El investigador de Fundación Piensa reflexiona sobre la delincuencia y su impacto en la reactivación económica. "Es imperativo que las autoridades enfrenten el problema de la seguridad", sostiene.
La delincuencia en nuestro país ha escalado a niveles preocupantes. Además de estar afectando incluso a líderes políticos, también se está constituyendo como una de las principales barreras a nuestra reactivación económica. Es esencial centrarnos en este problema, pues sus efectos nos amenazan con socavar cualquier esfuerzo por retomar el camino que alguna vez nos esperanzó con mayores niveles de crecimiento y desarrollo.
Recientemente, hemos presenciado eventos que ilustran la gravedad de la situación: los robos en las viviendas de la senadora Vodanovic y el alcalde Sharp; el asalto cinematográfico a una joyería del centro de Viña del Mar; una banda que cavó un hoyo para robar una empresa de valores en Quilicura; y, más preocupante aún, las 16 vidas cobradas y los 26 homicidios frustrados en solo dos semanas en la Región Metropolitana. Incluso, y en un giro irónico, una funcionaria de la Subsecretaría de Prevención del Delito sufrió un asalto violento en Quinta Normal. El problema ha llevado a que la embajada de EE.UU. emita advertencias a sus ciudadanos en Valparaíso y Viña del Mar.
La violencia en sí es un problema, pues da cuenta de un Estado ausente en una de sus tareas más fundamentales. Además, su persistencia propicia la percepción en el clima de inseguridad que solo aumenta y pone en riesgo nuestro desarrollo. La experiencia de ciudades estadounidenses nos sirve como advertencia, donde en los años ’80 la delincuencia llevó al éxodo de familias con mayores recursos mientras disminuyó el flujo de capitales en las áreas afectadas.
Un ejemplo es Detroit, cuyo abandono perdura hasta hoy y se traduce en altas tasas de vacancia habitacional, comercial y criminalidad, aunque no siempre fue así. A inicios del siglo anterior, esta fue el escenario de grandes innovadores de la industria automotriz, como Henry Ford, quienes ayudaron a construir una de las ciudades más prósperas del país. No obstante, y al igual que Valparaíso, la rigidez económica no permitió evolucionar hacia otras actividades e hizo que las crisis económicas de segunda mitad de siglo golpearan fuertemente a la ciudad. Las malas decisiones administrativas, que no supieron conducir el declive urbano, terminaron por dinamitar protestas y el abandono de clases más acomodadas por la falta de empleos y seguridad.
Similarmente, Nueva York, que estuvo al borde de la bancarrota en 1975, experimentó la quema de inmuebles en búsqueda del cobro de seguros, según detalla el libro The Bronx is Burning. Ante ello, los asesinatos se cuadriplicaron en menos de 20 años y la población decreció cerca de un 20% producto de un escenario similar al de Detroit. Sin embargo, las autoridades de la Gran Manzana sí aumentaron la persecución del delito y generaron un ambiente propicio para sectores claves como la educación, el comercio y el emprendimiento, lo cual permitió retomar la senda para recuperar la ciudad que conocemos hoy. En este caso, la conducción de las autoridades locales y una transición hacia la economía de servicios y la calidad de vida, fueron motores de una de las renovaciones urbanas más exitosas de la ciudad moderna.
Como destaca Edward Glaeser, autor de El triunfo de las ciudades, la explosión urbana se debe tanto a la capacidad de aumentar la productividad como a derrotar una serie de problemas históricos, como la inseguridad y la criminalidad. Un contrafactual para sostener la tesis de Glaeser ocurre cuando un territorio no goza de seguridad, donde diversas actividades económicas dejan de tener cabida y el problema solo se exacerba. En los últimos años, hemos visto claros ejemplos en Valparaíso y Santiago, donde diversas compañías -incluyendo bancos y navieras históricas- han decidido mudarse a Viña del Mar y el sector oriente de la capital, respectivamente.
Lo anterior resulta fundamental de enfrentar, pues el mismo autor también demostró que las ciudades con mayor crecimiento poblacional al final del siglo pasado no solo tenían ventajas naturales (como clima y geografía), sino que también ofrecían servicios que atraían a nuevos habitantes. Y es que, como nos indica la teoría moderna, las ciudades prósperas actualmente se asocian a servicios que mejoran la calidad de vida, ya que las ventajas productivas y economías de escala que se generan en estas son una consecuencia del tamaño y la capacidad de atracción de talentos que estas poseen.
En investigaciones más recientes, diversos autores han destacado los beneficios de servicios específicos como el turismo, la gastronomía y el entretenimiento para catalizar el desarrollo local. Por ello, si sigue prevaleciendo la percepción de inseguridad, los motores de crecimiento no podrán operar, como ya ocurre en las comunas descritas que sufren de una fuerte contracción económica. Junto a lo anterior, Valparaíso constituye un caso de especial atención, pues en las últimas décadas este gozaba de todos los sectores destacados; sin embargo, estos cada vez son más escasos en la ciudad, dando cuenta de que ni las ventajas naturales ni competitivas se sustentan por sí solas cuando las ciudades son mal administradas o se vuelven inseguras.
Dado ello, iniciativas como la transformación del hotel O’Higgins, la recuperación de espacios en Santiago o la revitalización de inmuebles patrimoniales en Valparaíso pierden todo su potencial frente a la amenaza constante de la delincuencia. Simplemente, si los espacios públicos no se habitan por inseguridad, el comercio y los servicios pierden su efecto multiplicador en la economía. Un claro ejemplo es la declaración del dueño del ‘Beer House’ en Valparaíso, quien asoció el cierre de su local a la disminución en el consumo producto de que sus clientes rehuían a utilizar sus terrazas por el miedo a que les robaran el celular o fueran atacados por los mendigos del sector.
Es imperativo que las autoridades enfrenten el problema de la seguridad, pues, si este no se soluciona, ninguna medida será eficiente en atacar la causa de la enfermedad y solo generará efectos meramente cosméticos y de corto plazo. Adicionalmente, los costos de la delincuencia seguirán imponiéndose al beneficio de las ciudades, situación que de mantenerse hará que los últimos treinta años de desarrollo solo sean un triste recuerdo de lo que no pudimos mantener.