Fiestas, borracheras, sexo en los baños, cañas morales. Todo lo que la pandemia le quitó a la
ciudad, el escritor lo resucita en las páginas de “Enrique Alekán: una novela por entregas”. En entrevista con CNN Chile, Fuguet explica cuánto ha cambiado la noche santiaguina entre el Chile de 1989 y el de 2021.
Noches que ya no terminan con el sonido de los rociadores y los zorzales cantando, sino que con el toque de queda cada vez más temprano. Me siento como cuando era adolescente y las monjas nos decían que todo era “por nuestro bien”, hasta la misa más insípida. Ahora sé que las nuevas generaciones hacen otro tipo de misas y se siente mejor. Deseo confesarme ahí, comulgar con vodka pero sin coronavirus. “Te va a encantar, es una novela sobre un protozorrón, como los que te gustan”, me dice el editor Felipe Gana cuando envía un libro blanco, de apariencia clásica, pero con una foto de una Spandex en la portada: Enrique Alekán, una novela por entregas, de Alberto Fuguet, publicado por Ediciones Universidad Diego Portales.
Un cubalibre y un zorrón en la cama. Ni idea quién era Alekán, cuando él nació, a sus 28 años semana a semana en el papel de Revista Wikén, en El Mercurio, Chile vivía el retorno a la democracia, el destape que no fue y yo era una guagua. “Una mina hasta lo invitó a irse de vacaciones a El Caribe. Mis hermanos mayores lo leían y rayaban con él, por eso en el libro ahora lo puse en mi colegio, en el Manquehue”, sigue Gana. Qué zorrón, río hasta que salta un mensaje de Alemparte desde Zapallar. Estoy rodeada, pero me gusta. Comienzo a leer la antología de columnas y es como escuchar al economista en el que pienso cuando juego con mi vibrador:
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“Trabajo en el centro (en el Wall Street capitalino), ando en Metro y en taxi, vivo en un departamento cerca del Tavelli del Drugstore. Por suerte que no me toca trabajar en El Golf, la calle El Bosque lo intenta, pero no logra tener estilo”, encantada de conocerte, Enrique. “Es primera vez que hablo de Alekán”, dice Fuguet. O sea, primera desde que se terminó de publicar la columna, en los ’90. “Yo jamás pensé que iba a ser un libro 30 años después, ni en futuro, lo que tiene de interesante porque uno escribe muy pensando en cómo es lo actual, que termina siendo pasado”.
El libro sigue con “esos cuartetos de aspirantes a ingenieros que recorren el barrio alto en los autos de su papás, con una botella de pisco en cada mano, buscando una buena mocha o alguna fiesta donde caer de paracaidistas, me apestan. Al final, ya convencidos de que no pasa nada de nada, terminan en la casa de uno de los cuatro y ven Las travesuras de un lobo quinceañero o algo tan ad hoc como eso. Prefiero a los que rondan los bares, a los que vomitan en la madrugada”.
Silencio a Alemparte, guardo el vibrador y tomo un auto hacia donde Andrés, a oler su piel morena, el perfume identificable, corriente, pero honesto.
—Parece que los ’90 no eran tan distintos a los 2000.
—Eso lo dices tú. Mi impresión es que las cosas no son tan distintas como uno cree en general, la tecnología va pasando, pero la idea de ser parte de algo, de cahuinear, de querer que te quieran, de ostentar, de estar a la moda… pero hay algo fascinante con que el mundo no cambia tanto a pesar de todo lo que cambia a su vez.
“Todo este mundo que conocemos de lo instantáneo, de Internet, de chatear, no existía. Y ese mundo: quizás 1990 no era tan distinto con 1890. Si uno mira bien, tal vez no es tan diferente andar a caballo que tomar el metro para ir al centro, o ahora un scooter. Quizás no importa tanto ir a Cachagua a caballo, en auto o helicóptero, pero sí pienso que la tecnología es algo súper rupturista a nivel psiquiátrico, psicológico, del alma, en la forma de cómo vemos el mundo, con dispositivos cada vez más chicos pero a la vez más grandes. Alekán ahora podría haber estado en Estados Unidos, ansioso, y llamar a su psiquiatra. Antes, sin electricidad, uno igual podía leer libros, darse tinas, el mundo no era tan, tan distinto. Pero parece que cuando realmente entra Internet, tipo 1998, llegó no sólo el siglo XXI, sino que no sé lo que llegó, pero hoy lo damos por hecho: ese creo que es el gran cambio en estos 30 años de Alekán”.
