La panelista de Tolerancia Cero abordó los dichos del economista y profesor Sebastián Edwards en entrevista con CNN Chile esta semana.
“Yo cerraría casi a cero las Becas Chile en humanidades por 10 años. Solo las otorgaría a estudiantes de ingeniería aplicada”, dijo el economista y profesor Sebastián Edwards en entrevista con CNN Chile esta semana.
Estamos viviendo en una era de intensa disrupción tecnológica. No solo la revolución digital, sino especialmente la de la Inteligencia Artificial, tiene el potencial dejar obsoletas profesiones y oficios completos, así como crear adelantos educativos, médicos y científicos sin precedentes.
Es como el fuego: puede usarse para cocinar y calefaccionar, así como también para quemarlo todo.
Hace sentido, entonces, que las Becas Chile -financiadas con nuestros impuestos- le den importancia a la revolución científica y tecnológica.
Pero es miope plantear que aquello se haga en desmedro o en vez de las humanidades, pues una parte del desafío de esta era es tecnológico, pero una gran parte es profundamente humanista, pues contestar bien las preguntas clave, hará que la IA sea un fuego que nutre y no uno que destruye.
Una tecnología así de poderosa sin marcos regulatorios y, sobre todo, éticos, nos puede llevar al segundo escenario. Ya sabemos cómo las redes sociales, por ejemplo, han hackeado la democracia a través de la polarización emocional que crean o abonan, además de las informaciones falsas que desarrollan y viralizan. La IA solo hará este problema mucho más peligroso y dañino. Su posibilidad de manipular las emociones más profundas humanas, así como la masiva producción de deep fakes -informaciones, imágenes y videos, incluyendo la pornografía infantil- así como su potencial autonomía de la voluntad humana, la hacen una amenaza existencial para la humanidad.
¿Qué proporcionará un adecuado marco ético y legal para un terreno sin precedentes? El raciocinio, el pensamiento crítico, la imaginación y lucidez propia de lo que los humanos pueden lograr. Y justamente lo que las humanidades, en su sentido amplio, pueden enfrentar estas preguntas esenciales, que la tecnología no puede -y a veces, ni quiere- resolver por sí misma.
Esta era de disrupción tecnológica requiere pensar más, no menos.
Plantear los problemas binariamente, que es esto o lo otro, que es la ciencia o la filosofía, la tecnología o la historia, como si fueran excluyentes, ¿no es acaso una muestra de la simplificación intelectual propia de los tiempos que corren, y de sus serios riesgos?