El presidente de Estados Unidos pasó sobre Europa como un huracán. Ahí cuestionó por qué su país estaba obligado a defender a sus aliados, se quejó de prácticas comerciales “injustas”, calificó a Reino Unido y Alemania como débiles en el tema migratorio y sugirió que el presidente Vladimir Putin tenía la misma credibilidad que las propias agencias de inteligencia de Estados Unidos respecto a los hackeos rusos.
Trump repitió su papel de animador del brexit y se quejó de que todos se aprovechan de Estados Unidos. Negociar con Putin sería más sencillo que lidiar con aliados, dijo. Todo estaba relacionado con una transacción, con precios y acuerdos. Hubo poco espacio para los valores.
Casi a cada paso, tuit tras tuit, él despreciaba el orden occidental liberal construido de las cenizas de la II Guerra Mundial, respaldado en instituciones como la OTAN y la ONU y protegido bajo el paraguas nuclear de Estados Unidos, un orden que le ha dado a gran parte del mundo paz y prosperidad sin igual.
El exvicepresidente de Estados Unidos Joe Biden dijo la semana pasada que Trump estaba (conscientemente o no) colaborando con la agenda de Putin, que por encima de todo se trata de romper el orden liberal occidental que se enfrentó a la Unión Soviética y representa todo lo que el líder ruso desprecia.
Pero, ¿está ese orden realmente en peligro, y si es así, qué podría reemplazarlo? Algunos se remontan a la década de 1930, cuando lo que vino tras la crisis económica, el proteccionismo, la hostilidad contra los minorías, el colapso de las instituciones internacionales y una sensación de que la democracia había fallado, permitió que el fascismo echara raíces.
Este paralelismo puede ser exagerado, por supuesto: vivimos en una época de pleno empleo relativamente. Parece que no estamos al borde de la guerra, con potencias fascistas rearmándose. No hay grupos paramilitares acechando las calles, la mayor parte de los Estados Nación son más fuertes que en 1930 y el concepto de los derechos humanos está ahora establecido en la sociedades democráticas.
Pero ante la duda citemos a Mark Twain, a quien se le reconoce haber dicho que “la historia no se repite, pero rima”.
Y si algunos ecos de la década de 1930 son débiles en la actualidad, existen tendencias contemporáneas igualmente alarmantes.
Guerras comerciales
El más obvio paralelismo es el resurgimiento de un nacionalismo económico. Trump calificó de fraude el Acuerdo Transpacífico, dijo que ael Tratado de Libre Comercio de América del Norte era el peor acuerdo en la historia de Estados Unidos e impuso aranceles a las importaciones de China, Europa y otros sitios – y prometió otros más.
Dijo que Estados Unidos permanecería en la OMC, cuya misión es promover un sistema de comercio libre y justo, pero añadió: “Nos han tratado muy mal… es una situación injusta”. El director general de la OMC Roberto Azevêdo advirtió que si Estados Unidos dejaba la organización, prevalecería la ley de la jungla.
Sorprende poco que los historiadores se remitan a la infame Ley Smoot-Hawley de 1930 que impuso altos aranceles a los socios comerciales de Estados Unidos. Los argumentos de quienes apoyaban la ley – que la industria y la agricultura estadounidenses necesitaban de protección ante la competencia desigual – son similares a los de Trump hoy en día. En cada caso, las sanciones estadounidenses tuvieron represalias.
Hasta ahora se desconoce: si la actual guerra comercial tendrá las mismas desastrosas consecuencias que la Ley Smoot-Hawley, que solo sirvió para profundizar la Gran Depresión, o si en algún punto, tras toda esta política arriesgada, habrá un “acuerdo”. Todo depende de a quien escuche Trump.
En cualquier caso, los mercados y tecnologías interdependientes de la actualidad junto con una economía global en buen estado (el FMI prevé un crecimiento global de 3,9% este año y el próximo) contrastan con el desempleo rampante y la inflación del periodo entre guerras. El desempleo en Alemania está en 3,4%; en 1932, 30% de la fuerza laboral del país estaba desempleada. El año siguiente, 25% de los estadounidenses no tenía trabajo. Y el salario estaba entonces mucho más cerca de la línea pobreza que ahora; muy pocas personas tenían ahorros.
La crisis económica y el desorden político impulsaron el aumento de grupos paramilitares. Casi todos los países europeos tenían en la década de 1930 su propia versión del Sturmabteilung –los camisas pardas– de los Nazis. Es difícil saber cómo los grupos fascistas periféricos de hoy en día podrían desafiar a estados sofisticados, incluso si hubiera otra Gran Recesión. De todos modos, no es de extrañar que una franja de grupos de extrema derecha se sienta con capacidad, especialmente cuando hay partidos nacionalistas y antieuropeístas ya sea en el poder o a punto de alcanzarlo en toda Europa.
Desafíos milénicos
Tal vez no enfrentemos un regreso a la década de 1930, pero nuestra era tiene sus propios problemas. El auge del populismo no comenzó con el brexit o con Trump. Para el mentor ideológico de Trump, Steve Bannon (y no es el único), este comenzó con la crisis financiera de 2008, el fracaso de lo que él llama capitalismo de amigos. En el largo camino de la recuperación, tradicionales “empleos bien pagados” han desaparecido en los pueblos obreros de Estados Unidos que votaron ampliamente por Trump.
El Proyecto Nacional de Ley de Empleo halló en 2012 que 58% de los empleos recuperados en Estados Unidos desde la recesión estaban en ocupaciones con bajos salarios, con pagos de menos de 14 dólares por hora. Millones de empleos con salarios medios han desaparecido. En Gran Bretaña, el desempleo es bajo pero una vez más, los empleos recuperados son en gran parte poco calificados y mal pagados.
La desigualdad creció dramáticamente en la pasada generación: en Estados Unidos, el 1% más rico tenía el 20% del ingreso nacional en 2016, mientras que el 50% más bajo tenía solo el 13%. La tendencia, aunque menos dramática, es similar en Europa. Y la mayoría de las investigaciones muestran que los empleos y salarios de los trabajadores más pobres son los más lastimados por el influjo de inmigrantes.
Uno de los temas de la campaña a favor del brexit era que los inmigrantes de Europa del Este estaban deprimiendo los salarios y expandiendo los servicios sociales. La misma dinámica ocurre en Italia, donde dos partidos populistas ganaron las elecciones en marzo.
El problema es que, en medio del brexit y una grave división por la inmigración, Europa parece mal preparada para sortear su propio destino, especialmente cuando Rusia parece decidida a intervenir a favor de los populistas en la política europea.
En múltiples frentes, el orden liberal internacional es desafiado porque ha perdido la confianza de la gente que se siente abandonada y “devorada” por la inmigración, como ya lo dijera la exprimera ministra británica Margaret Thatcher hace 40 años. Trump, Orban, Salvini, Marine Le Pen son ahora los campeones.
Como cuestionaba Martin Wolf en el Financial Times: “¿Debemos esperar el regreso del viejo Estados Unidos? No hasta que alguien encuentre una manera más políticamente exitosa de satisfacer las necesidades y ansiedades de la gente común”.
La misma pregunta podría hacerse en Europa.