El investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) reflexiona sobre la figura del presidente de El Salvador y advierte: "Si la situación no se controla, el día en que se erija un Bukele chileno puede estar más cerca de lo deseado. Ese día terminaremos lamentándonos".
El Salvador es un pequeño país centroamericano de 6,5 millones de habitantes, que en las últimas dos décadas se ha caracterizado por concentrar la atención internacional básicamente por cosas negativas. Pese a su pequeño tamaño, era común verlo rondar en el top cinco de todos los rankings de inseguridad y violencia. Las cifras eran alarmantes: el viernes 26 de marzo de este año alcanzó los 62 asesinatos en un solo día. Durante todo el 2021 la tasa de homicidios diarios fue de 20 por cada 100.000 habitantes, y en 2015, de 100 por cada 100.000. La causa de este descalabro siguen siendo las famosas maras; grupos delictuales de sujetos tatuados en su totalidad, que lograron controlar grandes cantidades de territorio a punta de bala.
Esa era más o menos la situación antes de la aparición de Nayib Bukele, quien, luego de tratar a los pandilleros como tontos, el 29 de marzo les enviaría el siguiente recado: “Mensaje a las pandillas. Tenemos 16.000 ‘homeboys’ en nuestro poder. Aparte de los 1.000 arrestados en estos días. Les decomisamos todo, hasta las colchonetas para dormir, les racionamos la comida y ahora ya no verán el sol. PAREN DE MATAR YA o ellos la van a pagar también”.
Con su “Plan de Control Territorial”, la población de El Salvador obtuvo mayor presencia policial y militar en las calles por medio de estados de excepción ininterrumpidos. Bukele, en un periodo acotado, pagó un altos y peligrosos costos para recuperar los espacios públicos.
El presidente del Salvador es un líder joven, astuto, carismático; un gran orador que utiliza a su favor la emocionalidad y los viejos rencores contra la clase política tradicional. Eso, entre otras cosas, le ha permitido hasta ahora tener a la ciudadanía de su lado. Bukele no solo detenta el ejecutivo y posee las mayorías en el legislativo, sino que cuenta con un 88% de aprobación a su gestión (un caso único en el mundo).
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Pero las críticas, sobre todo de la comunidad internacional, no se han hecho esperar. Bukele también tiene un lado negativo: destituyó a magistrados de la Corte Suprema, al Fiscal Nacional, limita constantemente la libertad de prensa y restringió la protección de los derechos humanos de algunos inocentes. Aun así, se defiende retóricamente utilizando el clivaje élite versus pueblo y despotricando contra los intereses internacionales que restringen la soberanía de su nación. El presidente desafía a todos los carteles recorriendo el país con su comitiva; recauda fondos de países rivales —nada menos que de Estados Unidos y de China—; y esquiva cualquier control que se le pueda imponer, por eso criptomonetizó la economía y evade a la prensa oficial utilizando las redes sociales.
Hace enervar a sus críticos. Si los privilegiados de otras latitudes creen que poseen un derecho a opinar sobre dificultades que desconocen, para Bukele su opinión no tiene la más mínima importancia. Para él, la única opinión que vale es la de su pueblo, al que dice poder escuchar.
El caso de El Salvador es interesante considerando los problemas y desafíos del Chile actual. Hoy, por ejemplo, nuestra tasa de asesinados se ha disparado un 55% comparada con la del año anterior. Tan brutal es la situación que incluso la ministra vocera de la Corte Suprema, Ángela Vivanco, dijo que nuestro Estado de Derecho está en “jaque”, lo que fue refrendado por el fiscal nacional Jorge Abbott. Nuestra ciudadanía, al igual que los salvadoreños, demanda seguridad ante la incertidumbre, desesperanza y miedo constantes destruyen su calidad de vida.
¿Es el camino que tomó El Salvador el que Chile debe seguir? No. El gobierno salvadoreño se sustenta en un gran costo económico, en menoscabo a los derechos humanos y en una erosión democrática que, si no se transforma en dictadura, se hará insostenible a largo plazo. Es más, Bukele, siguiendo la tónica del autoritarismo latinoamericano, ya se repostuló a la presidencia pasando a llevar la explícita prohibición constitucional que se lo impide.
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Si la crisis política que venimos experimentando al menos desde 2019 no se resuelve por los caminos institucionales, es posible que liderazgos de este tipo aparezcan en el horizonte. ¿Qué son las altas votaciones del Partido de la Gente o liderazgos como Rivas, de la Carrera, Jiles sino la expresión de una desafección con la política tradicional y una búsqueda por personalidades que cumplan aquello que el estatus quo no ha podido solucionar? En este escenario, la importación delictual, el control territorial y armamentístico de los narcotraficantes, y la pérdida de respaldo que sufrieron las fuerzas de orden por parte de una clase política oportunista e irresponsable son sus más rápidos acelerantes.
Por ahora podemos burlarnos de personajes como el “sheriff”. Distinto será cuando aparezca otro más inteligente, astuto y con olfato político. Restablecer el orden y la seguridad no son tareas fáciles, y se necesita efectividad urgente. Si la situación no se controla, el día en que se erija un Bukele chileno puede estar más cerca de lo deseado. Ese día terminaremos lamentándonos.