"Cuba, viaje al fin de la Revolución" (Debate, 2018) es el nombre del volumen de crónicas donde el fundador de The Clinic cuenta la isla que conoció durante los 15 ó 20 viajes que realizó entre 1992 y 2017. En conversación con CNN Chile, Fernández habla de su Cuba personal, del fin de la utopía y de sus últimos días al mando del medio que fundó en 1998. "Nunca tuve el menor problema con que hubiera un sindicato", dice.
El patio del Drugstore, a media tarde, funciona como una especie de vitrina social por donde pasa lo que se está haciendo en los medios y la academia. Apenas abro la puerta de vidrio me encuentro a Juan Pablo Meneses, el primer director del HoyxHoy que ahora trabaja en un proyecto con la Universidad de Stanford.
Ante un café escucho a la gente y hago como que leo “Poesía reunida”, de Enrique Lihn, mientras aparece Patricio Fernández, uno de los creadores de The Clinic, con sus clásicas camisas de algodón -esta vez celeste, pero de corte muy Caribe- como para absorber una humedad inexistente en el centro de Providencia. No es casualidad: el literato y filósofo publicó hace poco el libro “Cuba, viaje al fin de la Revolución”.
La crónica editada por Debate, sello perteneciente a Penguin Random House, comienza en 1992, cuando Fernández mochileaba y se enamoraba en las calles de La Habana, y abarca hasta la elección del actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, periodo en el que también habla de amor, pero ya con la distancia y madurez que dan los años y las decepciones. “Escribir sobre alguien es, en parte, inventarlo”, advierte al principio del libro.
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—Una de las primeras escenas de “Cuba, viaje…” muestra a un pescado de gran tamaño, con los dientes afilados, pero agonizando. Ahí vi una metáfora sobre la actualidad en la isla.
—Sí, ese es un pescado moribundo. Hay otro momento que yo creo que es una metáfora también importante, el silenciador de cerdos (un hombre que corta las cuerdas vocales a los animales para que no griten y así puedan ser criados en la clandestinidad): esos chanchos silenciados que no pueden hablar, pero se les caen las lágrimas. Sí, es una historia moribunda, la historia de la Revolución perdió su energía vital originaria y auténtica, y pareciera que la que estamos viendo, básicamente, es una manera de sostener el poder, de una parte, y casi de una incapacidad de pensar de nuevo para alguna gente que sigue como muy dura y quieta.
“Yo te diría que la generación que tiene menos de 40 años está ya está muy lejos de todo esto. Los que tienen sobre 45 todavía como que tienen una reflexión respecto a la Revolución, porque todavía Fidel estaba muy activo. Hay que pensar que Fidel salió de circulación en 2006, entonces hay un porcentaje muy grande de la población que no conoció a Fidel, que conoció al viejito jubilado, que se le tiene menos esa devoción que tenían otros”, sostiene al respecto Fernández.
“Cuando se termina la URSS, de alguna manera, desaparece la posibilidad del socialismo en términos bien concretos, hasta nuevo aviso”.
—Esa devoción de padre y de santo de la que hablas en tu libro.
—Eso yo creo que lo creía él. No sé si para el resto de la población era visto como un santo, pero sí como un individuo superior, hasta para sus enemigos. Si uno lo ve casi novelísticamente hablando, es un personaje inmenso, que movió la historia de una manera muy concreta y no como parte de un mundo perdido, sino que él fue a Santo Domingo en su momento a terminar con el dictador Trujillo, él tenía veintipocos años cuando intentó tomar el cuartel Moncada con unos tipos, y él tenía veintipocos años cuando, después de estar preso, tomó el Granma con un puñado de gente y comenzó la Revolución.
El texto se mueve entre el país que conoció Fernández en su época mochilera, a los veintitantos; el comienzo de partida del régimen de Castro, marcado por la visita del ex mandatario estadounidense Barack Obama a La Habana (2016), junto al —meses más tarde—multitudinario concierto de The Rolling Stones en Ciudad Deportiva, lugar donde los revolucionarios ajusticiaron a los últimos partidarios del dictador Fulgencio Batista, hace más de medio siglo; y la muerte de Castro, hitos que el autor narra a través de entrevistas a dueñas de pensiones, choferes, artistas transgénero y profesionales jóvenes y no tanto.
—Una de las presentaciones de tu libro fue en el CEP, con el diputado Jaime Bellolio (UDI), quien medio en serio, medio en broma, te decía “¿no habrán sido espías con los que hablaste?”
—Es que él tiene una idea muy somera de lo que uno vivía ahí porque… puede ser (reflexiona), hay gente que se casa con espías, pero las voces que aparecen ahí no son gente que encontré un día y desapareció, no. Ni son conversaciones que fueron una vez y terminaron, no. Son producto de muchas conversaciones. (Ahora las personas) se están cuidando mucho menos ahora al hablar, hace algunas décadas era muy distinto.
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—Cuando llegué al relato del funeral de Castro, noté que estabas un poco aburrido.
