La discusión comenzó con un comentado estudio de origen francés. Luego vino una controvertida columna de Hernán Felipe Errázuriz, ex canciller chileno, defendiendo el tabaco y las libertades individuales. Eso llevó el debate a un siguiente nivel: el aporte económico de las tabacaleras en el mundo para encontrar la vacuna contra el virus.
La polémica se inició con un estudio de observación del hospital parisino La Pitié-Salpêtrière. Los investigadores constaron que la incidencia de la enfermedad era menor en la población fumadora que estaba internada por COVID-19. La hipótesis desafiaba lo planteado hasta ahora. Y la respuesta estaría en que la nicotina se une junto al receptor ACE2, inhibiendo que el virus ingrese al cuerpo. Una suerte de escudo.
Si bien se trata de un estudio de observación que podría llevarse al campo clínico, la reacción de la comunidad científica y médica ha sido especialmente cautelosa con esta información. El médico broncopulmonar de la Clínica Dávila y del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, Felipe Rivera, pone una primera alerta: aclara que acá estamos hablando de nicotina y no de cigarros. “Los fumadores están muchos más expuestos al daño pulmonar, el tabaco produce una alteración de los mecanismos defensivos y esto termina favoreciendo la llegada del virus y el agravamiento de los pacientes” explica.
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El doctor también aclara que esto se trata de un estudio retrospectivo. Es decir, no hay una hipótesis previa sobre la cual luego se realiza un determinado experimento, sino que hay un análisis basado en la comparación de dos grupo de personas que estuvieron expuestos a la enfermedad.
Si bien ésta es una de las razones por las cuales se deben esperar análisis más concluyentes del tema, la discusión tomó fuerza porque este no ha sido el único lugar desde donde ha surgido la interrogante. También el Instituto Pasteur Jean-Pierre Changeaux planteó que los parches de nicotina podrían ayudar a prevenir las infecciones asociadas al virus. Y una publicación del italiano Giuseppe Lippi en el European Journal of Internal Medicine, que concluye que los fumadores no están más expuestos que otros grupos a contraer el virus.
El tema está en el impacto que este tipo de publicaciones provocan en una población ávida de respuestas y soluciones inmediatas. El gobierno francés tuvo que restringir la venta de parches de nicotina por el efecto que tuvo esta noticia en la población, que pensó que acá estaba una alternativa para protegerse contra el COVID-19.
En nuestro país también hubo reacciones. El ex canciller y consejero de Libertad y Desarrollo, Hernán Felipe Errázuriz, escribió una columna en El Mercurio titulada “El tabaco es bueno para el coronavirus”. Además de citar los estudios que hablan del posible efecto de la nicotina en el combate al COVID-19, también llevó el debate al terreno de las libertades individuales.
Precisamente, esta última es una arista que, por ejemplo, también ha estado presente en las protestas en EE.UU. contra las restricciones, sobre todo en los defensores de Donald Trump que están en contra de las cuarentenas y los cierres del comercio.
Claro, porque un tema recurrente en el combate a esta enfermedad ha estado en el sentido de la responsabilidad que significa vivir en comunidad. En cómo las decisiones individuales en un contexto de crisis sanitaria impactan en el resto. Errázuriz defiende el derecho y decisión personal de gozar de un placer asumiendo los costos que esto implica.
Pero más allá de su postura respecto al largo debate de las libertades, tuvo que salir a desmentir acusaciones sobre un supuesto vínculo con empresas tabacaleras. La alusión al lobby que esta poderosa industria podría ejercer en esta discusión nos lleva analizar otro aspecto: el millonario financiamiento y aporte de algunas empresas del sector en el combate a la pandemia.
Lo que suena como una gran paradoja puede que no sea casualidad. El pasado 1 de abril, varios medios ingleses, entre ellos The Guardian, publicaban que la British American Tobacco, compañía responsable de marcas como Lucky Strike, trabajan para desarrollar una vacuna para el COVID-19 hecha de plantas de tabaco. Y que podrían fabricar hasta tres millones de dosis por semana si es que llegaran a contar con el apoyo financiero del Gobierno del Reino Unido. La vacuna la investiga Kentucky BioProcessing, un laboratorio que ya trabajó desarrollando tratamientos contra el Ébola en 2014.
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En el sitio web de la tabacalera está disponible un link donde se detalla la noticia, además de entrevistas que los líderes de la empresa han dado en reconocidos medios internacionales para explicar cómo la tecnología del tabaco puede contribuir en el combate al virus. Este tipo de investigaciones también la estarían realizando otras empresas tabacaleras, como Phillip Morris International.
El doctor Rivera, broncopulmonar de la Clínica Dávila, tiene una mirada clara. “Acá siempre hay intereses creados, no es mera filantropía, hay conflicto de interés, porque siempre está la tentación de solamente contar lo bueno y dejar de lado lo malo” concluye.