En su columna el director de la Fundación Jaime Guzmán menciona el desafío de las fuerzas de derecha de "volver a ofrecer un nuevo proyecto de sociedad sustentado en aquellas ideas que las convocan", cuestionando cómo se plegaron a las ideas progresistas generadas durante la Concertación.
Hace poco más de cincuenta años, sectores conservadores y liberales decidieron trabajar en conjunto dando fruto a una alianza donde ambos grupos —unos promovían una visión del ser humano fundada en la antropología cristiana y otros una visión liberal de la economía— se respetaban mutuamente y fueron capaces de construir una nueva institucionalidad política y económica que sembró prosperidad en un contexto donde la primacía sociopolítica aun giraba en un imaginario principalmente conservador.
El liderazgo que Jaime Guzmán tuvo en esa alianza permitió que primara una visión de sociedad donde el crecimiento económico también debía tener un sentido que trascendiera lo meramente material, precisamente porque se otorgaba a las personas un lugar preponderante y, consecuentemente, se ponían la economía y el Estado a su servicio.
Aquel ciclo fue virtuoso y se impregnó en nuestra sociedad. De hecho, en los recientes procesos constitucionales el rol del Estado y de las familias en la educación de sus hijos fue uno de los factores medulares en los nudos de discusión que separaban izquierdas de derechas.
Una vez asesinado Jaime Guzmán, la UDI se encargó de mantener su legado de ideas a través de una homogeneidad que se expresaba en gestos, como votar de pie en el Congreso, y sobre todo en sostener una posición colectiva clara y única como partido político.
A medida que avanzaron los años, la Concertación impulsó sin retroceder una agenda progresista que implicó abrir debates sobre esos valores que hegemónicamente representaba la derecha. De este modo, la convivencia entre liberales y conservadores fue abriendo paso a la expresión de diferencias que daban cuenta de que la “guerra fría” había finalizado y que la palabra libertad ya no era suficiente para construir un relato político. La centroizquierda sabía esto, tanto como que la caída de los socialismos reales debía empujar su propia moderación.
Chile comenzó así a experimentar un momento socialmente líquido donde los esfuerzos políticos apuntaron a romper de a poco esa alianza otrora fecunda. La derecha terminó, sin mucha capacidad de resistencia, mimetizándose o francamente plegándose al proyecto cultural de la Concertación. Ese fue el momento para que, desde sectores conservadores, irrumpieran una serie de críticas a esa alianza liberal-conservadora por considerar que impulsaba el individualismo.
Desde hace algún tiempo han surgido señales de que esa alianza ya no es tal. Hoy parece haber más bien tolerancia entre ambos sectores en un Chile que es cada vez más liberal en lo valórico y que se emborrachó de estatismo durante el intento insurreccional de 2019. Entre los partidos hemos presenciado fragmentación, variadas posiciones sobre un mismo tema (económicos y valóricos) y el avance de políticas que contradicen las convicciones declaradas. Esto posibilitó —entre otras cuestiones— que surgiera una nueva fuerza política a la derecha de Chile Vamos que ha buscado, en la competencia y no en la alianza, disputar la primacía del sector.
Hoy, de cara a nuevas elecciones y frente a un nuevo ciclo de miedo e inseguridad que eclipsó el ambiente de fervor revolucionario que caracterizó a la intentona insurreccional de 2019, Chile requiere de nuevos proyectos de sociedad que convoquen al futuro. Aunque ciertamente no nos referimos a una refundación como proponía el fracasado primer proceso constitucional.
El proyecto de las izquierdas ha demostrado dañar instituciones como la familia y valores como la autoridad en diferentes esferas. Del mismo modo, su discurso feminista, que prometía una mejor convivencia, se ha derrumbado como varios otros relatos y pseudo principios que el propio gobierno frente amplista se ha esmerado en desmoronar en estas últimas semanas. Las izquierdas deberán construir un nuevo proyecto creíble y, dada la profundidad de su crisis, probablemente tardarán en hacerlo.
Mientras tanto, las diferentes fuerzas de derecha tienen una oportunidad única de volver a ofrecer un nuevo proyecto de sociedad sustentado en aquellas ideas que las convocan. Libertad, orden, seguridad, estado de derecho, autoridad, familia, subsidiariedad, cuidados, integridad pública y prosperidad son algunos conceptos ampliamente consensuados que sirven para iniciar. Ese es el desafío y ahora es cuando parece haber un buen momento para una nueva alianza en clave de los tiempos que corren y con un nuevo proyecto de sociedad.