"Una Europa radicalizada y polarizada finalmente corre el riesgo de desdibujar su propia esencia", comenta el investigador de Fundación P!ensa y profesor de la Facultad de Artes Liberales Universidad Adolfo Ibáñez.
Drásticamente, no parecen haber cambiado los equilibrios políticos después de las elecciones europeas del domingo 9 de junio. Los partidos liberal-conservadores subieron un 2%, mientras que los partidos socialdemócratas europeos decrecieron el mismo 2%. Con todo, las elecciones en Europa remecieron el escenario político. Más allá de la tendencia general, es decir, del fortalecimiento relativo de la centroderecha y del debilitamiento de la socialdemocracia, en los países más grandes los resultados fueron un verdadero terremoto. En Francia, la enorme votación que obtuvo la derecha nacionalista de Marine Le Pen con un 31% y la debacle del centro liberal, pusieron a Macron contra la pared, quien, en una arriesgada maniobra, ordenó la disolución de la Asamblea Nacional y convocó a elecciones parlamentarias anticipadas a fines de este mes. Si el experimento resultará, así como le funcionó una movida similar a Pedro Sánchez en España, es algo difícil de prever. Puede ser su tabla de salvación o bien su muerte política.
En Alemania el panorama no es muy distinto. La socialdemocracia del canciller Olaf Scholz sufrió una derrota estrepitosa. El fracaso del 14%, por una parte, fue un voto de castigo para la coalición gobernante compuesta por Socialdemócratas, Verdes y Liberales, pero, por otra, también lo fue para el mismo Scholz. Demás está subrayar la derrota de los Verdes en Europa, quienes pasaron del 10% (2019) al 7,35% (2024), siendo el desangramiento en Alemania aún peor, pues en este país cayeron del 20,5% en 2019 al 11,9% en 2024. Este resultado de los Verdes, así como el insignificante resultado de la Última Generación, que siguió la estela del movimiento de Greta Thunberg y sus Fridays for Future, da para pensar y de algún modo resulta contraintuitivo: pues hace 4 o 5 años, en el apogeo de las protestas juveniles, se podría haber pensado que el futuro pertenecía al ecologismo y que, tanto las protestas como la mayor conciencia medioambiental, iban a resultar en un robustecimiento de todas las formaciones políticas verdes, ya sea que estas fuesen radicales como La Última Generación o moderadas. Por lo muy bajo se pensaba que, al menos, la generación joven entre 16 y 25 años votaría en masa esa opción. Pero –otra sorpresa de estas elecciones– nada de eso ocurrió, ni siquiera entre los más jóvenes. Al revés, esos partidos perdieron votos y peso político. El caso alemán muestra que en ese rango etario los jóvenes votaron, en primer lugar, por la opción liberal-conservadora de la Democracia Cristiana y luego por la extrema derecha de la Alternativa para Alemania.
¿Cómo se explica esto? O, dicho con otras palabras, ¿cómo se explica que la derecha radical haya ganado terreno? El caso de Alemania es ilustrativo, puesto que en ese país la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD) tuvo un resultado espléndido, especialmente en los estados federales de la antigua Alemania del Este, consiguiendo el segundo lugar –detrás de la Democracia Cristiana– con el 16% de los sufragios en toda Alemania. Esta votación fue un golpe a la cátedra, puesto que, además de sus posiciones ideológicas radicales, ese partido ofreció en la previa a la elección una seguidilla de escándalos que solo podía espantar votantes. El candidato cabeza de lista relativizó en una entrevista a un medio italiano los crímenes de las SS. Además, un colaborador suyo fue detenido por espionaje para China. El segundo de la lista habría sido financiado por Rusia a través de un medio putinista con asiento en Praga. Nada extraño en un partido prorruso, pero que, al mismo tiempo, y sin inmutarse, promovió en sus carteles de propaganda la consigna de “Alemania primero”.
¿Qué lleva a una votación tan alta a un partido que además de contradecirse, es decir, de entregarse a Rusia y China sosteniendo al mismo tiempo el lema de “Alemania primero”, va de un escándalo a otro? Parece que poco importan todos los patinazos, o que esté en la mira del Consejo de Defensa del Estado Alemán, mientras ese partido problematice, toque o haga suyos temas que sectores relevantes de la población considera “urgentes” o “correctos” y que otras formaciones dejan desatendidos. Da la impresión, en este sentido, que un pegamento que explica esta votación en Alemania, así como la de los otros partidos de derecha dura en Europa (en Francia, Italia, Holanda, Bélgica, Austria etc.), es el persistente problema de la migración en masa y descontrolada. Una problemática que tensiona a las sociedades y que puede seguir acarreando agua al molino de los partidos radicales si las opciones políticas próximas al centro político (socialdemócratas, verdes y liberal-conservadores) no se hacen cargo del asunto. En este sentido, el caso danés exuda cierta elocuencia. En Dinamarca los partidos de izquierda lograron mantener la votación y los escaños, pues en ese país la izquierda ha asumido una política consecuente de control de la inmigración y de las tensiones asociadas a este fenómeno. Por el contrario, las agendas identitarias, como el ecologismo radical y otros similares, no sólo han perdido tracción, sino que podrían estar detrás de este desplazamiento hacia una derecha del resentimiento, en el cual a no pocos votantes –a esta altura– les da lo mismo votar por un partido catalogado de “derecha extrema”. El presidente de un Estado federal alemán (Haseloff) explica estas votaciones señalando que mientras el Gobierno Federal de Alemania discute leyes para la despenalización de drogas o sobre operaciones para el cambio de sexo, la mayoría silenciosa está preocupada por los precios de la energía y por la inmigración extraeuropea.
Una Europa radicalizada y polarizada finalmente corre el riesgo de desdibujar su propia esencia.