Opinión | Desarrollando confianza: El modelo electoral chileno desde los ojos de un venezolano

Por José Pino

13.08.2024 / 18:49

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A través de estos años y múltiples procesos electorales, también he podido ejercer mi deber ciudadano de votar en Chile, lo que me ha permitido ser testigo a la vez que partícipe de un sistema que no solo funciona, sino que se esfuerza constantemente por ser transparente, más justo y accesible para todos los ciudadanos.


Todavía recién llegado a Chile desde Venezuela —llevaba apenas un año viviendo en el país— me encontré frente a un desafío inesperado en mi segundo trabajo: desarrollar desde cero un sistema para procesar los datos electorales del Servicio Electoral de Chile (SERVEL) para La Tercera.

Se acercaban las elecciones de alcaldes, pero una reciente reducción de personal había dejado al diario sin el equipo de desarrollo de software que formalmente se encargaba de esa tarea. Por descarte, mi jefe y yo, que trabajábamos en un pequeña área de desarrollo de especiales web, editoriales y comerciales, nos vimos de repente en la primera línea de la cobertura electoral.

Con apenas dos semanas por delante, nos repartimos las tareas. Mi jefe se encargaría del despliegue visual en latercera.com, mientras yo me ocuparía de recolectar los datos en bruto del SERVEL, procesarlos, organizarlos y luego disponibilizarlos en archivos con información “humanizada”, que fuese más comprensible para los visitantes de la web.

Lo que inicialmente parecía una simple tarea de desarrollo se transformó en mi primera experiencia directa con la transparencia electoral chilena. Cada línea de código que escribía me acercaba a un sistema que, para un venezolano recién emigrado como yo, resultaba casi utópico. Era lo más cercano que había experimentado del concepto de Open Government, algo que en la Venezuela contemporánea suena a ciencia ficción.

Esta experiencia marcó el inicio de mi participación en todas las elecciones posteriores celebradas en Chile. De hecho, me abrió las puertas a mi siguiente trabajo en TVN, donde viví un déjà vu: en plena pandemia, y por razones similares a las de La Tercera, me encontré nuevamente desarrollando una aplicación electoral desde cero. Esta vez, sin embargo, mi responsabilidad se extendía desde la recolección de los datos emitidos por el SERVEL hasta su despliegue en la web.

A través de estos años y múltiples procesos electorales, también he podido ejercer mi deber ciudadano de votar en Chile, lo que me ha permitido ser testigo a la vez que partícipe de un sistema que no solo funciona, sino que se esfuerza constantemente por ser transparente, más justo y accesible para todos los ciudadanos.

Si bien en Chile el voto es manual, esto no es una deficiencia, sino una fortaleza. Como dijo Bill Gates —con quien no suelo estar de acuerdo, pero que en esto le doy toda la razón—, “Computaricemos todo excepto las elecciones. Esas las mantendremos en papel.” Esta filosofía se refleja en la fórmula del SERVEL, que es simple, efectiva y cristalina: En cada elección, puntualmente a las 18:00 horas, comienza a enviar a todos los medios de comunicación el primer boletín con los votos contabilizados hasta ese momento. A partir de ahí, cada 10 minutos, llega un nuevo boletín con datos actualizados.

Aunque los primeros boletines muestran porcentajes muy bajos de mesas escrutadas, la experiencia me ha enseñado que generalmente para el tercer o cuarto boletín —aproximadamente 30 a 40 minutos después del cierre de las mesas— ya hay información suficiente para identificar tendencias claras. A partir de ese punto, los cambios en los resultados suelen ser mínimos.

Este sistema de elección directa —o de primer grado— contrasta notablemente con otros modelos, como el de Estados Unidos. Allí, debido a sus Colegios Electorales, el procesamiento de datos de estados con menor población, como Ohio o Florida, puede cambiar drásticamente el resultado general, incluso cuando estados más poblados como California ya han sido contados.

El sistema electoral chileno ha evolucionado para buscar una representación más equitativa y diversa, implementando el sistema D’Hondt y criterios de paridad en las recientes elecciones parlamentarias y constituyentes. A pesar de que esto complejiza la asignación oficial de escaños, el SERVEL mantiene su eficiencia característica. Los resultados del escrutinio se publican con rapidez y claridad poco después del cierre de mesas, independientemente del tipo de elección. Esta combinación de modernización democrática y eficiencia permite a medios y ciudadanos seguir el desarrollo de la elección casi en tiempo real, fortaleciendo la confianza en el proceso electoral.