—Fue como repetirse la misma misa muchas veces, aunque lo interesante es que fue un viaje —desde La Habana a Santiago de Cuba, ciudad en la que parte el proceso histórico —, porque ibas conociendo otros pueblos, otra gente. Hubo una cosa que me llamó mucho la atención tras la muerte de Fidel, que es duro aceptarlo y verlo: en Cuba no hay una intelectualidad crítica, no existe, entonces la repetición de los discursos tenía dos maneras de percibirse: una es lo latero que es estar ante una monserga, pero la otra era descubrir esa incapacidad de tener una intelectualidad que analizara y diera vuelo a las cosas que veía. Fidel Castro es un personaje que merecía visiones de muy distintos tipos, daba como para haber hablado mucho, para haber pensado, revisado su historia, pero nada de eso sucedió.
—Es por lo que quizás se hundió la Unión Soviética, porque no hubo una renovación del pensamiento…
—Yo creo que cuando se termina la URSS, de alguna manera, desaparece la posibilidad del socialismo en términos bien concretos, hasta nuevo aviso. Todo lo que estemos hablando es hasta nuevo aviso, nada es para siempre, pero en Cuba esa muerte de la Revolución, que es un espíritu, una manera de ver el mundo.
“¡Yo aprendí periodismo con The Clinic! The Clinic me enseñó el periodismo a mí, porque antes de eso no lo imaginaba y cuando se fundó no tenía la menor aspiración periodística”.
—Me imagino para tu época fue todo un…
—¿Cuál es mi época, perdón? (Ríe) La verdad es que mi generación pudo ver la Revolución en la anterior, pero mi generación no la vivió, la rozó, pero no la vivió. La generación que la vivió, paradójicamente, son la que los jóvenes de hoy consideran unos reaccionarios de mierda, pero es la generación concertacionista, la que gobernó en la Unidad Popular, esos conocieron la Revolución, los que hoy tienen más de 60 años, esos alcanzaron a matricularse.
“La mía vivió la Revolución como un paraíso perdido o asesinado por la dictadura, pero no era un sueño verdaderamente activo. Con el golpe de Estado en Chile se acabó la idea de la Revolución. (…) Si hay algo por lo cual volver a mirar con atención la Revolución, no despotricar del todo ni despreciar enteramente, por el esfuerzo del socialismo, es que yo creo que ahora en el mundo nos las empezamos a ver con los problemas de la ausencia de comunidad”, apunta el fundador de The Clinic.
El reportero Fernández
—¿Cómo fue reportear en Cuba? Porque si bien ahora las personas hablan más, partiste el relato en los ’90, mochileando.
—En esto soy un poco periodista (estudió Literatura y Filosofía), pero soy, más honestamente, un observador que narra, porque más que una investigación, más que ir como detrás de un secreto escondido, lo que quise de alguna manera es dejar un rastro de un tiempo, y eso creo que está por ahí entre la literatura y el periodismo, en un territorio extraviado. (…) De formación periodística no tengo ninguna.
—¡Pero fundaste The Clinic!
—¡Yo aprendí periodismo con The Clinic! The Clinic me enseñó el periodismo a mí, porque antes de eso no lo imaginaba y cuando se fundó no tenía la menor aspiración periodística.
—Mientras terminabas el libro hubo una protesta en el diario, ¿cómo la viviste desde allá, cuando aún eras su director?
—Infernal. Me sentí como extorsionado, porque nunca tuve el menor problema con que hubiera un sindicato, siempre se ayudó para que existiera, pero en medio de sus reclamos dibujaron en mí una persona que no era y muy lejana a la realidad.
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—La noticia fue que publicaste una foto desde un hotel en La Habana, mientras acá en Santiago había una crisis.
—La foto no era de ningún hotel. Nunca he alojado en un hotel en La Habana, salvo cuando fui invitado por Michelle Bachelet (visita de Estado, en 2009). Yo estaba en el Museo de Artes Decorativas de La Habana, que es el único lugar donde todavía se puede ver un decorado, junto con el Museo Napoleónico, de más o menos cómo eran las casas de la antigua riqueza, pero eso (el comentario de la foto) era un error, una ignorancia muy grande: yo arrendaba piezas (mientras escribía el libro).
“Siempre lo hice así, nunca, nunca, nunca, ni una sola vez, me fui a un hotel. Y el departamento (en el que vive al final del libro) es porque arrendaba una pieza y la señora (la dueña) cachaba que me gustaba estar solo, (por lo que) me dejaba arrendar por el precio de la pieza el departamento, US$ 30 diarios. Era muy alejado de la realidad, pero bueno, ahí empezó otra vida también de The Clinic, que me tiene contento y que está ahora teniendo su propia existencia, con la Lore (Penjean) y la Ale Matus”, cierra.
Cuba, viaje al fin de la revolución
Patricio Fernández
Editorial Debate
450 páginas
Precio de referencia: $15.000