El Investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) sostiene que el abanderado oficialista enfrenta no sólo el desafío de reconfigurar el sector, sino que también una paradoja: "necesita distanciarse lo más posible de sus partidos para ganar, pero los necesita para gobernar. Pobres en organización y en redes, los partidos de Chile Vamos tendrán que saber rearticularse y ofrecer algo nuevo a la ciudadanía".
Cunde en la derecha cierto entusiasmo por el millón trescientos mil votos obtenidos en la primaria presidencial. Y aunque se trata de una cifra alentadora –el electorado de derecha está más vivo de lo que se creía–, la realidad obliga a ser un poco más cauteloso; o al menos, a levantar ciertas prevenciones respecto del futuro del sector. En particular, sobre sus perspectivas de ofrecer gobernabilidad para el frágil ciclo político y social en que estamos.
De hecho, Sebastián Sichel pareció caer del cielo al oficialismo. En medio de la profunda crisis después de las elecciones de mayo logró con talento concitar un apoyo sorprendente, pero esto sólo confirmó la debilidad de los partidos tradicionales del sector. Es cierto que el elocuente porcentaje que Sichel obtuvo insufla un aire fresco del que carecía la derecha, y que tiene perspectivas no despreciables de ganar la elección presidencial de fines de año. Pero nada de esto borra su profunda crisis.
El desafío para Sichel es inmenso: imponerse frente a un Gabriel Boric que ha sabido mostrar su lado más amable, a pesar del maximalismo de sus aliados —y que él mismo ha mostrado en ocasiones—, y a Yasna Provoste, cara visible del acuerdo para el IFE universal, será una tarea titánica. Exigirá los mejores esfuerzos por conectar con amplias mayorías de la población, desilusionadas por un sistema político autorreferente, por dos —cuatro, en rigor— gobiernos que, pese a las mayorías electorales que los apoyaron, no supieron (o no pudieron) sostenerse bien en el poder. Ambos salen en cierto sentido por la puerta chica de la historia, destino que no tenía por qué ser así, considerando los inicios de ambos.
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Ahora bien, no solo se trata de ganar. Y esto es bueno recordarlo ante la excesiva alegría de algunos. Sichel tiene aquí dos alternativas: la posibilidad de pasar a la historia como el presidenciable que ayudó a configurar una nueva coalición, liderar la reconstrucción de un sector en el suelo, venciendo las dudas que hasta ahora ciertos actores de la propia derecha tienen sobre su persona, o bien, llegar al poder para ser incapaz de conducir el crítico periodo que enfrenta el país. Que se encamine hacia lo primero, dependerá de muchos factores, tanto al interior de la coalición, como en su relación con los demás sectores y la ciudadanía. Y es fundamental que el candidato tome nota de ello. Veamos, entonces, el problema que le presenta a Sichel la crisis de los partidos de Chile Vamos.
Agotado ya el ciclo ideado por Jaime Guzmán, el oficialismo exhibe —sin perjuicio de ciertas excepciones— agrupaciones sin ideas, cansadas de masticar viejos discursos, con lógicas clientelares enquistadas en su seno, carentes de puntos de contacto con la ciudadanía y aquello que hemos denominado “los territorios”. A pesar del desprecio que muestran algunos actores del sector por las ideas o la política, lo cierto es que en ellas se sustenta una coalición a largo plazo, dándole un horizonte más amplio que las discusiones contingentes, sumidas en las impostergables urgencias cotidianas. Al mismo tiempo, surge una paradoja: Sichel necesita distanciarse lo más posible de sus partidos para ganar, pero los necesita para gobernar. Pobres en organización y en redes, los partidos de Chile Vamos tendrán que saber rearticularse y ofrecer algo nuevo a la ciudadanía. Sin embargo, era difícil que el impulso de cambio viniera desde dentro de ellos. La incomodidad que surge con la derrota de la UDI, RN y Evópoli puede ser el caldo de cultivo para una derecha más robusta. Y Sichel deberá saber conducir ese proceso.
La derecha que no sabe hacia dónde empujar, incómoda, es un animal fácil de cazar. Tiene poco para ofrecer conducción, sobre todo por el indesmentible peso de los últimos gobiernos. En cierto sentido, esta podredumbre generalizada exigirá podar por todos lados, incluso, cortar cabezas importantes en el sector para que, en algún tiempo más, aparezca algo. Matar al padre, en algún sentido. Todo esto bajo la amenaza que constituye José Antonio Kast y su partido, que puede capturar votos importantes que impidan a Sichel pasar a la segunda vuelta y ganar.
Esto también será una prueba para Sichel de cara a esta reconstrucción del sector. No es absurdo pensar que la campaña de JAK tendrá un fuerte componente anti-Sichel, junto con los embates de los demás candidatos. Ya lo han esbozado al utilizar el poco disimulado lenguaje de la derecha light o acomplejada. Por el contrario, el candidato de Chile Vamos tendrá que cultivar una imagen razonablemente conciliadora frente a las previsibles agresiones que recibirá desde su derecha, fijando prioridades políticas que le permitan al mismo tiempo confirmar su vocación de centro y cerrar su flanco derecho. Que no exista un pacto parlamentario entre ambos sectores puede beneficiarlos a ambos: fortalece la novedad relativa de Republicanos, a la vez que descomprime el flanco que tendría Sichel sobre sí de pactar con un sector con el cual no concuerda ni pretende representar, al menos en campaña.
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Si Sichel aceptara jugar este rol reconstructor, tendrá también que crear algo así como un lenguaje nuevo. Las categorías actuales de la derecha, decíamos, lucen por su falta de brillo y conexión con el Chile de la modernización capitalista. Lenguaje, en su sentido más amplio. Ciertamente, como discurso, pero también como modos de encarnar y abordar fenómenos sociales para los cuales nos faltan conceptos. ¿Qué tiene que ofrecer la derecha frente a la rabia, el enojo, la frustración que innumerables estudios constatan? ¿Cómo lidia con la inmensa incertidumbre en que tantos viven a lo largo del país? ¿Hay alguna aproximación a los problemas del medio ambiente y cambio climático, como factores centrales de esa incertidumbre? ¿Se trata, simplemente, de apretar los dientes y el acelerador para salir? ¿Cómo refleja un gobierno las ansias de cambio de la población, de reseteo, cuando sus palabras, sus personas, muestran justo lo contrario? ¿Se trata, como dijera Eugenio Tironi, solo de captar el voto de la gente que quiere tener una pyme o manejar una camioneta? ¿Basta la recuperación económica para revitalizar un tejido social debilitado? Hay en estos cambios una inmensa oportunidad para demostrar el talante del candidato Sichel.
Sea elegido o no como presidente, Sebastián Sichel tiene una responsabilidad con el sector que lo respalda, de la cual depende no solo la sustentabilidad de la derecha hacia los próximos años, sino también la de su eventual gobierno. Ya hemos visto lo difícil que se vuelve gobernar cuando no se cuenta con una coalición a la altura de los desafíos. Sea por altura republicana, sea por mera conveniencia, habrá que responder preguntas acuciantes y necesariamente dolorosas, que suponen poner los mejores esfuerzos a la tarea. Luego, actuar en consecuencia, a pesar de los resquemores obvios que se mostrarán con el devenir de la campaña. Sebastián Sichel bien puede ganar la elección presidencial, pero también puede ir por un premio mayor: reconfigurar el futuro de la centroderecha política. Todo dependerá de una cuota de sana y necesaria ambición.