Casi un año antes del primer muerto por la pandemia, como una premonición, el médico intensivista y académico UC publicó los poemarios “La estepa invernal” y “Cuadernos de Ismael”, donde un paciente y un médico dialogan en la UCI mientras enfrentan la vida y lo que hay después de ella.
Busco el sonido de un respirador mecánico en YouTube. Nada tiene que ver con el susurro del cuerpo de Andrés al acabar dentro mío, la pequeña muerte, no sé si el cielo o el infierno, pero sí el arrope del inconsciente en medio de la pandemia y sus cadáveres. Hace unas semanas, el médico intensivista del Hospital San Juan de Dios y profesor de la Universidad Católica (UC), Glenn Hernández, afirmó que cuando una persona es conectada a ventilación mecánica “está en el infierno”.
Quizás por esto, el doctor publicó en 2019 los poemarios La Estepa invernal y Cuadernos de Ismael, en una cuidada edición que viene con un disco homónimo de Cendrars, una banda compuesta solo por médicos. Entre todos, muestran a través de palabras y acordes qué significa estar en una unidad de cuidados intensivos (UCI), entre este mundo y el otro, entre la angustia del paciente, Ismael, y la del médico, Polaris (estrella del Polo Norte).
—Cuando el paciente está frente al doctor hay un acuerdo implícito de que lo va a sanar o, al menos, ayudar, pero ¿qué se promete un médico a sí mismo?
—Esa misma angustia la siente uno, hay una especie de emoción circular, algo que permea al paciente, a su familia, que cuando estamos ahí cada 24 horas los llamamos, pero me imagino que esas 23 horas y 59 minutos deben ser terribles esperando que suene el teléfono, por lo que ahí transmitimos mucha empatía, uno, al estar ahí (en la UCI) se conecta, de forma inconsciente digamos, con el paciente y su familia, es una corriente de energía que se comparte, no es una sensación que uno tenga y se pone medio paternalista: No. Es una emoción compartida, muy
interesante, lo maravilloso de esta especialidad, por suerte me dediqué a esto.
—Hace unos días usted explicó lo difícil que es realizar una intubación…
—Al paciente le digo: ‘tómalo como que vas a descansar, a recuperar energía, y creemos que vamos a hacer una ventilación segura, que no dañará tus pulmones, vamos a estar comunicados y esperamos salir de esto lo antes posible’.
—“Los monitores no pueden rastrear las huellas de esa alma que se fuga”, dice su libro. ¿Qué se hace en ese momento? ¿Se reza una plegaria, se susurra un poema?
—Los monitores no pueden captar las emociones, solo muestran un ritmo, y a veces es la única expresión externa que uno tiene del paciente sedado, pronado (posición de espalda sobre la camilla), anestesiado. Uno mira el monitor y ve que el corazón está latiendo, pero no se conecta en absoluto con lo que puede haber detrás. Cuando escribí La Estepa Invernal estaba muy internalizado con las vivencias de los pacientes en la UCI, con algunos estudiantes ayudantes entrevistamos a personas que estuvieron ahí, pero tres meses después. Recorrimos Santiago entero y alcanzamos a entrevistar 44 sobrevivientes, acerca de temas técnicos y también las sensaciones que habían tenido: en la etapa del ventilador hay destellos de memoria, no más, como luces y voces en el momento en que se aliviana un poco (el proceso), medias oníricas. Cuando salen del ventilador comienzan los recuerdos, pero siempre son fragmentados, incluso un par de días después.
“Con el COVID-19 es más fuerte porque hay mucho delirio, entonces vuelven a ser los mismos recién una semana o dos después de salir del ventilador. Es bien interesante esa evolución de la mente”, dice el intensivista y profesor del taller “La mirada poética”, que dicta a becarios de Medicina, con quienes explora el proceso médico hasta llegar a paisajes como los de La Estepa Invernal, que “tiene ribetes emocionales, sensoriales, profundos, de algo que se habla poco pero cada vez más en las revistas especializadas, como Intensive Care Medicine (publicada en Europa desde 1975), donde con el director armamos una columna que se llama From the inside (Desde el interior), en que los médicos transmiten las emociones que han vivido en las UCI”.
Ismael, el hospitalizado del poemario de Hernández, cuenta que “cada día me despiertan rostros desconocidos /Manos que manipulan lo que queda de mi cuerpo /El fuelle del respirador. /Cada día sueño con ríos que desgarran el sur profundo /pero algo indefinible palpita en estos muros”, donde solo es acompañado por Polaris, quien vigila el monitor y “el áspero sonido del respirador completa la letanía”.
Yo quiero casarme, Andrés, para que, si algún día soy conectada a máquinas y me ves cansada, que ya no soy yo, puedas pedir que me apaguen y así liberar mi alma del cuerpo. O para que estés firme ante el cadáver y no permitir que lo cubran, sino que me lleven a la Facultad de Medicina para investigación, para poder seguir hablando y tocándonos en el zócalo más allá de la vida.
