"No es permisible que se hable de una generación perdida (...) es una generación que logró sobrevivir a una pandemia global", comenta el presidente del directorio de Educación 2020. "A lo mejor en lugar de llegar con recetas por el diario para los colegios, es momento de ponerse a disposición y preguntarles en qué se les puede ayudar", agrega en su columna.
Lucidamente, José Joaquín Brunner, en una reciente columna en El Mercurio, señaló que “los debates educacionales se vuelven a ratos babélicos; esto es, confusos, ininteligibles. Ello se acentúa con la mezcla de pasiones, ideologías, creencias, tradiciones, valores, ideales pedagógicos e intereses que aquí se hallan en juego”. ¿Acierta Brunner en explicitar que en el debate público sobre educación se mezclan peras con manzanas? Hay una suerte de majadería en sobre simplificar la complejidad. Más, me inclino a creer, que es la banalidad de abordar temas que creemos conocer por el solo hecho de haber sido alguna vez estudiantes o apoderados.
Es que la conversación de décadas por mejorar la educación ha pasado por momentos de máxima prioridad en la agenda pública, y otras en que no aparece siquiera entre las prioridades de la ciudadanía en las encuestas de opinión. Solo al asumir que la educación es uno de los procesos más sofisticados que la humanidad puede llevar a cabo, es posible dimensionar los retos que las políticas educativas y las escuelas tienen para hacerse cargo en el corto, el mediano y el largo plazo de la vida de las personas y la democracia. La educación es y necesita de la buena y sana alimentación, del descanso adecuado y reposo, de la disciplina del estudio, del cariño y acompañamiento para abordar las frustraciones al no entender algo y aprender de ello, de los métodos de aprendizaje, del ocio para asimilar lo aprendido, del acceso y discernimiento del conocimiento, del desarrollo de los talentos, del compañerismo, del respeto, de los sueños y aspiraciones de proyectos de vida, del comportamiento humano y de conocerse a sí mismo. Por esto, y mucho más, es que buscar recetas mágicas que puedan dar respuesta rápidas y replicables en cada rincón del país es una ilusión y enturbia la reflexión para poder avanzar con acciones y rutas definidas y compartidas.
Lo que no podemos olvidar es que hoy nos encontramos donde estamos porque la emergencia sanitaria nos llevó a cuidarnos como país. Más de 62 mil personas ya no nos acompañan. La perspectiva histórica no puede pasar desapercibida luego de haber tenido a la muerte frente a nuestras puertas. Eso no es inofensivo, y así lo demuestran cifras con las consecuencias emocionales, la angustia y la profundización de las problemáticas sociales. La incapacidad de ver sentido comunitario en nuestras vidas, el aumento en la violencia como herramienta y justificación en la resolución de conflictos, o ideas e intentos suicidas en jóvenes y adolescentes son muestra de ello. Sin mencionar pérdidas de trabajo en la familia, e incluso duelos inconclusos.
Por eso no es permisible que se hable de una generación perdida con todas las dificultades que puedan tener en sus aprendizajes. Esta generación de niñas, niños y jóvenes, a los cuales es urgente responderles, es una generación que logró sobrevivir a una pandemia global. No nos olvidemos de ello.
El mismo académico cierra su texto indicando que “todavía hay tiempo para que el Mineduc y el Gobierno tracen un camino realista para la gobernanza del sistema. Solo necesitan proponer un plan que concertadamente impulse la acción colectiva frente al desastre causado por la pandemia. Y con ello se ordenará también el debate. Para eso tendrían un apoyo amplio en la sociedad”. Coincidentemente, días más tarde, el Gobierno ha dado a conocer las medidas para el año 2023 del Plan de Reactivación Educativa. Dentro de estas medidas se encuentra la ampliación del programa de convivencia y salud mental, el cual se desarrollará en alianza con las universidades y equipos territoriales de convivencia, para entregar apoyo psicosocial a las 100 comunas que se han priorizado, alcanzando dos mil cien establecimientos educacionales. Buena noticia. En segundo lugar, se entregarán kits de apoyo pedagógico para 2° y 4° básico, los cuales tendrán una evaluación diagnóstica, recursos y materiales como guías y videos. Todo muy práctico. A esto se suma un equipo de mil trescientos profesionales que se enfocarán en buscar y hacer todo lo posible para que aquellos estudiantes que no están yendo a clases lo vuelvan a hacer. Gran noticia. Y, finalmente, se dio a conocer el Consejo para la Reactivación Educativa, el que está compuesto por 23 personas de diversos ámbitos y tendencias políticas, el cual trabajará para entregar recomendaciones al Mineduc sobre qué hacer para la reactivación educativa. Buena noticia también porque se nota y valora el compromiso y disposición de personas que sin duda piensan distinto en pos de un objetivo mayor. Como siempre ha debido ser, por cierto.
