Pocas semanas antes de su deceso, el eterno candidato al Premio Nacional de Literatura publicó “Un oscuro pedazo de vida” (Lecturas Ediciones), donde visitó por última vez las fuentes de soda y departamentos pequeños que lo inspiraron.
Leer a Germán Marín es contestar aquel mensaje de WhatsApp de alguien que no es tu pololo, pero que está igual de solo en la cuarentena, para hacer chin-chín con un vaso contra la pantalla, antes de mandar la primera foto de su pene. La anatomía de Blas es la que mejor conozco, gracias a esa costumbre arraigada desde mucho antes del confinamiento. Podría ver a diez hombres con la cara cubierta y los pantalones abajo y sabría cuál es él gracias a los años enviando imágenes: así funciona Marín.
En medio del encierro, el escritor saca a pasear por los rincones menos turísticos y más memorables del centro de Santiago, esos espacios antes rechazados por su falta de higiene –como las fuentes de soda –y ahora añorados desde el confinamiento.
Un oscuro pedazo de vida (Lecturas Ediciones, 2019) es el último libro de Marín, quien a fines del año pasado murió sin recibir el Premio Nacional de Literatura, uniéndose al club de María Luisa Bombal y Pedro Lemebel, por nombrar a un par.
El también ex editor de Seix Barral y Lom tenía méritos de sobra como escritor fantasma de Gabriel García Márquez y heredero de la narrativa social chilena cuyo máximo exponente fue Manuel Rojas, con Hijo de Ladrón, aunque tal vez lo más interesante del autor de El palacio de la risa —novela clave para tratar de entender la dictadura— es la capacidad para dar al lector la sensación de estar en la barra de una cantina barata, frustrado, y regocijarse en ello.
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“Regreso a mí hundiéndome en el sopor de la cerveza a medio beber, tal como lo señala su última espuma. Quizá la palabra sopor no sea la adecuada, sino algo más interno que me sucede como podría ser el distanciamiento habitual que vivo frente a la gente, cualquiera sea ésta, encerrado en un yo cuyo silencio colabora a aislarme. Es así como paso los días más bien indiferente ante el mundo que me rodea, dispuesto fallidamente en ciertas oportunidades de integrarme a éste, pues casi siempre termino, como me ocurre a yacer en la tumba que llevo adentro, lejos del estruendo de la vida”, escribió Marín en el cuento Silencio, unos meses antes de partir.
Un oscuro pedazo de vida se publicó un par de semanas antes del deceso, como quien busca despedirse a lo grande, gritándole a todo el zoológico narrativo nacional —con sede en el Tavelli del Drugstore, donde a veces Marín se dejaba ver —el trofeo de haber presentido su propia muerte, como afirmó en una entrevista dos semanas antes de partir: “con este libro ya me estoy despidiendo de la escritura”.
“Oyente de mi voz al permanecer aislado, lejos del prójimo, es cuando mejor registro todo lo que guardo en silencio. Sin esas palabras, me asfixiaría, cansado de culpas y omisiones”, cuenta el también autor de Ídola, novela donde un exiliado cesante conoce a una cajera de una fuente de soda que lo lleva a explorar nuevas dimensiones del sexo, además del cine porno de Raúl Ruiz.
En uno de sus últimos textos, sin embargo, Marín reconoce la Distancia: “Yo era reemplazado como marido a través de aquel objeto artificial llamado consolador en el pasado, según leyera alguna vez en un autor clásico francés, (Guy de) Maupassant, creo. (…) Lo acepté conforme ya que peor era el engaño real, aunque como también reflexioné el placer constituía un estado que podía ser ambiguo, enmascarado en alguien escondido como podría suceder en el pensamiento de Cristina”.
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Compañero en el camino de Ruiz y Enrique Lihn, el ghostwriter de García Márquez era parroquiano de Le Flaubert, sede social de escritores que ya lograron comer y tomar mejor, donde casi siempre hay viejos y los autores son relegados a mesas apartadas para hablar a gritos después de tres copas.
Este escenario es usado por Marín para Inestabilidad, una suerte de novela corta incluida en Un oscuro pedazo de vida, donde un abogado cuenta que “al pensar a veces en secreto, mientras plasmaba mis intentos creativos, descubría que la vida en torno me resultaba monótona, imposible de superar, volcado de lleno a una actividad repetitiva que hacía uniforme los días, unos a continuación de otros en un calendario siempre igual. Escribir resultaba por ventura el único desahogo que disponía”.
El director de Ediciones UDP, Matías Rivas, quien publicó las memorias de Marín, lo recordó por “su conocimiento del no hacer, de su capacidad para estar días encerrado escribiendo y mirando la pared. Extraño mucho no poder hablar con él por teléfono, no poder comentar esta situación que sin duda lo tendría lleno de fantasías literarias”, dijo a La Segunda.
Un oscuro pedazo de vida
Germán Marín
Lecturas Ediciones
124 páginas
$9.000 (con delivery en Librería Catalonia)