Fabiola Campillai: “El agente que me dejó ciega no es el único culpable”

Por CNN Chile

28.08.2020 / 10:08

La mujer, quien sufrió la pérdida total de su visión al recibir el impacto de una bomba lacrimógena en su rostro, afirmó que "acá había un piquete completo y había alguien que estaba al mando. Alguien tenía que haber puesto orden y no lo hizo".


(EFE)Sabe que tiene que llegar al extremo derecho de la alfombra y dar tres pasos al frente para ir al baño. Para alcanzar el comedor hay que moverse, en cambio, hasta la mitad de la moqueta y caminar hacia adelante. Una vez allí, solo debe seguir el borde de la mesa para entrar en la cocina.

Nueve meses después de que un agente le disparase una bomba lacrimógena al rostro, que aparte de la vista le arrebató el gusto y el olfato, los muebles de casa son los principales aliados de Fabiola Campillai en el reaprendizaje que se ha convertido su día a día.

“¿Ya lo boté?”, pregunta en alto, con una mezcla de preocupación y chispa, luego de rozar con la cadera una pequeña mesa repleta de fotos de sus tres hijos.

Lee también: Detienen a carabinero imputado por caso de Fabiola Campillai

“No mamita, está todo bien, venga por acá”, le contesta cariñoso su esposo.

“Pedí que no me sacaran nada de la casa. Cada mueble cumple una función. Está prohibido moverlos”, dice sonriente, ya sentada en el comedor de su casa en San Bernardo, un barrio de la periferia de Santiago.

Ataque injustificado

La noche del pasado 26 de noviembre, cuando Chile estaba inmerso en la peor ola de protestas desde el fin de la dictadura militar en 1990, Campillai se dirigía junto a su hermana a la parada de bus para ir a su trabajo como auxiliar de producción en una fábrica alimenticia.

Al doblar la esquina de su casa, un carabinero la disparó con una escopeta de 37 milímetros: “¿Qué les íbamos a hacer dos mujeres solas de un metro sesenta de estatura?”, se sigue preguntando todavía.

Tras caer desplomada, comenzó una carrera contrarreloj para sobrevivir, con sendas operaciones para reconstruirle el rostro, ponerle una placa en la frente y curarle una lesión cerebral que le hacía expulsar líquido cefalorraquídeo por la nariz: “Si no hubiese tenido ayuda a tiempo de mis vecinos, no estaría aquí”, asegura.

Lee también: Gobierno anunció que entregó propuesta a camioneros para poner fin al paro

Con la cabeza llena de tornillos, una cicatriz de oreja a oreja y dos cirugías pendientes para implantarle unas prótesis oculares y levantarle los párpados, Campillai dice que está “emocionalmente bien” y que saca las fuerzas del amor de su familia.

Esto es como nacer de nuevo. He reaprendido a moverme, a pelar una papa, a picar una cebolla e incluso a comer. Si no aprendo a comer, me mancho toda”, explica con una naturalidad que sorprende y despierta admiración.

Su caso y el de Gustavo Gatica, el otro joven que perdió la vista en la crisis social, dieron la vuelta al mundo y visibilizaron la epidemia de mutilados oculares que dejaron las revueltas.

“Más que órdenes directas, los carabineros se sintieron con el derecho a disparar a la cara”, indica, en referencia a las nulas reprimendas públicas por parte del presidente Sebastián Piñera.

Tanto la baja laboral como todas las operaciones a las que se ha sometido hasta ahora han corrido a cargo de la mutualidad porque no ha recibido ningún tipo de ayuda estatal. Ni siquiera una llamada del gobierno o de la dirección de Carabineros.

“Ya no quiero que vengan, ya pasó su momento. Solo les pido que se sumen a la querella que interpuse y que se haga justicia“, admite.

Lee también: La Araucanía: Cabañas de familia de Fuad Chahin fueron quemadas en ataque incendiario

Miedo a la impunidad

El cuerpo policial abrió un sumario interno y dio de baja el pasado 14 de agosto a dos funcionarios por no prestarle auxilio, pero no reconoció ni uso excesivo de la fuerza ni incumplimiento de protocolos. Paralelamente se abrió una investigación judicial, que nueve meses después empieza a dar sus primeros frutos.

Campillai reconoce que durante este tiempo ha sentido mucho miedo a la impunidad, pero que la detención este mismo viernes del ex agente Patricio Maturana por el fatal disparo le ha “reconciliado con la justicia” y supone un soplo de esperanza para el resto de víctimas.

“No es sólo responsable el que me disparó, que sin duda tiene culpa, sino que acá había un piquete completo y había alguien que estaba al mando. Alguien tenía que haber puesto orden y no lo hizo”, reivindica.

Lee también: Oficinas de la Municipalidad de Antofagasta fueron cerradas por brote de coronavirus

Está convencida de que las protestas volverán cuando pase la pandemia porque “no se le ha dado ninguna respuesta a las demandas sociales” y tiene miedo de que su familia, que siempre ha sido testigo de la convulsionada política chilena desde bastidores, salga esta vez a marchar.

Mientras tanto, se encuentra a la espera de comenzar un curso de informática para reincorporarse al mundo laboral en cuanto termine su recuperación y está centrada en su hijo más pequeño, de 9 años, al que no quiere “educar en el rencor”.

Nadie me va a devolver mis ojitos. Tenemos que tirar para adelante ‘ná’ más“, concluye.