Jeannette, Claudia y María Paz son tres mujeres a las que encasillaron en la clase media. "Me siento invisible" y "estamos en la mitad del sándwich" son sólo algunos de sus descargos al sentirse abandonadas por el gobierno.
No importa la tendencia ni el año del que hablemos. La clase media es y ha sido durante años la estrella del discurso político en Chile. Y cómo no, si más de la mitad de los chilenos dice pertenecer a ese grupo.
El estallido social, la pandemia y la discusión sobre el segundo retiro del 10% han puesto a la clase media en el ojo de la discusión pública. Pero, qué es exactamente la clase media. Ni la población, ni las autoridades parecen tener una respuesta clara. El mismo ministro de Hacienda, Ignacio Briones, reconoce que hay confusión al respecto y afirma que “esa confusión es parte del problema”.
La OCDE la define como ingresos entre el 75% y 200% de la mediana nacional, es decir, en el caso de Chile, ingresos entre $587 mil y $1,5 millones por hogar. Libertad y Desarrollo, por su parte, usa la definición de entre 1,5 y seis veces la línea de la pobreza. Así, sería de clase media una familia de cuatro integrantes, cuyos ingresos van entre $626 mil y $2,5 millones.
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“Me siento invisible”
Jeannette Loayza tiene 46 años y una hija de 15. Es dueña de casa y su hogar se sustenta con el sueldo de su marido, un electricista industrial que gana alrededor de $700 mil. Con eso pagan el dividendo, un préstamo y los costos asociados a mantenerse.
“Por suerte tengo a mi hija en un colegio público”, declara, argumentando que supuestamente su familia es de clase media, pero de la que trabaja 12 horas para poder mantenerse en ese grupo. “No disfrutan, no viven, viven para trabajar”, lamenta. Por eso, expresa que las autoridades no se ponen en su lugar y “maquillan” la clase media.
“Más que rabia, me da pena por mi hija y por los niños que vienen. Me siento invisible, pero además, somos la mano obrera. Yo no sé a qué tipo de clase media se están dirigiendo”, condena.
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“Estamos en la mitad del sándwich”
Claudia Orellana tiene 51 años y es viuda. Es contadora auditora, fue operada de la columna y hace siete meses no le pagan su licencia. Ha tenido que reinventarse haciendo asesorías tributarias. Vive en Ñuñoa, su hija estudió en un colegio municipal y ahora en una nueva universidad privada. Y aunque con su emprendimiento consigue un sueldo de casi $2 millones, vive endeudada.
“Te dicen que vives en el barrio alto, aunque no es así. Tienes casa, tienes auto, tienes una hija estudiando en la universidad. Tú tienes un buen título, para qué vas a necesitar. Entonces, no hay accesos, es imposible acceder a nada”, acusa, aseverando que “estamos en la mitad del sándwich y el estallido social nos ha representado mucho”.
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“Uno es pobre para el banco y rico para el Estado”
A la publicista de 45 años, María Paz Ibáñez, la pandemia le puso su vida de cabeza. Desde que dejó su trabajo en marzo, le ha sido imposible conseguir otro. Decidió emprender y ahora vende ropa de descanso en su Instagram. Tiene dos hijos adolescentes, está comprometida y su ingreso ahora alcanza cerca de $800 mil.
En ese contexto, reconoce que sobrellevar la pandemia ha sido difícil, por lo que agradece poder haber retirado el 10% desde su AFP. “Para mí fue un alivio, porque pude pagar un montón de deudas”, indica.
“Generalmente, por tener un trabajo, AFP, Isapre, auto, casa, pagas más impuestos que los demás. Uno es pobre para el banco y rico para el Estado”, cierra.