Ante la dispersión y las desconfianzas que existen en la oposición, la Presidenta de Fundación Horizonte Ciudadano plantea que, para reconstruir el entramado social y político de nuestro país, es necesario que "quienes tienen ideales comunes deben pasar del necesario reproche a la ineludible unidad y trabajo conjunto".
A lo ancho de todo el arco de fuerzas y agrupaciones políticas de izquierda y centroizquierda, existen desconfianzas y cuestionamientos recíprocos respecto a lo hecho –o lo no hecho– en los últimos años de historia política del país. Ello responde a legítimas diferencias sobre el método y la profundidad que debe alcanzar el cambio político, social y productivo de cara al –no lo olvidemos– gran objetivo común: construir un Chile más justo, respetuoso, protector y digno para todos y todas las habitantes de nuestro país.
Lo anterior, sumado a la elección conjunta de convencionales constituyentes, alcaldes, concejales y gobernadores regionales, que mantiene vivo el anhelo de las fuerzas políticas emergentes por disputar y ocupar un espacio de relevancia en la decisión y discusión pública, explica en parte por qué los adherentes del Apruebo hemos pasado de la alegría por el 78% de los votos alcanzados el 25 de octubre a un escenario de dispersión, en el que predominan las dudas por sobre las certezas respecto a cómo se compondrá la Convención Constitucional.
En lo que respecta a esto último, las cartas ya están echadas: la multiplicidad de listas de partidos, movimientos e independientes que reconocen en la Constitución heredada de la dictadura cívico militar un obstáculo para el avance social, muy probablemente conduzca a un resultado favorable para la derecha, que buscará mantener intactas, o con el menor cambio posible, las actuales bases institucionales.
En la mañana del 12 de abril, el panorama será un poco más esperanzador. Habiéndose despejado en su mayoría los resultados de las elecciones de autoridades territoriales, se abrirá para las fuerzas de cambio y para los y las independientes comprometidos con el progreso social, la posibilidad de construir una mayoría que materialice en la Constitución los sueños y anhelos de quienes, a través del voto, han reafirmado la voluntad de plasmar en el a veces árido lenguaje del derecho, las demandas sociales que empujaron la movilización de octubre de 2019.
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Ahí, ya con la claridad respecto a quiénes se sentarán a materializar la estructura institucional del nuevo Chile, si sinceramente se busca superar la situación actual, será inevitable que quienes tienen ideales comunes pasen del necesario reproche a la ineludible unidad y trabajo conjunto. Para reconstruir el entramado social y político de nuestro país, se hace necesario que los representantes sociales y políticos se entrelacen.
Porque la tarea compartida es clara: superar jurídica y materialmente la estructura institucional que permea desde la carta fundamental que, a través de amarres políticos y normativos, mantiene un entramado de desigualdad y privilegios, que impide a los más pobres y a la clase media acceder a un estándar material de vida que les permita desarrollarse en plena libertad y dignidad; al mismo tiempo que invisibiliza y priva de los derechos más elementales a los grupos sociales que han sido tradicionalmente postergados.
Posteriormente, y de cara a las elecciones presidenciales y parlamentarias, es muy probable que vuelvan a surgir las diferencias políticas que caracterizan a un escenario electoral. Sin embargo, es deseable que el ánimo de unidad que debiera caracterizar el trabajo en la Convención se traspase a la conformación de las listas de candidatos y candidatas al Congreso, e idealmente, a la elección presidencial, pavimentando el camino a la posibilidad cierta de más democracia, participación y decisión que la ciudadanía expresa.
Sabemos que faltan más de 7 meses para la elección presidencial, pero el costo de la divergencia puede ser demasiado alto. Las recriminaciones, cuestionamientos y la desconfianza, más allá de lo políticamente racional, pueden significar la continuidad en el poder de un Chile Vamos que, frente a la incapacidad de Sebastián Piñera de gobernar y de proteger a los chilenos y chilenas, ha abrazado sin fruncir el ceño las lógicas, el discurso y la acción propia del populismo de derechas que ya ha dañado gravemente a países como Brasil, El Salvador, Hungría e Italia, y se cierne como sombra sobre España.
Un solo ejemplo: la incapacidad gubernamental para darle conducción política a la policía, en materia de orden público y derechos humanos, sumando el recurso facilista de deslizar recurrir al uso de la fuerza militar para apaciguar conflictos civiles en La Araucanía.
En el mismo sentido, es de la península ibérica de donde las izquierdas pueden obtener un ejemplo claro de por qué la unión entre quienes comparten ideales comunes conduce al éxito político y a la mejor protección de los ciudadanos y ciudadanas.
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Los inéditos desafíos que enfrentarán las fuerzas transformadoras en los próximos meses marcarán el devenir político del país. Para ello, cuentan con jóvenes comprometidos, que junto con ir perfeccionándose profesionalmente, han ido delineando los ideales de lo que serán sus partidos en el futuro. Sin embargo, todo ese capital académico y político puede perderse si los actuales liderazgos no son capaces de propiciar, mediante la unidad, las instancias de desarrollo político de ese avance ideológico, que permita pasar del análisis a las políticas públicas.
Será la unidad, y nada más que la unidad, la llave para superar los obstáculos del presente y plasmar la voluntad política de la mayoría del país en iniciativas reales, concretas, protectoras, que disminuyan la desigualdad y la injusticia social, generando cambios en la vida de las personas.
La tarea no es simple y, hoy, imposible de eludir. Es el momento de ser capaces de encarnar la voluntad colectiva y mayoritaria de forjar -con unidad- un Chile en justicia, libertad y dignidad.
Es deber de las fuerzas transformadoras hacer suya –de una vez por todas– la oportunidad de cumplir con el imperativo histórico que surge y se mantiene frente a ellas: el deber de escucharse en un diálogo sincero, fraterno y sin exclusiones; de corregir, juntas, aquello en lo que se ha fallado; de completar, unidas, aquello en lo que se ha sido insuficiente; de enmendar, cooperativamente, los métodos en que se ha errado; y de enfrentar, unidos, los horizontes futuros. El Chile de hoy, y especialmente el Chile del mañana, así lo exige.