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—El otro día fui a Orrego Luco y sentí que podía estar en la mesa del lado, con todos los zorrones vestidos iguales.
—Ese territorio de Alekán. Específicamente esa calle no ha cambiado, aunque ahora quizás hay un restorán japonés que antes no, pero ya existía el vegetariano (‘El Huerto’) que tal vez estaba adelantado a su tiempo. (…) Alekán tiene algo de Martín Rivas (de Alberto Blest Gana), de los círculos sociales, con quién te casas, por eso Jane Austen y toda esa gente funciona y son readaptados constantemente.
—Igual lo encontré muy joven para haberse casado, divorciado, cargar con el tremendo rollo antes de los 30.
—Quizás hoy tener 26 significa ser más joven que antes. Hoy la gente anda por el mundo siendo teenager hasta los 40 y tantos, pero en esa época y en ciertos círculos a los 24 ya estabas lista para casarte. Una mujer que a los 25 no estaba casada, o súper pololeando, o con planes, es alguien que se habría sentido fuera de su círculo. Alekán es rupturista porque se casó joven y se atrevió a separarse. Algo tenía de moderno, de “¿para qué vamos a tener al tiro la guagua?”, sino pasarlo bien.
—¿Y ahora andaría carreteando en Cachagua?
—Alekán para mí es alguien que vivió el año ’89, ’90. Si quieres llevarlo a otra época, tienes que respetar otras cosas, como su edad (28) y personalidad. Creo que en la pandemia habría pedido delivery, permisos, pero no habría ido a fiestas ni a Cachagua. Al final es un chico sensible y no es tan, tan loco como para arriesgar todo, sobre todo su salud, por una fiesta. (…) El verano está asociado a ver y a pelar, a fiesta, y Alekán tiene una contradicción que se parece a la mía, deduzco, aunque mucho más: una mezcla de querer estar en todas y a la vez tener una distancia con todos.
“Parece que el carrete es algo más importante que cuidarse de una enfermedad, que para personas de todos los sectores sociales es algo cercano a la felicidad. No soy un hombre tan carretero ni sociable, pero me gusta captar que para la raza humana (la fiesta) es algo clave, y tan clave que están dispuestos a morir. Yo estoy dispuesto a morir casi por nada, pero me llama la atención que la gente esté dispuesta a morir por un carrete en Cachagua, en Maipú, en Broadway, y que la Pascua, el Año Nuevo es mentira: la gente se junta para carretear, no para rezarle a Dios o hacer ritos por el cambio de año. Alekán es social, pero su tensión es ‘soy social a veces con gente que no me cae tan bien’, y que se va a quedar encerrado en su departamento con vista al (Cerro) San Cristóbal. Alekán no es un escritor, no es un intelectual, pero tampoco es un ermitaño sin ser el dueño de la discoteque, pero claramente es un huevón que parte a todas las fiestas, busca todos los lugares”.
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“Pensé que quizás es verdad eso de que los chicos buenos duermen solos”, el protagonista me guiña un ojo desde el papel. “Hay líneas que es mejor no cruzar, no jalar”, porque como luego anota Fuguet en las notas finales “me pareció terrible que ella (la ex esposa de Alekán) lo abandonara a él y no por nada terrible, sino simplemente por aburrido, porque así lo criaron. No iba a fiestas, era medio huevón. Ella se aburrió. Mira lo terrible: lo abandonaron por ser como era. Ahí entonces se pega el alcachofazo y se lanza. Se transforma en el Alekán que todos conocen: un vanguardista, un galán, que va de cama en cama, pero básicamente es un ser solo, necesitado de cariño”.
Miro dormir a Andrés ya bajo la luz del día. Acaricio su mohicano y desnuda me apropio de su escritorio para revisar las noticias.
—Llevamos apenas días del 2021 y…
—Sí, lo único bueno es que ayuda a que Despachos del fin del mundo siga siendo relevante, pandemia, ahora falta agregar un capítulo de Washington. (…) Qué raro que estemos en una especie de loop, me sorprende y a la vez no sorprende nada.
Enrique Alekán: una novela por entregas
Alberto Fuguet
Ediciones Universidad Diego Portales
278 páginas
$15.000