—Cuando el monitor deja de sonar, ¿qué hace el médico?
—Es un momento de recogimiento bien profundo, de muchas emociones intensas dependiendo de los lazos que se han establecido con los pacientes, siempre es muy triste, desgarrador cuando se ha conectado profundamente con la persona. En la UCI desde hace un tiempo hacemos un rito cuando fallece un paciente: detenemos el trabajo, nos vamos a una pieza vacía, alguno de nosotros dice algunas palabras, como un responso, y después hacemos un minuto de silencio.
—¿Qué piensa cuando vuelve a su casa y ve a la gente en la calle después de todo lo que ha visto en el hospital?
—Estoy profundamente decepcionado de la condición humana, esto me ha hecho dudar. He vuelto a leer cosas de cuando era joven, como a Fiódor Dostoyevski (Crimen y castigo), Albert Camus (La peste)… eso de que ‘el hombre es un lobo para el hombre’ (frase de Thomas Hobbes en Leviatán) es verdad, porque los que pudiendo hacerlo, no las personas humildes que tienen que salir o sino mueren de hambre, sino que aquellos que pueden, salen y viven sus vidas, tratan de ser lúdicos, de gozar, cuando detrás de la muralla hay un personal sanitario estresado, profundamente desgastado, luchando con todo en una guerra que no se ve por fuera, porque ellos no lo ven en sus mundo egoísta y miserable. Antes me daba rabia, ahora siento desprecio, pero eso es lo que nos retrata, ese es el ser humano. La solidaridad, la fraternidad, parece que no existe. Hay hombres distintos, por supuesto, pero a la mayoría de esa gente no le interesa el ser humano, el prójimo. No hay empatía, no hay solidaridad, no hay respeto y es un agravio contra el paciente, su familia y el personal sanitario, quienes no merecen que haya compatriotas que actúen de esa manera.
“Hay responsabilidad de las autoridades que ahora tomaron medidas correctas, aunque tardías, pero también de la gente, porque no podemos solo culpar a los gobiernos, porque esto ha pasado en todas partes. Esto es un doble crimen, sanitario y moral, ambos son graves”, sostiene el intensivista del San Juan de Dios, uno de los hospitales más grandes de la capital.
“Drenar lo que te pasa”
El colofón del poemario y disco señala que fueron terminados en abril de 2019: “Lo lanzamos en el Teatro Cousiño, antes del estallido social, y ese fue un año seco, pero justo aquel día llovió, por lo que estábamos felices, como es La Estepa Invernal, nos gusta el invierno, la lluvia”, recuerda Henríquez, agregando que “teníamos planes de repetir el lanzamiento en más lugares, vino el estallido y luego la pandemia.
Ahora, cuando pase todo esto, porque algún día va a pasar, queremos relanzarlo porque hoy tiene más vigencia”.
Uno de los médicos-músico que puso acordes a los versos fue el endocrinólogo del San Juan de Dios y Clínica Las Condes, Nicolás Crisosto, quien ha trabajado “mitad pandemia, mitad especialidad” en el último año, porque “en el primer peak tuve que ver consultas ambulatorias” y justo casi un año antes estaba concretando su obra con Hernández junto a —también médicos, quienes forman la banda Cendrars —David Gallardo, Ernesto Hauway, Francisco Rivera y Matt Yard, entonces “fue como telúrico”.
“Nos propusimos hacer un soundtrack para leer el libro. Algunos temas tratan de musicalizar los poemas, pero otros se centran en lo que nos evoca leer los textos”, dice Crisosto, junto con afirmar que Gallardo estudió composición, entonces “nos imaginamos el paisaje y le pusimos música”.
—En este tiempo imagino que has visto cosas que quieres olvidar. ¿La música es un refugio?
—Sí, absolutamente. Creo que por eso muchos médicos son también artistas, ya que necesitas una forma de drenar todo lo que te pasa y la música a nosotros nos ha servido. Pienso que las etapas en que uno es más creativo como músico es cuando está más estresado, porque necesitas transformar todo eso, drenarlo hacia alguna parte y la música para eso es fantástica, como un recurso para seguir adelante y acercarnos de una forma más armoniosa a todo lo terrible que vemos y lograr transformarlo en algo bello al final. Ahora, en el caso del COVID-19, el paciente muere solo, en condiciones inhumanas. (Esto se trata de) acercarse a la muerte sin tocarla, porque cuando uno siente estas cosas, se vuelve más humano.
La Estepa Invernal / Cuadernos de Ismael
Glenn Hernández y Cendrars
Autoedición encuadernada a mano por el taller Casa en Blanco, con serigrafías
138 páginas + disco (64 minutos)
$20.000 (en Instagram y en Facebook)