La investigadora asociada Fundación P!ensa analizó el escenario político internacional que se genera ante los próximos proceso electorales de diversos países del mundo este 2024 y el impacto que podrían tener en Chile. "No hace falta más que mirar a nuestros vecinos, e incluso potencias mundiales, para cuestionarse cómo el éxito de algunos líderes no tradicionales podría inspirar algo del estilo a nivel local", sostuvo.
Este año el mundo estará plagado de procesos electorales y más del 50% de la población global acudirá a las urnas a marcar sus preferencias por cargos de elección popular, pudiendo algunos de ellos tener especial importancia en las elecciones que vendrán para Chile.
No hace falta más que mirar a nuestros vecinos, e incluso potencias mundiales, para cuestionarse cómo el éxito de algunos líderes no tradicionales podría inspirar algo del estilo a nivel local.
A la vuelta de la esquina están las elecciones presidenciales en Taiwán a realizarse el 13 de enero. El resultado podría suponer un aumento de las tensiones geopolíticas con China; régimen autoritario en el que Xi Jinping ocupa el cargo máximo desde hace más de diez años.
Si bien el régimen establecido en el gigante asiático no es comparable con la democracia de la que gozamos en Chile, hemos visto cómo en las últimas elecciones han aparecido figuras más disruptivas, marcando preferencias, y cómo los extremos han gozado de la mayoría en los dos procesos constituyentes que tuvimos en los pasados cuatro años.
En marzo habrá “elecciones” presidenciales en Rusia, que distan de ser un proceso electoral democrático. Si bien se aprobaron dos candidatos para hacerle frente a Putin, este lleva 24 años en el poder y la probabilidad de triunfo de sus oponentes es nula, dejando a la población rusa sumida en una autocracia de la que es difícil escapar sin intervención internacional, y que los ha llevado a estar sumidos en una guerra pronta a cumplir dos años.
Esto derivó también en que sea el país que más cae en el índice de democracia construido por The Economist Intelligence Unit, posicionándose nuevamente como una autocracia y perdiendo 22 puestos en el ranking.
No nos debemos olvidar de una de las -anteriormente- consideradas democracias modelo del mundo, y es que EE. UU. tendrá elecciones presidenciales en noviembre. Según The Economist, la economía más grande del globo se caracteriza por ser una “democracia deficiente” y hasta ahora los candidatos con más probabilidades son -el incumbente- Joe Biden y el exmandatario Donald Trump.
Este último conocido también por su alianza estratégica con Vladímir Putin, y cuestionado en lo más reciente en demandas impuestas por algunos estados por participar en la insurrección del asalto al Capitolio en enero de 2021.
Si bien aún es preliminar, algunas encuestas (ActiVote, The Economist, Morning Consult) muestran preferencias parejas entre él y el actual presidente, llevando a cuestionarnos cómo una figura acusada de cometer tantos ilícitos puede aún estar dentro de los principales candidatos.
Y es que estos personajes disruptivos han ganado elecciones, no solo en países lejanos. Basta con mirar el caso de Argentina y el triunfo de Javier Milei, que a pesar de sus drásticas medidas y una inflación que se encamina al 200% anual, la desaprobación supera marginalmente el 50%, niveles bastante bajos al compararlos con sus pares de la región.
No es imprudente pensar que en el mediano plazo su gestión puede ser exitosa, tras un electorado argentino que cansado de “más de lo mismo” lo eligió con un 55.7% de los votos, marcando una brecha de más de 10 puntos porcentuales con Sergio Massa.
Un eventual éxito de Milei podría compararse con la gestión de Bukele, que sí goza de elevados niveles de aprobación. Las elecciones en El Salvador serán en menos de un mes y las encuestas apuntan a que pueda alcanzar la mayoría absoluta incluso en la primera vuelta. The Economist calificó a este país como un régimen híbrido, pero cayó 14 puestos en el último ranking.
Esta medición aún no incorpora el último movimiento del presidente, y es que solicitó a la Asamblea Legislativa -con un desenlace exitoso- permiso para ser reelecto; algo que no estaba considerado en las normas salvadoreñas, coqueteando con el autoritarismo. ¿Puede una popular figura presidencial convertirse en un dictador? La historia nos muestra que sí, y uno de los casos más emblemáticos -sin ánimo de comparar- es el de Adolf Hitler.
Chile, aun lejos de triunfos de este tipo de personajes disruptivos, también tendrá elecciones en 2024. En octubre, una población hastiada por la cantidad de elecciones que ha tenido los últimos años se acercará nuevamente a las urnas para elegir autoridades regionales, probablemente enfrentándose a una “sábana” de nombres, entre los cuales tendrá que decidir por gobernadores, alcaldes y consejeros regionales.
Así como la política lo está siendo, el resultado de una elección también puede ser “hijo de su tiempo”, y es que un electorado cansado del funcionamiento de la política hasta ahora, que le falla consistentemente, puede querer conocer algo fuera de lo tradicional.
Es así como la composición final de las alcaldías y los gobernadores electos se podrán considerar como una señal de alerta a cómo las personas perciben y aprueban el desempeño de la presidencia y el Congreso, siendo esta última la segunda institución con menor porcentaje de aprobación según la última Cadem.
A este solo le ganan los partidos políticos, con solo un 12% de aprobación, y que son los responsables de captar al electorado para evitar el surgimiento de estas figuras disruptivas como las que vemos en otros países.
Las democracias más puras han demostrado ser positivas para su población y no es casualidad que las mejor evaluadas gocen de los más altos índices de calidad de vida, menor desigualdad en la distribución del ingreso, mayor riqueza y productividad.
La democracia hay que cuidarla y sus mecanismos deben ser usados para que las personas puedan poner en las prioridades de la agenda política sus preocupaciones y urgencias.
Esta vez, no es solo culpa de la clase política, la corrupción y la falta de acuerdos; nos encontramos ante un fenómeno global, que aún no se ha masificado y que valdría la pena frenar.
En este caso es el electorado el que -al menos en Chile- todavía tiene gran parte de la responsabilidad en sus manos y puede optar por opciones más sensatas, con ideas positivas para que el país avance. Perpetuemos lo bueno y desechemos lo malo.