Si tuviese que recomendar un libro para todos los mandatarios que actualmente están en ejercicio, incluido el de Chile, sería “La marcha de la locura”. Habla sobre las decisiones de líderes en momentos trascendentales de la historia, la adopción de políticas públicas contrarias al propio interés de la nación y el ego de los gobernantes. A partir de hechos históricos, reflexiona cómo algunos líderes mundiales que quisieron hacer el bien a su pueblo, terminaron provocando un daño.
Hace doce años, Richard A. Muller, profesor de física en la Universidad de California, Berkeley, escribió un best seller con un título desafiante y sin una pizca de arrogancia: “Física para futuros presidentes”.
En su introducción señala que cualquier candidato al liderazgo de un país, sin necesidad de ser versado en la materia, necesita saber de un mínimo de física, para no tener que llamar al asesor científico cuando el problema, sea una bomba terrorista, un imponderable energético, un efecto súbito del cambio climático ya estén encima, cuando la ignorancia sea mucha, y las opciones para actuar sean muy escasas.
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“Los futuros presidentes tienen muchas otras cosas que conocer además de física. A mucha gente les gustaría que fueran expertos en tecnología. Yo soy más realista. Trato de cubrir en este libro sólo las ideas y los hechos más esenciales, los conceptos clave que pueden ayudar a un presidente a tomar mejores decisiones”, dice el autor.
Ese es el principio rector del libro de Muller: aportar conocimiento que permita tomar mejores decisiones. Bajo la misma lógica, me pregunté: ¿qué libro me gustaría que todos los presidentes actualmente en ejercicio -en época de pandemia de Coronavirus- hubiesen leído o pudieran leer?.
Si hubiese que recomendar un solo libro a todos ellos, incluido el presidente de mi país, que sirviera para ampliar sus conocimientos a la hora de tener que tomar decisiones sobre los acontecimientos que hoy nos amenazan, ¿qué libro le recomendaría?.
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En mi caso, la respuesta sería instantánea: La marcha de la locura, de la historiadora estadounidense, Barbara Tuchman.
La marcha de la locura es un libro sobre decisiones de líderes en momentos trascendentales de la historia. Desde el caballo de Troya hasta la guerra de Vietnam.
Lo que hizo Barbara Tuchman, de forma magistral, fue observar cuáles fueron los elementos comunes a todos los ejemplos históricos, para que en cada uno de esos casos, las decisiones que tomó el gobernante de turno -buscando genuinamente el bienestar de su pueblo- terminó produciendo exactamente lo contrario: un perjuicio enorme contra quienes debía servir.
Barbara Tuchman
A ese proceso, querer el bien para su gente y adoptar las medidas que derivaron en exactamente lo contrario, Tuchman llama locura. O si se quiere en su forma más técnica, la adopción de políticas públicas contrarias al propio interés de la nación.
Síndrome de “cabeza dura”
Para que existiera eso que Tuchman llama “locura en un gobierno”, la decisión desastrosa del líder debe cumplir tres condiciones:
- Esa decisión debió haberse percibido como inconveniente en su misma época, no años o siglos después, en mirada retrospectiva
- Una alternativa razonable debió estar disponible en esa misma época.
- La decisión tomada debió haber sido respaldada por un grupo amplio de autoridades, no debe tratarse de lo que una persona en lo individual decida. No se trata de gustitos de dictador, sino de una política del líder, apoyada por un significativo número de otras autoridades.
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Tuchman señala que los líderes deben evitar caer en el síndrome del “cabeza dura”, a quien considera en su libro parte de la locura. “Ser cabeza dura es la fuente del autoengaño, y es un factor que juega un papel muy importante en los gobiernos”, dice la autora.
“Consiste en evaluar una situación sobre la base de nociones preconcebidas, que ignoran o rechazan cualquier señal que vaya en sentido opuesto. Es actuar según los deseos, cuidándose de no ser seducido por la evidencia en contrario. Se simboliza en lo que un historiador dijo sobre Felipe II, rey de España, uno de los cabeza duras más relevantes de la historia: “Ninguna experiencia de los numerosos fracasos de sus políticas públicas podía sacudir su total convicción de que sus decisiones fueron excelentes”.
