La explosión creó un cráter de casi 30 metros de profundidad, pero fracasó en su objetivo. Para el FBI, ese día "el terrorismo de Oriente Medio había llegado a suelo estadounidense" y lo había hecho "con estruendo".
(EFE) – Un grupo de familiares de víctimas y representantes políticos conmemoraron hoy el 30 aniversario del primer atentado contra el World Trade Center de Nueva York, perpetrado por una célula de radicales islamistas, y considerado por el FBI como el “ensayo general” de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas.
Junto a una de las fuentes levantadas en memoria de las víctimas de los dos atentados ocurridos en 1993 y 2001, en el distrito económico de Wall Street, en Manhattan, un policía dio comienzo a la ceremonia haciendo sonar una campana a las 12.18, la misma hora a la que, hace hoy tres décadas, se produjo la explosión de un vehículo cargado de explosivos.
“El 26 de febrero de 1993, un grupo de terroristas con ideología parecida a la de Al Qaeda, pero que no eran de Al Qaeda, lanzaron un ataque contra las Torres Gemelas desde el estacionamiento subterráneo de la torre norte” en el que murieron seis personas y unas mil resultaron heridas, explica a EFE Gaby Sarmiento, trabajadora del Museo dedicado al 11-S y que se hunde a los pies de los rascacielos de Wall Street.
Junto a una placa que marca el lugar aproximado donde los terroristas ubicaron la camioneta cargada con 550 kilogramos de explosivos, en el antiguo parking B2 de la torre norte, Sarmiento explica que el plan del grupo, autodenominado Ejército de Liberación-Quinto Batallón, era reventar los cimientos del rascacielos con la intención de que este se desmoronara sobre la torre sur provocando la caída de ambos símbolos del progreso económico de Estados Unidos y por ende del capitalismo occidental.
El ensayo general del 11-S
La explosión creó un cráter de casi 30 metros de profundidad, pero fracasó en su objetivo. Para el FBI: “el terrorismo de Oriente Medio había llegado a suelo estadounidense” y lo había hecho “con estruendo”.
Pocos días después del atentado, el 4 de marzo, fue detenido el primer sospechoso, Mohammad Salameh, que había regresado en varias ocasiones a la agencia donde había alquilado la furgoneta con la que perpetraron el ataque para exigir el cobro de del depósito.
Después, fueron cayendo el resto de los implicados, todos condenados a cadena perpetua, con la excepción del considerado su cabecilla, el paquistaní Ramzi Yousef, que voló la misma noche del ataque a Pakistán, donde fue capturado en 1995, después de que un antiguo colaborador lo delatara a cambio de la recompensa que se ofrecía por él.
Tras ser extraditado a Estados Unidos, Yousef, sobrino del presunto “cerebro” de los atentados del 11-S, Jalid Sheij Mohamed, fue también juzgado y sentenciado a cadena perpetua.
Para el FBI “el atentado resultó ser una especie de ensayo general mortal del 11-S; y con la ayuda del tío de Yousef, Jalid Sheij Mohamed, Al Qaeda volvería más tarde a hacer realidad la pesadilla de Yousef”.
El recuerdo de las víctimas del atentado
Sus nombres fueron grabados en una pequeña fuente erigida aproximadamente sobre el lugar donde había sido detonado el vehículo. Cinco nombres de hombres y uno de mujer, el de Mónica Rodríguez Smith, embarazada de siete meses y que al día siguiente empezaba su baja por maternidad.
Pero en el colosal destrozo causado por el atentado terrorista del 11-S también se perdieron sus nombres, excepto por una pieza recuperada de la fuente en la que se puede leer el nombre de uno de los fallecidos John (DiGiovanni) y que se expone en el museo del 11-S.
Sus nombres y rostros se pueden ver junto a las fotografías y nombres de quienes perdieron la vida ocho años después. Y también se pueden leer en una de las dos fuentes cuadradas que se hunden en el suelo como una sombra donde antes se levantaban los imponentes rascacielos ahora hundidos y que albergan los nombres de todas las víctimas de los dos atentados.
El museo del 11-S también reserva al atentado de 1993 una sala situada al final de su recorrido por la pesadilla del 11-S, donde se mezclan grabaciones de víctimas desesperadas momentos antes de morir, pertenencias personales halladas entre las ruinas o restos de los edificios y de los aviones que impactaron contra las torres.
No se pueden fotografiar, pero están allí: el pedazo de la fuente, un resto de pared de ese parking B2 de la torre norte, el computador de uno de los miembros de la célula terrorista, el sobre que enviaron al diario The New York Times para reivindicar el ataque o trozos de la furgoneta que escondía los ataques.
Sarmiento, que confiesa la dureza que supone, en ocasiones, trabajar en este museo, asegura que después de lo ocurrido en 1993 se ensancharon las escaleras, se marcaron los recorridos hacia las salidas con pintura fluorescente y se marcaron las puertas con la palabra “Exit” (Salida), para facilitar la evacuación: detalles, que, según explica, ayudaron a salvar vidas en los atentados del 11-S.
Tras la breve ceremonia de hoy, que estuvo encabezada por la gobernadora de Nueva York, Kathy Hochul, y el alcalde de la ciudad, Eric Adams, varios familiares de las víctimas recordaron en voz alta los nombre de los fallecidos y coloraron rosas sobre la placa donde están tallados sus nombres.