El investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) cree que es un error que la derecha tradicional quede indiferente ante la elección de dos adversarios en la gobernación de la Región Metropolitana. "Aunque Orrego genere resquemores y dudas en el sector, es una apuesta mucho más segura que Karina Oliva", plantea.
No es una exageración afirmar que la disputa por la gobernación de la Región Metropolitana es fundamental para los tiempos que vienen. A pesar del consenso respecto de las escasas competencias y recursos de las nuevas autoridades, quien asuma como gobernador de Santiago tendrá un poder político muy considerable. Esto se debe tanto a la enorme cantidad de votos que puede llegar a obtener quien sea electo como al porcentaje de población que gobernará. De hecho, es probable que, en ambas dimensiones, la nueva autoridad solo sea superada por el Presidente.
Por lo mismo, los resultados serán determinantes en muchos niveles. Un triunfo de la candidata del Frente Amplio, por ejemplo, terminaría de consumar la debacle de Unidad Constituyente en la elección de convencionales e inclinaría el eje de la oposición –por lo menos hasta la presidencial– hacia la izquierda radical. Un triunfo del candidato de la DC, en cambio, permitiría darle algo más de oxígeno a una coalición golpeada con los sucesos de las últimas semanas.
El resultado de la segunda vuelta también puede influir en las campañas presidenciales. Tanto para Gabriel Boric y Daniel Jadue como para quien represente a Unidad Constituyente, será fundamental contar con Karina Oliva o Claudio Orrego en la gobernación de Santiago como bastión de sus candidaturas. Esto adquiere especial relevancia si consideramos que la campaña a La Moneda coindice con gobernadores recién asumidos, en pleno período de instalación y sin la exigencia de mostrar logros concretos.
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No da lo mismo, entonces, que la batalla de Santiago la gane Claudio Orrego o Karina Oliva. Pero esto no se debe solo a las consecuencias de la elección en el futuro de la oposición, sino también al hecho de que ambos candidatos representan dos visiones que, a pesar de ser más o menos preponderantes dentro de la izquierda, son muy diferentes entre sí y tienen sus propios aciertos, problemas y tensiones.
La candidata de Comunes ofrece un discurso de renovación en oposición a “los mismos de siempre” que ha sido electoralmente rentable para la nueva izquierda. Y su inesperado desempeño en la primera vuelta mostró que el Frente Amplio lleva años realizando un trabajo territorial muy eficiente. Sin embargo, y tal como se ha notado tanto en los debates entre ambos candidatos como en las propuestas de campaña, Oliva ha demostrado no estar a la altura de las circunstancias y vuelve a caer en un problema que se le ha criticado a su conglomerado desde sus inicios: mucho eslogan y pocas nueces, mucho acabar con el modelo y poca concreción respecto de cómo hacerlo o por qué otro sistema reemplazarlo. De hecho, su programa de gobierno es extremadamente débil y está repleto de generalidades. Muchas de ellas no tienen ninguna relación con las facultades del gobernador regional o son derechamente irreales (como la creación de un tren entre Santiago y Valparaíso).
Claudio Orrego, en cambio, arrastra problemas inversos. A pesar de tener mucha preparación, de conocer el cargo que va a ejercer como pocos y de contar con un programa de gobierno muy superior al de su contrincante, el candidato de la DC carga en su espalda con el peso de ser uno de los representantes de la antigua izquierda que hoy muchos desprecian. Sin embargo, ese rechazo hacia la vieja concertación se debe, en parte, a que la DC (y el resto de los partidos) nunca han sido capaces de generar un diagnóstico propio sobre su obra y cedieron la interpretación de su legado al juicio crítico del Frente Amplio. Bajo esa lógica, no hay programa, no hay propuesta, no hay dato que pueda hacer frente a la “responsabilidad histórica” que les cargó la nueva izquierda y que muchos miembros de la ex Concertación asumen con total resignación, vergüenza y silencio.
Ahora bien, sea quien sea el ganador, el gobernador regional electo necesariamente deberá tener la capacidad para construir acuerdos amplios con el gobierno central y con todos los sectores políticos. Al no existir marcos de acción completamente definidos ni tampoco un mecanismo de resolución de conflictos entre el Ejecutivo y las nuevas autoridades (el proyecto que lo consagra aún está en trámite), es fundamental que la relación entre ambos se base en la lógica de los consensos. Esto se refuerza si consideramos que existirán permanentes negociaciones por traspasos de competencias que dificultarán las relaciones entre autoridades designadas y electas.
Además, el amplio caudal de votos y las deficiencias del proceso de descentralización requieren a un gobernador regional con un sentido de la responsabilidad muy superior al mínimo exigible. La escasez de atribuciones y recursos de las nuevas autoridades pondrá los incentivos en la disputa con el gobierno central, pero no es aconsejable que esos conflictos –en cierto modo inevitables– se conviertan en una dinámica permanente. Por lo mismo, el gobernador de Santiago deberá ser capaz de mantener la mesura, la prudencia y la responsabilidad durante el ejercicio de su cargo. Y los candidatos deben demostrar ahora, durante estos pocos días de campaña, que pueden garantizar esas condiciones.
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Los votantes del oficialismo deben tener en consideración todos estos elementos antes de restarse de participar de la batalla de Santiago. Aunque sea una decisión difícil para la derecha tradicional, esta es una de esas ocasiones en que toca elegir entre adversarios. La alternativa al candidato de la DC es una amalgama de generalidades provenientes del Frente Amplio, que no tiene mucho más que ofrecer que consignas repetidas, un programa deficiente y un ánimo de disputa permanente. Esto último puede servir para obtener popularidad rápida y fácil, pero las particularidades del cargo y del momento requieren de un gobernador que sea capaz de aunar voluntades y no dividirlas.
Claudio Orrego, en cambio, ofrece un programa de gobierno muy completo y ha dado señales de moderación que permiten suponer que está capacitado para asumir un desafío que implica tanta rigurosidad técnica como una extraordinaria capacidad para ceder, entregar y negociar. Por tanto, que el oficialismo deje de votar por él porque no ha hecho “gestos” o porque los dirigentes de la DC han criticado a la derecha es una decisión a lo menos problemática. Aunque Orrego genere resquemores y dudas en el sector, es una apuesta mucho más segura que Karina Oliva. Además, uno de los dos necesariamente va a ganar y los votantes del oficialismo debieran apostar por quien tiene las mejores propuestas para la región. Y, para eso, solo basta entrar en las páginas de los candidatos y ver los programas de gobierno: las diferencias entre uno y otro son abismantes.
Esta actitud de buena parte del oficialismo con la candidatura de Orrego es bastante contradictoria con los temores que ellos mismos han expresado durante el último año y medio. Así, muchos de quienes reprueban con razón el ánimo refundacional de cierta izquierda desde el estallido social, ahora se estarían mostrando indiferentes al hecho de que la segunda autoridad más poderosa del país en términos electorales pueda ser del Frente Amplio. Negándose a votar el 13 de junio solo estarán provocando el mismo caos que denuncian y que, en teoría, quieren evitar a toda costa. La advertencia está hecha.