una selección obligada, dado que la sala de corresponsales en la Casa Blanca, que alberga normalmente a cerca de 50 periodistas, a raíz de la aplicación de distancia social por el coronavirus, se ha visto reducida a cerca de 14 o 15 personas.
La polémica continúa y ha alcanzado incluso la oficina más poderosa del planeta, formando parte de las nuevas formas de enfrentar un fenómeno que, históricamente, no era tema: si cubrir o no en vivo al presidente de la República. La respuesta era: obvio, siempre.
La explosión de conexión humana a partir de las redes sociales; la transformación de la distorsión informativa clásica, más bien centrada en errores periodísticos y en mentiras de la autoridad de rango acotado y con cómplices escogidos a dedo, se pasó a una industria mundial de noticias falsas, que capitaliza los miedos, los sesgos y prejuicios que la gente ya tiene, para que no se haga necesario verificar lo que cumple con el sesgo, el miedo, la ideología del receptor, transformando en verdad instantánea todo lo que calza con lo que ya se pensaba.
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¿Que rol tienen los medios de comunicación en aquello? De hecho, buena parte de las noticias falsas, ya sabemos, en muchas ocasiones se distribuyen a través de los medios, que canalizan a fuentes públicas o privadas que entregan información inexacta o manipulada. De ahí que varios medios hayan añadido departamentos de chequeo de hechos, de verificación de noticias, para vigilar que una información no sea una píldora venenosa que dañe su reputación y afecte su misión comunicacional.
En el caso de los Estados Unidos de Trump, la discusión está arriba de la mesa y abarca incluso la televisación en vivo de los informes diarios del presidente a la nación.