Columna de Cristián Castro: Chile en la larga duración

Por Cristián Castro

22.12.2023 / 14:42

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El director de la Escuela de Historia de la Universidad Diego Portales analiza la trayectoria del proceso constitucional, algunos de sus hitos y las enseñanzas que quedaron, todo en una analogía basada en la noción de eras del mediterráneo instaurada por Fernand Braudel: "Quizás este doble rechazo habla de una población bastante más madura de lo que se nos ha querido hacer pensar".


El historiador francés Fernand Braudel, quizás uno de lo más importantes intelectuales del siglo XX, desarrolló la pedagógica noción de los tres tiempos históricos para entender el devenir del mundo mediterráneo. Estas tres categorías son el tiempo de las estructuras o la larga duración, el tiempo de las coyunturas y el tiempo de los acontecimientos. Braudel argumentó que la combinación de estos tres tiempos ofrece una comprensión más completa y profunda de la historia, permitiendo captar tanto las tendencias de largo plazo como los eventos más inmediatos.

El domingo recién pasado Chile decidió rechazar en las urnas un segundo borrador de constitución elaborado por la Comisión Experta y el Consejo Constitucional. Inmediatamente culminado este acontecimiento, para ponerlo en lógicas braudelianas, surgieron voces críticas del resultado argumentando que nuestro país se convertía en un caso de estudio a nivel mundial por haber rechazado dos intentonas constitucionales en poco más de un año.  A diferencia de lo que se plantea en medios, quizás este doble rechazo habla de una población bastante más madura de lo que se nos ha querido hacer pensar. Quizás no somos tan infantiles en nuestras decisiones, y tenemos bastante mejor diagnóstico de lo que queremos y no estamos dispuestos a embarcarnos a tontas y a locas en los proyectos de país que se nos han propuesto. Quizás el problema no es la masa infantil, sino seguir escuchando a una ciudad letrada que fue incapaz de ver la fatiga de materiales del modelo de desarrollo chileno hace ya varios años, ni menos tiene la capacidad de imaginar soluciones para nuestro futuro que beneficien a las mayorías.

Quizás llegó la hora de superar el cortoplacismo que ha inundado nuestra sociedad desde hace ya un tiempo. Quizás debemos superar la tentación de caer en las explicaciones simplistas, como el argumento generacional, porque como bien señalaba Philip Bump, columnista del Washington Post, “nos obsesionamos con generaciones de la misma manera que con nuestros horóscopos, reconociendo que es una aproximación tonta de quiénes somos, pero los exploramos en busca de los detalles que creemos correctos”. Quizás llegó el momento de entender que la mentada modernización capitalista chilena también involucró hacernos conscientes del peso de la historia tradicional en nuestro andamiaje nacional. De ahí el shock que produjo hablar de un Chile plurinacional en la primera intentona constitucional (aunque en la práctica lo somos). Y quizás también estamos conscientes de nuestra historia reciente, donde, por ejemplo, entendimos como sociedad el potencial retroceso en derechos que involucraba aprobar el más reciente borrador de constitución. Quizás.

Hace 50 años, Chile experimentó uno de los episodios más trágicos de nuestra democracia cuando se derrocó un gobierno que intentó repensar la relación entre capital y trabajo. Desde el 2018 como sociedad estamos inmersos en un nuevo proceso de negociación entre nuestra realidad material y lo que pensamos que debiese ser nuestra sociedad en el futuro. Siguiendo a Braudel, si algo ha quedado claro en este último lustro es que en nuestro convulsionado hoy conviven tres tiempos históricos: un pasado colonial que alimenta nuestras relaciones de clase y nuestro racismo de larga duración, una coyuntura que sigue siendo informada por la Guerra Fría (el trauma anticomunista), y también un presente inundado de política pequeña que solo busca llegar mejor posicionado a la próxima elección (sea cual sea), y en lo posible mantener el statu quo que sigue privilegiando a los de siempre.