El libro de Barbara Tuchman trata en profundidad cuatro episodios de locura de los gobernantes, ante un desafío enorme: la caída de Troya, a través de la aceptación del caballo de madera más famoso de la historia, para caer en la trampa que llevaba dentro y terminar con la victoria de los griegos.
Luego viene el comportamiento de los Papas renacentistas, uno tras otro -advertidos desde dentro de la iglesia en infinidad de veces- manteniendo concubinas en El Vaticano, haciendo cardenales a sus hijos, pidiendo dinero por las absoluciones de pecados, financiando guerras para ampliar su poder y un largo etcétera.
Hasta que un movimiento popular, simbolizado en Lutero, pero mucho más vasto, capitaliza el sentimiento de muchos católicos, hastiados de tanta corrupción, y divide a la Iglesia, para siempre, en el proceso denominado Reforma.
Luego viene la enorme cadena de decisiones disparatadas de Gran Bretaña que llevan a que su colonia transatlántica más apreciada, lo que hoy conocemos como Estados Unidos, se embarque en un proceso de independencia.
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Ausencia de razón para evaluar la situación
Como lo dice Tuchman: “Estas decisiones, en la medida que destruían progresivamente la buena voluntad británica y la conexión voluntaria con América, se demostraron inútiles en la práctica, haciéndose imposible de implementar sin el uso de la fuerza. Y como la fuerza implica enemistad, el costo del esfuerzo, incluso cuando había triunfos, era siempre mayor que la posible victoria. Al final, Gran Bretaña fabricó enemigos donde no había ninguno”.
Finalmente, Barbara Tuchman se dedica con pasión a la herida más reciente y más dolorosa: Vietnam. Ese capítulo se llama “Estados Unidos se traiciona a sí misma en Vietnam”.
El presidente Roosevelt se oponía a la mantención francesa de sus colonias en Indochina, y pedía un tratado de autodeterminación gradual para Vietnam. El presidente de Estados Unidos había sido firme en su anticolonialismo, incluso teniendo serios entreveros con Gran Bretaña al respecto.
Roosevelt
Respecto de Francia en Indochina, Roosevelt creía que se trataba de la sumisión colonial forzosa en su peor expresión. “Francia ha tenido ese país -30 millones de habitantes- por cerca de 100 años, y la población hoy está peor que como estaba en el comienzo”, le dijo a su Secretario de Estado, Cordell Hull, en 1943.
Estamos hablando de países que ya estaban discutiendo cómo serían los mapas, cuando todavía no finalizaba la Segunda Guerra Mundial. Lo que debía corresponderle a China, el status que debía tener Japón, más adelante sería cómo se debía repartir Europa y ahí caía la discusión sobre las colonias en el sudeste asiático.
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Francia tenía revueltas armadas en Vietnam casi desde el comienzo y llamaba a su sistema de colonias, la misión civilizatoria. Pero los vietnamitas, que habían luchado y derrotado, luego de casi mil años de dominación a China, y que también habían combatido contra dinastías de gobiernos locales, que querían erguirse como emperadores, con más razón se rebelaban contra un nuevo amo, Francia, que era mucho más alienígeno que los vecinos chinos.
Y en medio de la guerra mundial, con Japón invadiendo Indochina, Estados Unidos pasó a la ofensiva e incluso dio ayuda logística y armamento a los rebeldes vietnamitas de Ho Chi Minh, que ya había ingresado al Partido Comunista.
El líder vietnamita había dicho entonces que “Estados Unidos ayudaría a desplazar a los franceses y a establecer Vietnam como un país independiente”, impresionado por la promesa de hacer exactamente eso con Filipinas.
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Pero el 12 de abril de 1945, el presidente Franklin Delano Roosevelt, el único presidente de EE.UU. que ha gobernado durante cuatro periodos seguidos, que padecía poliomelitis, y que había liderado la recuperación económica de su país después de la Gran Depresión de 1929, falleció en la Casa Blanca, sin alcanzar a ver la rendición de las fuerzas del Eje poco tiempo después.