Es prácticamente imposible estar en desacuerdo con este llamado a hacerse partícipe de la urgencia. Conocidos son los efectos nocivos en el desarrollo de la vida de las personas del no poder completar sus estudios, como también lo son para la sociedad. Sin embargo, este no es un problema nuevo y la urgencia viene desde antes. Enhorabuena que más personas se sumen a la causa por volver a posicionar a la educación como la principal prioridad nacional. Sin embargo, son medidas que de por sí no lograrán las transformaciones de largo plazo, porque, por construcción, son medidas acotadas para un tema en específico. La disposición a actuar debe estar clara en ese marco de acción inmediata, pero que, de ser fructífero el modo de trabajo, puede abrir una ventana de oportunidad para un gran acuerdo nacional de educación para las siguientes décadas.
Con todo, la urgencia educativa para recuperar los aprendizajes es de tal envergadura que se necesita el compromiso ampliado para dar abasto. No será el Mineduc el que pueda hacerlo, ni menos el Consejo recién convocado. Serán cientos y miles de engranajes que se deben articular ante este llamado para responder la pregunta: ¿En qué puedo ayudar? Lo planteo directamente porque debemos romper con la mirada paternalista de decir qué es lo que se debe hacer. Se debe romper el vicio de decirle a los profesores qué es lo que tienen que hacer, de decirles a las escuelas cómo deben hacer su trabajo. Cuando vemos que un familiar o amigo puede necesitar ayuda, no basta con acercarse y decirle: “Oye, mejórate. Mejor piensa positivo y tira para arriba. Lo que tienes que hacer es…”. No, esa persona no recibirá ese consejo, ni entenderá por qué se lo estás dando si no lo ha pedido. Únicamente estará en disposición de pedir ayuda, si se dan las condiciones para ello y si reconoce que requiere ayuda y sabe dónde y cómo pedirla.
A lo mejor debiéramos hacer algo similar con los colegios. En lugar de llegar con recetas por el diario, es momento de ponerse a disposición y preguntarles en qué se les puede ayudar. Cuando lo hemos preguntado, nos han dicho de manera recurrente que se requiere más innovación educativa para reconstruir aprendizajes, pero, sobre todo, para reconstruir vínculos entre personas y comunidades dañadas. Ante esto, en Fundación Educación 2020 hemos contribuido en cientos de colegios a lo largo del país, y nos hemos puesto a disposición del Ministerio de Educación para acompañar el Plan de Reactivación de Aprendizajes, al cual contribuimos en una primera instancia en establecimientos del Servicio Local de Educación Pública Gabriela Mistral con Tutorías entre Pares, y esperamos poder hacerlo en cientos de establecimientos que lo requieran durante el 2023, gracias a alianzas público-privadas que así lo permitan. En esto, desde la sociedad civil estamos participando con múltiples buenas experiencias y seguiremos haciéndolo gracias al generoso aporte de instituciones públicas y privadas que priorizan recursos y capacidades para aportar a través de estas iniciativas que van directo a la mejora educativa.
Este trabajo paliativo y de urgencia que se desarrollará el 2023 debe ser un punto de inflexión para el largo plazo. Si queremos que las mejoras sean sostenibles en el tiempo, que las ganas de contribuir por una educación mejor para Chile se mantengan como prioritarias y en acuerdos amplios, es necesario contar con todo el dispositivo político y técnico que el país tenga a disposición. Y lo tenemos. Esto porque, al preguntar a los sostenedores en qué se les puede ayudar para poder acompañar las trayectorias educativas de cada estudiante sin excepción, nos han dicho que requieren “más manos”, como me dijera un sostenedor público, y “más musculatura”, como lo hiciera un par de establecimientos. El gran acuerdo nacional por la educación que puede surgir este 2023 necesitará de la disposición política y de una alianza público-privada que permita ver la realidad de todos los establecimientos, públicos y privados, y dotarlos de los recursos, competencias, capacidades y apoyos para que sean estos los mejores lugares para trabajar, los mejores lugares para aprender, los lugares más seguros donde estar y los espacios donde no haya más restricciones que la falta de tiempo para querer estar más tiempo dentro de ellos.