Temen contagiarse y contagiar a sus familias, pero continúan trabajado en clínicas y hospitales, siendo aplaudidos por la población. Llaman al COVID-19 "el virus de la soledad" y dicen que una de las partes más difíciles es ver a los pacientes lejos de sus familias.
Enfermeras, kinesiólogos, paramédicos y médicos arriesgan su salud física y mental desde el comienzo de la crisis sanitaria por el COVID-19. La mayoría teme infectarse y contagiar a sus seres queridos, pero continúan trabajado en la primera línea día a día.
José Gajardo trabaja en la Clínica Dávila y dice que “literalmente esto ha sido un inundarse de personas que están enfermas con este virus”. Agrega que “muchos de nosotros sabemos que tendremos que enfermar”.
Desde el Hospital Las Higueras, en Talcahuano, Katherine Troncoso reconoce que “tenemos miedo al contagio, al contagio de nuestros familiares, de sentir que podemos transmitir el virus a nuestros seres queridos, y eso ha sido súper complejo, yo creo que para todos nosotros”.
“Algunos han tenido que dejar sus casas, algunos han tenido que dejar de ver a sus padres. Tengo colegas que han dejado de abrazar a sus hijos”, afirma Francisca Soto Mella desde la Clínica Sanatorio Alemán de Concepción. Es el caso de Víctor López, del Hospital Naval de Iquique: “estamos alejados de nuestras familias, no los vemos ya hace 17 días”, cuenta a CHV Noticias.
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Igual de difícil es tener que aislar a un enfermo del resto de su familia. “Es triste tener que dejarlos afuera, saber que a lo mejor va a ser la última vez que lo van a ver”, indica Katherine Troncoso. “Yo le llamo el virus de la soledad, porque cuando los pacientes entran, no sabemos si van a volver o no a ver a sus familias”, comenta Sofía Segura, de la Clínica Indisa.
Mercedes Robles, trabajadora del Hospital Regional de Concepción, le cuenta a sus hijos todos los días lo que experimenta: “ellos me preguntan ‘mami, ¿qué hiciste hoy día?’, y les cuento, y es terrible”. Dice que ha sido lo más difícil que le ha tocado vivir porque “hemos visto pacientes muy graves, muy solos. Eso me da más pena, porque es terrible morirse solo en el hospital”.
Tania Bizama, de la Clínica Sanatorio Alemán de Concepción, explica que “es una angustia bastante fuerte y que se hace constante (…) Nos enfrentamos a la muerte de manera bastante cotidiana, lo que no nos hace ser insensibles ante ella“.
Por su parte, Consuelo Conejeros, del Hospital Las Higueras, relata que “es diferente ser testigo y ser la única persona que va a estar acompañando a un ser querido cuando su familiar no está cerca. Ese es un privilegio que solamente te lo da el hecho de estar acá y, por lo tanto, yo siempre doy las gracias al momento de estar con un paciente que está falleciendo por ser la última persona en poder despedirlo”.
Sin embargo, agrega que “es una emoción indescriptible cuando nuestro paciente sale con vida, se va caminando y nos agradece. Yo creo que no hay mejor pago que ese. No hay sueldo, no hay remuneración, no hay bono, no hay nota de médico, que sea más gratificante que el agradecimiento de un paciente”.