Reemplazado por Harry Truman, lo que sigue respecto de Vietnam es una cadena de errores, extraordinariamente detallados por la mano de Barbara Tuchman, para terminar -como se sabe- con los franceses saliendo de Vietnam y los Estadounidenses entrando en una guerra que duró 20 años y la perdieron.
¿Qué factores comunes tienen estas experiencias históricas y qué se puede aprender hoy, tantos siglos después de unas y tantas décadas de otras?
Ausencia de razón para evaluar la situación. Dejar que el ego de la autoridad o autoridades tome el mando, e ignorar consejos racionales, como cuando las autoridades troyanas desoyeron las voces de consejeros de la corte, que pedían quemar el caballo o dejarlo fuera de las murallas protectoras de Troya. Sin embargo, el ego de los gobernantes, al interpretar el caballo como un tributo de rendición del enemigo, fue muy superior a darse un tiempo para reflexionar un poco sobre esa gigantesca anomalía que estaba afuera de sus puertas.
En el caso de los papas renacentistas, la racionalidad probablemente no se veía tan cercana, dada la extensión de la corrupción material y moral, estableciéndose dentro de la cúpula de la iglesia católica de entonces una sensación de “todos hacen lo mismo”, que cerró ojos y oídos a las crecientes críticas que se acumulaban afuera de las enormes columnas de la basílica de San Pedro.
Un párrafo del libro es muy elocuente respecto de una variable clave, lo que la autora llama la paralización mental:
- “En su primera fase, la paralización mental fija los principios y los límites que gobierna un problema político. En la segunda fase, cuando las disonancias y los errores empiezan a aparecer, los principios iniciales se rigidizan. Este es el período donde -si la razón estuviera operativa- repensar lo que está pasando y re-examinar lo hecho podrían hacer posible un cambio de curso, pero eso es tan raro como encontrar rubíes en tu jardín. La parálisis mental genera un aumento de inversión en la necesidad de proteger el ego. Aquí, las políticas tomadas y fundadas en el error tienden a multiplicarse, nunca retroceden. A mayor inversión en lo equivocado y mientras más involucrado esté el ego del líder, más inaceptable se ve echar pie atrás. Que un jefe de estado reconozca un error, asuma pérdidas, cambie el rumbo pasa a ser la opción más aberrante de todas. En esta tercera fase, la continuidad del error agranda los daños, hasta que se produce la caída de Troya, la ruptura del papado, la pérdida del imperio transoceánico y la feroz humillación en Vietnam”.
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El libro está lleno de detalles sobre las opciones existentes en cada caso y porqué se desecharon muchas de ellas, todas propuestas en su época, y que habrían seguramente cambiado el curso de la historia si se hubiesen implementado. Por cierto, no se trata de un manual de autoayuda para el gobernante de turno. Nada de eso. Sino de reflexionar a partir de hechos históricos irreversibles sobre las condicionantes que llevaron a quienes mandaban a querer hacer el bien a su pueblo, y terminaron provocándole daño.
No hay ningún ejemplo de cómo enfrentar una pandemia histórica en el libro. Pero sí sobran los ejemplos de cómo los gobernantes construyen su idea de lo que está pasando, sobre la base de a quienes consultan y a quienes no, debiendo hacerlo.
También sobre las voces de alerta que, oportunamente, aconsejaron un camino distinto, y las razones y las circunstancias para que hayan sido desoídos. No se pone en entredicho la buena fe del gobernante, sino sólo su criterio cuando cae preso del ensimismamiento, seguido por buena parte de su gobierno, bajo la idea que aceptar una opción distinta o que se cometieron errores disminuye su poder y su imagen como líderes.
Mi elección para quienes hoy rigen los destinos de miles de millones de personas en el mundo, si hubiera que recomendar un solo libro en estos momentos: La Marcha de la Locura, de Barbara Tuchman.