Columna de Álvaro Vergara: Padres e hijos: de Carlos Peña a Alejandro Zambra

Por Álvaro Vergara

23.05.2023 / 17:41

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El investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) profundizó en las recientes publicaciones de Carlos Peña y Alejandro Zambra, en las cuales exploran los vínculos familiares."Desde la literatura, Zambra ilumina realidades que parecen confluir con algunas de las conclusiones de Peña, como que la familia nuclear no solo es un lugar de protección y espacio para la reproducción material de la vida, sino también una esfera donde se establecen relaciones con un compromiso afectivo", expresó.


Las relaciones familiares en Chile han experimentado cambios acelerados. Los núcleos familiares estables son cada vez más infrecuentes, y por eso muchos niños suelen ser criados solo por uno de sus padres o incluso por ninguno. Las estadísticas oficiales, año a año, no hacen más que confirmar esa realidad (véanse, por ejemplo, las tasas de matrimonio o divorcio).

Dos recientes novedades editoriales muestran, desde distintos ángulos, una realidad no siempre bien explorada: la relación de los hijos con sus progenitores. Estos son “Hijos sin padre” (Taurus), de Carlos Peña, y “Literatura infantil” (Anagrama), de Alejandro Zambra. La primera obra aborda el fenómeno de la disolución de la familia y la autoridad en las sociedades modernas. La segunda mezcla el ensayo y la narrativa para relatar la novedosa experiencia del autor como padre. Ese es precisamente un cruce interesante entre estas publicaciones: ambos autores reúnen en sí la calidad de hijos y padres. Además, parecen estar directamente relacionados con un hilo argumental en particular: la apreciación contemporánea de la paternidad, que Zambra ilumina desde su propia experiencia y Peña desde la teoría política.

La reflexión de Carlos Peña es atingente para muchos de los problemas políticos que atravesamos en la actualidad. En su libro, el rector de la Universidad Diego Portales, sostiene con agudeza que la familia para miles de chilenos se ha convertido en un simple “grupo de individuos que negocian sus proyectos de vida, sin subordinarlos al compromiso con los otros”. En otras palabras, pareciera que podemos “elegir” ser padres, hijos, hermanos o cumplir cualquier otro rol siempre y cuando nos venga y si realmente lo deseamos. La indisponibilidad, esa característica que solía distinguir a la familia de las otras asociaciones intermedias, ha sido reemplazada por la voluntariedad. La familia es ahora una asociación voluntaria más. Así, ahora conservamos el derecho de entrada y de salida incluso en nuestros núcleos familiares. Por eso hoy casi cualquier compromiso requiere el beneplácito extraído del tan usado cálculo coste-beneficio.

En efecto, lo que únicamente requiere de voluntad para concretarse, en general, suele ser reversible. Si algo no funciona, lo mejor y más fácil es terminar ese compromiso y cumplir con las consecuencias de ese quiebre. Imaginamos que fenómenos como la “paternidad responsable” son capaces de sobrevivir en esa lógica, pero la realidad tiende a desmentirlo. En este contexto debe entenderse también la crítica a las generaciones más jóvenes de tener miedo al compromiso. Las obligaciones y responsabilidades a largo plazo se vuelven aterradoras por su inherente capacidad de modificar por completo nuestro actual modo de vida. Y, en un mundo marcado por la incertidumbre y precariedad, las personas simplemente prefieren evitar ese tipo de riesgos. En esos términos, para algunos el compromiso familiar es una especie de suplicio, mientras que para otros logra dotar a la vida de un sentido especial. Aquí es donde entra al análisis Alejandro Zambra.

“Literatura infantil” retrata precisamente esa divergencia de forma sutil, pero categórica, a través de una anécdota. En su libro, el narrador cuenta que uno de sus mejores amigos lo llama para hablar de su regreso al alcoholismo y de sus “incontrolables maratones de Netflix”. De repente, en medio de su depresión, el amigo le dice: “No sé cómo lo hacen ustedes”. “¿Por qué?”, responde él. “Con un hijo”, explicita su amigo. Zambra estuvo a punto de contestar: “Cómo lo haces tú sin un hijo”. Pero no lo hizo, simplemente le causó gracia que su amigo creyera estar mejor que Zambra y su señora. “De pronto me vi en un mundo paralelo donde yo era, como mi amigo, un avinagrado personaje alopécico, y me costó muchísimo imaginar de dónde sacaría la energía para buscar a manotazos, entre las sábanas, el control remoto”, sentencia, para sus adentros, el autor de Bonsái.

“Toda persona que haya criado un hijo sabe que en muchas ocasiones la palabra felicidad inexplicablemente rima con lumbago”, dice Zambra, mientras reflexiona sobre su papel de padre y recuerda cómo acunaba en brazos a su hijo cada vez más grande. Es decir, constata que la paternidad se funda en una aparente contradicción: los lazos familiares requieren de sacrificios, pero a la vez brindan una alegría inconmensurable.

Desde la literatura, Zambra ilumina realidades que parecen confluir con algunas de las conclusiones de Peña, como que la familia nuclear no solo es un lugar de protección y espacio para la reproducción material de la vida, sino también una esfera donde se establecen relaciones con un compromiso afectivo. Es en la familia donde se da sin esperar recibir nada a cambio. A diferencia del mercado, donde las relaciones son neutras o contractuales, en la familia puede conseguirse afecto por ser quién realmente es, no por aquello que puede conseguirse instrumentalmente de la otra persona.