La asistente de investigación del IES reflexiona sobre la cinta dirigida por Greta Gerwig y señala que "lo más relevante no es que se trate de la directora mujer más taquillera de la historia, sino que logra crear cine para todas, gran hazaña en tiempos en que muchas veces el feminismo contemporáneo divide antes que unir a las mujeres".
Ya ha pasado poco más de un mes desde su estreno en cines y parece ser que una de las películas del momento seguirá siendo comentada por mucho tiempo más. La trama se resume en que “Barbie estereotipada”, encarnada con gracia por Margot Robbie, vive junto a una gran variedad de otras muñecas en “Barbieland”, una sociedad matriarcal donde todos los problemas que hoy aquejan a las mujeres se encuentran superados. Por su parte, los Ken, actores de segunda categoría en la ciudad, pasan sus días participando en actividades recreativas en la playa, mientras las Barbies ocupan todos los cargos relevantes de la ciudad. Sin embargo, una serie de eventos extraños llevan a Barbie a viajar al mundo real, junto a Ken, para restablecer el orden perturbado. Allí descubrirá que este sería totalmente opuesto a su mundo perfecto y rosado.
Hasta aquí todo podría parecer bastante cliché y predecible, lo cual lleva a pensar que se trata de otra típica película plagada de eslóganes propios del feminismo woke, insertos en una trama no muy elaborada ni novedosa. Pero, ¿por qué una película así superaría los mil millones de dólares en taquilla y se convertiría en el estreno del año? Hoy no es tan fácil estrenar una película en los cines y alcanzar ese éxito. Especialmente desde la pandemia, el streaming ha quitado terreno al séptimo arte, haciendo cada vez más difícil que la gente concurra a las salas de cine. Diversas apuestas recientes de gigantes como Disney y Marvel, entre otros, han cosechado fracaso tras fracaso en taquilla.
Por todo esto, sumado a la talla mundial de los protagonistas y la directora, las expectativas sobre Barbie eran muchas y muy diversas. No obstante, a diferencia de otros remakes estrenados por aquellas compañías los últimos años, Barbie no intenta deconstruir su concepto original para adaptarlo a los nuevos estándares progresistas —o al menos no totalmente—. Se muestra tal como es, sin tapujos, y se ríe de sí misma. He aquí la gran razón de su brillante desempeño. Recordemos el boicot que han recibido películas como Lightyear, debido al descontento generado entre aquellos padres que no quieren exponer a sus hijos a obras con carga progresista. Esta fue incluso censurada por contenido inapropiado en varios países asiáticos.
Con Barbie el escenario ha sido muy distinto. En palabras de Vogue, en tiempos en que triunfa la polarización de las opiniones y no hay opción a zonas grises, que Barbie sea un homenaje a la famosa muñeca y, al mismo tiempo, reflexione sobre aspectos negativos de su impacto para generaciones de mujeres que crecieron intentando ser la rubia perfecta, pareciera ser un fenómeno inédito.
El filme aborda con humor la carga que conlleva la marca Barbie, denunciando con ello distintos males de la sociedad actual, como el consumismo, la hipersexualización de la mujer en el mercado y las brechas existentes en el mundo laboral; todos problemas con los que pueden empatizar mujeres muy diversas. La virtud de la película es que lo anterior es llevado a cabo con satírica elegancia y no de manera culposa ni forzada, mecanismo que el público ha rechazado en diversas ocasiones, a diferencia de este caso. En una notable escena, Barbie es atacada por un grupo de adolescentes del mundo real debido a los estándares inalcanzables de belleza que impone en las mujeres y una de ellas la insulta llamándola “fascista”, frente a lo que Barbie responde, desconcertada, que ella no controla el Estado ni el comercio. Aquí, la directora Greta Gerwig nos introduce en el terreno del absurdo al que en ocasiones llega el revisionismo y la cultura de la cancelación. La reflexión que el filme efectúa acerca de temas controversiales con sutileza, humor y distancia irónica, en lugar del espíritu de denuncia exagerada con que los extremos de la “guerra cultural” suelen aproximarse a muchas situaciones, es muy valiosa y eficaz.
Y, ciertamente, gran parte del mérito del filme se lo lleva Gerwig. La estadounidense de 40 años es ya una actriz, guionista y directora consolidada, que se ha convertido en un verdadero ícono feminista. Las tres exitosas películas que ha dirigido, Lady Bird, Mujercitas y Barbie, permiten reflexionar en torno a temas relacionados con el feminismo de tal forma que mujeres liberales, conservadoras y progresistas pudiesen sentirse más o menos identificadas, según el caso. En resumen, quizá el mayor logro de la cineasta es que ha retomado la obra de mujeres de épocas anteriores —en el caso de Barbie y Mujercitas— para transmitirla a las nuevas generaciones de manera que puedan apreciarla, a pesar de la gran brecha cultural y temporal que nos separa de ellas. Al fin y al cabo, lo más relevante no es que se trate de la directora mujer más taquillera de la historia, sino que logra crear cine para todas, gran hazaña en tiempos en que muchas veces el feminismo contemporáneo divide antes que unir a las mujeres.