Kendrick Lamar supera en ventas a Metallica, y Lamar es, a su vez, superado por Luis Fonsi. El periodista Juan Carlos Ramírez analiza la evolución de éste y otros géneros y llega a la siguiente conclusión.
Hace años se habla, escribe y llora porque el rock ha muerto. El periodista y escritor Juan Carlos Ramírez, autor de Crash! Boom! Bang! Una teoría sobre la muerte del rock, profundiza en el tema.
¿Está muerto el Rock?
Ya no hay nuevos Beatles, Dark Side Of The Moon o Cobains, dicen los fans. Los obituarios de la prensa también nos lo recuerdan cada vez que mueren, y esto pasa desde 2013, arquetipos como Lou Reed, B.B. King, Lemmy Kilmister, David Bowie, Chuck Berry, Chris Cornell, Tom Petty, Malcolm Young de AC/DC, Dolores O’Riordan y Mark E. Smith, entre muchísimos otros.
Y la industria ha implementado el modelo de negocios de relanzar una y otra vez en vinilo, cajas de CD o en Spotify discos clásicos con inéditos, demos, ensayos o apariciones en la radio.
¿Pero estamos realmente seguros de que que todo eso es Rock?
Seamos cuantitativos. Según el 2017 Year-End Music Report de Nielsen, barómetro de la industria discográfica estadounidense, la más grande del mundo y que, por ende, influye en todos los mercados, el R&B/hip hop es actualmente el género dominante de la música popular con un 24,5% de las ventas totales, superando al rock (20,8%.) y el pop (12,7%).
Mientras Metallica vende 1.846.000 combinados entre descargas digitales y discos físicos (aunque también se considera el stream de video), Kendrick Lamar llega a los 4.950.000 solamente con el sencillo “Humble”. Y si el rock de Imagine Dragons vende 3.466.000 con su hit “Believer”; el pop de Ed Sheeran llega a los 5.815.000 con “Shape Of You”, siendo a su vez superado por el crossover “Despacito” (Luis Fonsi & Daddy Yankee Feat. Justin Bieber) con 6.663.000 copias.
El Rock solo encabeza la venta de vinilos a través de los Beatles y con cifras mucho más modestas como las 72 mil copias de la reedición del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y 66 mil del Abbey Road. El error de los análisis y reportajes que se hicieron, basándose en los propias highlights que el informe de Nielsen incluye en sus primeras páginas, es que se acepta tranquilamente el Rock su definición más monolítica y reduccionista:
(1) Música de guitarras. (2) Interpretado por una banda con pinta de forajidos. (3) No se baila.
Eso explica por qué la industria estadounidense considera a Sheeran no-Rock, pero sí a Imagine Dragons, aunque sea evidente su intención pop. La culpa es del credo stone It’s Only Rock and Roll, repetido hasta el infinito y asociado a su álbum del mismo título de 1974 que funcionó como eslogan, single homónimo y delimitación del rock como un género seguro habitado por el blues, algo de góspel, escalas pentatónicas típicas del R&B, lamentos líricos y acordes, en lo posible de tres o cuatro notas como para que se las aprenda el aspirante a Keith Richards.
Pero el Rock no es solo música sino una cultura que involucra desde las artes visuales a la política, desde banda sonora de barras de fútbol y marchas, hasta producir contraculturas o subculturas desde los hippies hasta el HxC. Porque el mercado cambió y por ende también cambió la música, pero increíblemente la palabra Rock sigue siendo un password que más o menos nos sigue removiendo o interesando. Y que despierta ideas dispersas antisistémicas, artísticas, rebeldes, cool, globales o de no estar de acuerdo con nada.
Eso es, amigos míos, porque como cultura está viva, solo que la música cerró la puerta por dentro.