"¿Todo a lo que se llama extrema derecha es lo mismo? ¿Cuáles son las causas del auge de estos movimientos y grupos? ¿Qué responsabilidad tienen los grupos llamados moderados en este proceso?", cuestiona el investigador de la Dirección de Contenidos del Instituto Res Publica.
El 9 de junio se terminaron de celebrar unas nuevas elecciones al Parlamento Europeo. Unas elecciones que suelen no despertar demasiado entusiasmo, ni para la fauna de opinadores de la contingencia internacional ni para los propios votantes europeos. Pero estas concitaban una atención especial. Se gastó bastante tinta y tertulias en radio y televisión sobre el tema fetiche del mainstream mediático: la “extrema” derecha.
En los últimos 10 años el debate político europeo ha estado centrado, principalmente, en la aparición de fuerzas políticas fuera del arco de partidos políticos tradicionales. Movimientos, liderazgos, grupos y partidos que van más allá del eje izquierda/derecha, o de la oposición entre conservadores-liberales y socialdemócratas-progresistas. Casos como el de Podemos o Vox en España o el Movimiento 5 Estrellas en Italia, son algunos ejemplos de esta dinámica.
Pero en tiempo más reciente, la atención ha recaído casi exclusivamente en el auge que ciertas fuerzas alternativas de derecha están teniendo. Con expresiones de temor y casi pánico en algunos actores políticos, se ha planteado lo peligroso que es que estos movimientos ocupen cada vez más espacio en las instituciones nacionales y continentales. Se problematiza sobre la amenaza que estos representarían para las estructuras democráticas occidentales y los riesgos que estas presentarían para el ejercicio de la libertad.
Sin embargo, ante tales supuestas amenazas y males venideros, hace falta un análisis serio, tranquilo y honesto sobre varias cuestiones que nos podrían ayudar a entender una realidad que el ruido mediático no permite comprender a cabalidad. Existen algunas interrogantes que pueden ayudar a comenzar esta conversación: ¿todo a lo que se llama extrema derecha es lo mismo? ¿Cuáles son las causas del auge de estos movimientos y grupos? ¿Qué responsabilidad tienen los grupos llamados moderados en este proceso? ¿Si es posible hablar de “extrema” derecha, hay a su vez algo así como una “extrema” izquierda? En fin, podríamos seguir planteando preguntas que nos ayuden a entender el fenómeno y analizarlo con mayor claridad.
Ahora bien, la pregunta central tiene que ver con la razón de ser de las derechas alternativas en el mundo. Para algunos, estás nacen simplemente como resultado de la evolución de un modelo establecido – la democracia liberal capitalista – mientras que para otras más bien son consecuencia o reacción de las derivas a las que se ha llevado el consenso liberal-progresista occidental tanto en Europa como en las Américas. Pienso que es más lo segundo que lo primero, pues son respuesta a la idea de que todo avance o progreso es positivo y beneficioso en sí mismo. ¿O es que acaso el buenismo voluntarista no tiene ninguna responsabilidad?
Según los datos del último Euro barómetro, uno de los principales problemas que para los ciudadanos de la Unión Europea –con matices entre los distintos estados miembros, por cierto– es la migración irregular. En la vieja y sabia Europa se han producido movimientos migratorios desde su conformación, pero nunca antes tan masivos y desordenados como hoy en día. Así, lo que ocurre actualmente ha llevado a límites exagerados el intercambio de modos de vida y cosmovisiones de la sociedad, con pueblos históricamente cristianos siendo obligados a no protestar por costumbres islámicas que contradicen las bases en que se funda occidente. La presión a que se someten las comunidades sin la posibilidad real de reclamar o cuestionar el proceso sin el temor a la cancelación es muchas veces insoportable para los afectados.
¿Creo que el multiculturalismo es malo? Muy por contrario, creo que es uno de los grandes beneficios de vivir en un mundo globalizado. Ya desde la primera globalización llevada adelante por la España imperial del siglo XV y XVI, hemos visto los efectos del intercambio cultural entre los pueblos. Con sus luces y sombras, creo que el saldo es positivo. Pero cuando se promueve un multiculturalismo anómico, sin límites, que pone en riesgo los valores y principios positivos de la cultura judeocristiana la cosa es distinta.
Sé que para aquellos que son militantes de la neutralidad, del relativismo absoluto y de la ortodoxia buenista, les costará aceptar la existencia de valores y principios que vale la pena preservar y que quienes los creen valiosos tienen derecho a defenderlos cuando estos se encuentra bajo amenaza, incluso en el foro democrático por excelencia, los cuerpos representativos.
Lo que popularmente se denomina “deriva autoritaria y populista” (sí, todo junto, porque ¿para qué ser preciso?) que vive occidente viene a ser también una respuesta al desprecio que ciertos sectores manifiestan ante los valores de lo nacional, de lo local, desprecio a las tradiciones y costumbres largamente arraigadas.
Cuando el establishment político le dice a la sociedad que comer demasiada carne de vaca es malo y punto, veganismos aparte, sin tomar en consideración ni la opinión ni visión del campesino que vive de la venta de carne, ¿hay un problema o no? Y esto vale para el ganadero de Galicia, como para el de Osorno.
En fin, eso explica el alza tanto en votos como escaños de la derecha alternativa en las europeas de este fin de semana. Pues ante el inmovilismo de algunos y la falta de convicción y proyecto político de otros, llamados a dar respuesta al mundo líquido en el que estamos viviendo, es bastante lógico que se opte por opciones más asertivas y contundentes. En esa ecuación no logra entrar la cantidad de democracia o libertad que se pueda llegar a perder, porque para muchos quizás esa libertad y democracia ya se perdió.
El occidente amplio –considerando a nuestra lejana Latinoamérica– debe seguir tomando nota, reflexionando fuera del frenesí mediático reduccionista, para comprender qué mundo quiere, bajo qué valores convivir y de qué forma preservar aquello que lo ha hecho hegemónico durante milenos. Ese es el desafío de esta generación.