El director ejecutivo de la Fundación Jaime Guzmán escribe que se ha generado "normalización" de la violencia política "por parte de un sector de la izquierda que, faltando a su promesa de renovación, entró en el paisaje político como un bloque que ha contribuido progresivamente, en el último tiempo, a radicalizar la política". "Gabriel Boric integra y representa precisamente a esa izquierda radical", sostiene.
Las elecciones primarias han abierto un amplio abanico de comentarios y análisis. Los resultados sorprendieron a buena parte del espectro político y también a quienes analizan la política, pero sobre todo a las encuestas de opinión pública.
Lecturas abundan, desde aquellas que se refieren a la influencia del voto joven, las que enfatizan la crisis de los partidos tradicionales, hasta las que intentan explicar las causas de la amplia diferencia que separó a los ganadores del resto de los candidatos. Entre todas ellas, también han surgido voces convencidas de que en las dos contiendas ganaron candidatos moderados. Múltiples actores políticos y agentes económicos así lo manifestaron después de conocerse los resultados electorales. A nuestro juicio, esta premisa parece apresurada y, por lo mismo, requiere contrastarse con los hechos de la historia reciente.
Desde el punto de vista estrictamente ciudadano, es bastante plausible que la señal fue el anhelo de visiones ponderadas. Si se acepta, además, que aparentemente ambas primarias fueron subsidiadas por electores ajenos a los conglomerados que competían, probablemente cercanos al mundo de la ex Concertación, se puede complementar a favor de la tesis que sugiere que la ciudadanía pedía moderación. Pero una cuestión es la demanda ciudadana de moderación y otra distinta la oferta de los candidatos.
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En el caso de Sebastián Sichel, al declararse de centro, expresar su voluntad de hacer converger al electorado de derecha en esa dirección y tener una biografía política que constata flexibilidad, sin duda, representa moderación. Pero, ¿pasa lo mismo con Gabriel Boric? Una rápida revisión de su derrotero político y de quienes lo acompañan, pone en cuestión este atributo y más bien delata su pertenencia a una izquierda radical. Si bien es cierto que el candidato triunfador de las primarias de Apruebo Dignidad suele usar un lenguaje más dialogante que sus correligionarios y en momentos políticos relevantes ha actuado con prudencia, también es cierto que ha apoyado causas carentes de credenciales democráticas, la más insana de ellas es la naturalización de la violencia. Centrémonos en esta última.
Antes del estallido social, a principios de 2018, en las afueras del Congreso, el diputado Boric se reunía con un grupo de manifestantes que abogaban en favor del miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, Mauricio Hernández Norambuena, alias Comandante Ramiro, quien fue condenado como autor intelectual del asesinato del senador Jaime Guzmán. Hablando frente a los allí convocados, el parlamentario declaraba con entusiasmo: “El legado del Frente… es algo que tenemos que defender en la historia. Permítanme expresarle todos mis respetos a la distancia al Comandante Ramiro”. Es decir, admiraba a un terrorista condenado y, de paso, apoyaba el intento de la izquierda internacional por construir un relato heroico sobre el FPMR y su “lucha”.
En agosto de 2018, los diputados Boric y Orsini se reunieron, sin hacerlo público, con Ricardo Palma Salamanca en Francia, condenado como autor material del asesinato del senador Jaime Guzmán y fugado de la Cárcel de Alta Seguridad en 1996. Boric confirmó que la reunión se trató sobre la solicitud de asilo político en favor de Palma Salamanca. Es decir, solidarizaba con las pretensiones de un terrorista condenado y prófugo de la justicia chilena.
El 31 de diciembre de 2018, se hizo viral un video del año 2017, en el cual el hoy candidato presidencial, en una entrevista concedida al programa El Disco, recibía del conductor una polera con una imagen del rostro del senador Jaime Guzmán, baleado y ensangrentado. Al recibir la prenda, entre risas señaló: “¡Bueeeena!” y exhibiéndola añadió: “Aguante… la voy a llevar ahí a CNN”. Es decir, disfrutaba de una mofa zahiriente para la víctima de un asesinato político, para sus familiares y seguidores políticos, y también para los acuerdos civilizatorios más básicos, como es reprobar un crimen.
Poco después, en la celebración de la Fiesta de los Abrazos del Partido Comunista, la diputada Marcela Santibáñez, a raíz de la polémica generada, dijo: “no me interesa que en las noticias se esté debatiendo por su polera con la cara de Jaime Guzmán, porque si yo fuera tan radical como soy, yo digo ‘Bien muerto el perro’, y perdónenme los que crean que no es así. ¡Bien muerto el perro!”. No está de más recordar que ambos parlamentarios fueron sancionados por el Congreso.
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Durante los momentos más críticos generados por el estallido social de 2019, el diputado Boric apoyó la idea de destituir al presidente Sebastián Piñera, llamó a la desobediencia civil, así como estuvo a favor de acusar constitucionalmente a cuanto ministro se le cruzaba por delante a él y a sus aliados para intentar reponer el orden público.
Muy recientemente, además, avaló la idea de que en Chile existen los “presos políticos de la revuelta”, bajo la justificación de que “no han existido juicios justos”, aportando así a la confusión conceptual y al lamentable declive de nuestro estado de derecho y nuestra democracia, haciéndose parte de una agenda que hace años viene reflotando la relativización de la condena a la violencia política y al terrorismo. Lo más complejo es que esa violencia terrorista pretérita, pero también la violencia callejera actual derivada del estallido social, se han venido sedimentando y normalizando a nivel político e incluso en algunos medios de comunicación que tratan como justicieros sociales a violentistas que saquean, incendian y matan.
Pero, ¿bastan para contrarrestar sus acciones que declare su plena adhesión a los derechos humanos y que condene a Cuba o Nicaragua? Ciertamente que no. Ninguna autoridad democrática puede adherir o validar la violencia, ni siquiera de manera oblicua. Y hay una neblina difusa entre su conducta y sus declaraciones que hace a éstas poco creíbles. El candidato presidencial parece caminar por los márgenes de la cultura política democrática y aquí lo simbólico, reflejado en su comportamiento espontáneo, es mucho más elocuente que sus justificaciones verbales.
En suma, considerar a Boric como un candidato moderado es, podríamos decir, un tanto temerario y abiertamente injusto con su comportamiento. Esto cobra medular relevancia en la medida en que, desde hace varios años, viene dándose en nuestro país un avance de la violencia política en sus diferentes expresiones y, más complejo aún, una normalización de esta violencia por parte de un sector de la izquierda que, faltando a su promesa de renovación, entró en el paisaje político como un bloque que ha contribuido progresivamente, en el último tiempo, a radicalizar la política, para ir avalando graves acciones contrarias a los principios fundamentales de la democracia. Gabriel Boric integra y representa precisamente a esa izquierda radical.