Gestión y desarrollo local

Por Ignacio Aravena

04.07.2024 / 15:05

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Las próximas elecciones locales son de gran relevancia para Valparaíso y Viña del Mar. Resulta apremiante retomar el tan relegado desarrollo de ambas ciudades frente a su diagnóstico desolador en temas económicos, sociales y de seguridad. Ante ello, la necesidad de un plan estratégico y de una buena gestión son temas claves a debatir para tener la oportunidad de un cambio real.

La otrora Joya del Pacífico hoy es sinónimo de descuido, delincuencia, pobreza y abandono, producto de una administración municipal que no supo, en sus dos periodos, revertir la tendencia negativa que la ciudad enfrenta desde hace décadas. La situación ha decantado en altos niveles de inseguridad, vacancia comercial y problemas habitacionales, a lo que suma la baja actividad económica y la fuga masiva de capitales. En caso de no revertir esta tendencia, Valparaíso será un nuevo ejemplo de cómo las malas decisiones y la falta de orden público dinamitan a una ciudad que tiene todas las ventajas naturales para ser próspera.

Un claro ejemplo de lo anterior es el estado del comercio. A pesar de ser un polo natural de turistas, la vacancia comercial de Valparaíso da cuenta de una comuna en estado crítico. En un estudio que realizamos en Fundación Piensa, los locatarios destacaron que la delincuencia y las protestas del estallido social son las principales barreras de su operación. Un dato alarmante proviene del sector puerto: el 94% de los encuestados afirmó haber presenciado un delito y el 69% manifestó haber sido víctima de uno en los últimos seis meses. Hechos como estos probablemente motivaron a que empresas de gran envergadura, como Esval y Agunsa, optaran por trasladarse y no estar expuestas a estos problemas.

De igual manera, Viña del Mar también se acerca a ese destino, salvándose -de momento- gracias a la fuerza centrípeta derivada de su conectividad a nivel regional. Sin embargo, los problemas estructurales son similares a los de Valparaíso. Y es que el abundante comercio ambulante en Calle Valparaíso también refleja problemas de crecimiento y seguridad comunal. Similarmente, el incendio catalizó los problemas de viviendas y campamentos que datan de hace años en los cerros de la Ciudad Jardín.

Lo anterior ayuda a explicar por qué la zona metropolitana se segrega cada vez más hacia a Concón, una comuna que ha sabido ofrecer mejor calidad de vida y ha atraído a la inversión inmobiliaria y equipamiento. Por supuesto, esto se da en desmedro de la migración desde Viña del Mar y Valparaíso, lo cual genera síntomas de alerta en el tejido social y urbano de la ciudad, aumentando, además, problemas de infraestructura y congestión vehicular en una comuna que no está preparada para recibir más habitantes.

¿Qué hacer entonces?

Es importante reconocer que algunos fundamentos han cambiado y que el modo de vida y las oportunidades que una ciudad genera han sido preguntas esenciales en casos de éxito a lo largo del mundo. Diversas experiencias internacionales nos han enseñado que la calidad de vida es clave y, desde hace dos décadas, la evidencia nos muestra que los trabajadores y las empresas buscan ambientes seguros y con mejores estándares, siendo las ciudades que lo ofrecen aquellas que han aumentado su población y crecimiento.

Lo anterior es algo alarmante si miramos datos como los de la encuesta de Calidad de Vida de la Fundación Piensa, donde casi todas las comunas de la región muestran un decaimiento en este índice, destacándose factores como la calidad del equipamiento urbano, la seguridad y las oportunidades laborales. Por lo mismo, el objetivo principal de cualquier gobierno local debe ser mejorar estas dimensiones para devolver la competitividad y así generar una verdadera oportunidad de revertir la situación actual.

Ciudades como Nueva York, Singapur y Detroit han enfrentado desafíos similares, por lo que estas experiencias también pueden ilustrar cómo la gestión local puede ser un motor de cambio.

Nueva York no siempre ha sido la ciudad próspera que hoy conocemos. En los años 70 y 80 sufría de una severa crisis económica y de seguridad, por lo que un porcentaje significativo de la población migró a otras latitudes. Como respuesta, la administración local implementó planes de seguridad y un proceso masivo de revitalización urbana para recuperar espacios públicos y catalizar inversiones entre el sector público, privado y la academia, lo que derivó en la urbe próspera que hoy se conoce. En líneas similares, Barcelona vivió un proceso parecido antes de las olimpiadas de 1992, lo cual permitió transformar un puerto inseguro en uno de los principales polos turísticos y educativos del Mediterráneo.

Un proceso clave de ambas ciudades, y de otras en Estados Unidos, es que su borde costero se diversificó para ser un motor de calidad de vida. La construcción de espacios públicos y el fomento a la cultura y el entretenimiento fueron ejes comunes para fortalecer dichos espacios. La evidencia nos indica que la migración desde el centro a las costas se debe justamente a la mejor calidad de vida y la oferta para disfrutar de la ciudad, atrayendo capital avanzado mediante universidades y empleos con alto grado de educación, cuyo efecto multiplicador percola en el resto de la sociedad dado el aumento en la productividad.

Otro ejemplo a destacar es el de Singapur, que pasó de una economía pobre y centrada en la actividad portuaria a una diversificada en tecnología, educación y salud, gracias a una planificación a largo plazo y una administración pública eficiente y proba. Este enfoque atrajo gente y empresas, generando sinergia y una nueva etapa de crecimiento que derivó en que la ciudad-estado sea una de las historias de mayor crecimiento y transformación urbana del siglo anterior.

En contraste, Detroit es un caso extremo de cómo una ciudad puede decaer debido a la mala administración y la dependencia de una sola industria. La falta de diversificación económica y de inversión en calidad de vida de sus habitantes, junto con protestas y violencia, catalizaron el éxodo masivo y concentraron la pobreza. Y es que, como diversos académicos han destacado, la dependencia industrial inhibe el crecimiento a largo plazo; lección que Valparaíso y Viña del Mar deben aprender con suma urgencia. Asimismo, la experiencia de Detroit también da cuenta de que los proyectos aislados tienen efectos limitados en el bienestar, pues lo que importa es el agregado para cambiar la trayectoria.

En síntesis, sin un plan claro y esfuerzos mancomunados es muy difícil que ambas ciudades cambien su curso actual. El diagnóstico es conocido, por lo que líderes locales con capacidad de gestión son un elemento clave faltante para catalizar nuestro desarrollo. Esperemos encontrarlos en las próximas elecciones.

*Ignacio Aravena. Investigador Fundación Piensa. Ph.D. (c) LSE y Ms. NYU.