En la orilla opuesta del SERVEL estaría el Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela. La diferencia entre ambos sistemas es abismal. Mientras Chile busca constantemente mejorar y hacer más inclusivo su proceso electoral, manteniendo la transparencia como norma, pareciera que Venezuela retrocede hacia un sistema cada vez más opaco y poco confiable.

El contraste es claro: en Chile, los resultados se conocen rápidamente y el proceso es abierto, con participación incluso de organizaciones independientes como decidechile.cl. En Venezuela, por el contrario, la opacidad es la regla; los resultados pueden tardar días o semanas en anunciarse, si es que, como ahora, llegasen a hacerse públicos. Esta diferencia fundamental en la gestión electoral refleja profundamente la salud democrática de ambos países.

El domingo 28, mientras veía al ministro de la defensa Vladimir Padrino hablando antes que el rector del CNE, intenté recordar la cara de algún ministro de defensa de Bachelet, Piñera o Boric que hubiera dado declaraciones en algún proceso eleccionario en Chile. Ni siquiera en las elecciones del plebiscito de salida de la primera Convención Constituyente, quizás las más mediáticas de los últimos años, pude recordar a alguno. Y qué alivio sentí al darme cuenta de que no podía hacerlo.

Por eso, y solo ante esta característica tan representativa del teatro de la democracia venezolana, me cuesta creer que para personajes como ME-O o Artés les parezca que las elecciones en Venezuela ocurrieron con normalidad. Los resultados anunciados son, por decir lo menos, absurdos. Al cierre de la jornada electoral del 28 de julio de 2024, la cadena teleSUR publicó una gráfica que atribuía el 51,2% de los votos al actual presidente, Nicolás Maduro; el 44,2% a Edmundo González, y luego —increíblemente— mostraba a ocho candidatos con el 4,6% cada uno. Esto suma un imposible 132,2% de los votos.

Entre los observadores invitados por Maduro para autovalidarse se cuentan varios políticos chilenos familiarizados con las elecciones organizadas por el SERVEL. Irónicamente, estos mismos observadores intentan desacreditar la información publicada por la oposición venezolana por “no ser oficial”. Sin embargo, mi experiencia me permite afirmar que esta información es más legítima que el “voto a voto” en Chile, ese proceso en que los canales de televisión utilizan para llenar el tiempo entre el cierre de las mesas y la emisión de los boletines oficiales.

El “voto a voto” no es más que una red de periodistas ciudadanos que, mediante una aplicación, registran el conteo vocal realizado por los miembros de mesa. Como desarrollador de la aplicación utilizada en TVN, puedo garantizar que estos datos públicos son idénticos a los que posteriormente llegan a través de los archivos de texto del Servicio Electoral.

Esta transparencia inmediata en Chile, insisto, contrasta fuertemente con la opacidad del proceso venezolano, haciendo aún más cuestionable la posición de aquellos observadores que avalan un sistema tan distinto al que ellos mismos experimentan en su país.

En contraste, las elecciones en Venezuela están envueltas en oscurantismo. Aunque el proceso debería ser transparente —con conteo público, impresión de actas y entrega a testigos de todos los partidos antes de la transmisión de resultados al CNE— el gobierno sistemáticamente obstaculiza esta transparencia. Esta opacidad socava la integridad del proceso electoral y la confianza de los ciudadanos. Es por esto que tanto María Corina Machado y Edmundo González Urrutia, de centro-derecha, como el Partido Comunista Venezolano, el Centro Carter y, especialmente, la población que hizo filas desde la noche anterior, no aceptan los resultados de palabra emitidos por el CNE con los que Maduro se autoproclamó ganador.

Las consecuencias de esta falta de transparencia son graves: una ola represiva con miles de detenidos, una veintena de muertos y muchos desaparecidos. Maduro ha optado por romper relaciones con Chile y Perú, y prohibir Twitter por 10 días, en lugar de simplemente mostrar las actas. En un giro que sería cómico si no fuera por lo trágico de la situación, Maduro pasó de culpar a Macedonia del Norte a señalar a Elon Musk como responsable de un supuesto sabotaje electoral.

Estas acciones subrayan la importancia crucial de un sistema electoral transparente y confiable, como el que he tenido el privilegio de experimentar en Chile. La facilidad con la que el régimen chavista fabrica culpables externos en lugar de proporcionar evidencia concreta de los resultados electorales es un recordatorio sombrío de lo que ocurre cuando se abandona la integridad electoral. En Chile, donde cada voto se cuenta y se reporta con transparencia, tales acusaciones fantásticas serían impensables.