Habla víctima de robo que terminó con la muerte de Catrillanca: “Me da pena que piensen que estamos haciendo un montaje”

Por CNN Chile

16.11.2018 / 20:09

En exclusiva con Daniel Matamala desde Ercilla, la profesora que sufrió el ataque de encapuchados aseguró que nadie los ha llamado y contestó duramente al Colegio de Profesores, desde donde sembraron dudas respecto a los hechos. Además, precisó que eran cuatro atacantes que agredieron a niños que iban en los autos: "Gritaban "mamá, nos van a quemar vivos'".


El presidente del Colegio de Profesores de La Araucanía, Jaime Quilaqueo, levantó los cuestionamientos sobre la operación a la que Carabineros reaccionó y que terminó con la muerte del comunero mapuche Camilo Catrillanca.

“Nadie nos ha dicho ‘éstas son las personas’, ‘ocurrió a tal hora’, si ellos notaron alguna presencia. Nada, absolutamente nada de eso, que es lo más sorprendente”, afirmó a Radio Cooperativa.

De acuerdo a lo informado por el general director de Carabineros, Hermes Soto, un grupo de encapuchados interceptó a cuatro profesores en tres vehículos.

CNN Chile conversó en Ercilla, en exclusiva, con una de las profesoras víctimas del robo de los autos, quien ratifica la versión de los uniformados. Aquí el relato íntegro que entregó a Daniel Matamala:

Nosotros terminábamos nuestra jornada laboral, ese día nos veníamos un poco más temprano, veníamos de nuestra rutina, nosotros siempre salíamos con nuestros tres autos juntos, nosotros trabajamos cuatro profesoras, yo viajo siempre con una colega, venía adelante y mis dos colegas atrás mis dos colegas atrás para salir del lugar.

Cuando veníamos, nosotros hacemos como un “codito” porque pasamos detrás de un bosque porque el camino está tan malo, malísimo, que tenemos que andar buscando por donde pasar.

Nos encontramos que el camino es angosto, estaba una barricada con un árbol cortado, con alambres de púas y una estaca, pasar por encima era imposible y no era la primera vez que nos ocurría a nosotros. Y siempre nos bajábamos, mirábamos a todos lados porque siempre nos decían que jamás nos bajáramos si veíamos algo así. Pero como nosotros sabíamos que en la comunidad no pasaba nada, estaba tranquila. Yo jamás pensé que iba a pasar esto, jamás.

Entonces yo le dije a mi colega “ya, bajémonos a sacarlo”. Yo estaba en el asiento, iba manejando, lista para bajarnos, cuando aparece del lado derecho un joven, un sujeto encapuchado gritándonos muy feo con mucho garabato, nos decía ‘para el auto conchetumadre’, ‘bájate conchetumadre’, y lo siento aquí, esa voz, ese grito. Se puso en frente nuestro con la escopeta…

– ¿Era una escopeta hechiza?

Sí, en el principio yo lo vi como un fierro envuelto, a mí me dio la impresión, que con una huincha aisladora roja, eso me llamó la atención. Da la vuelta para mi lado, me abre la puerta y me pone la escopeta en la cabeza y me decía ‘bájate rápido conchetumadre’, ‘pásame las llaves’ y yo toda nerviosa, el cinturón no me lo podía sacar, agarré mi teléfono para guardarlo, para poder avisar después, se me cae la lesera ahí y quedó tirado. Quería agacharme y no, me decía ‘bájate, bájate conchetumadre’.

Al final le pasé las llaves, nos bajamos con mi colega, nos tiraron al suelo. ‘Agáchate conchetumadre, tírate al suelo y no me mirís conchetumadre’ , y me empuja para que bajáramos la cabeza.

– Aparte de la escopeta, ¿tenían otras armas?

Cuando estaba en el suelo yo le dije a mi colega, porque yo sabía que había sacado su celular, que llamara. ‘Llama a Carabineros’, le dije entre dientes. Traté de mirar para atrás y había uno con un hacha, y veo que habían otros más. Mi colega de atrás, de repente sentí un griterío, me gritaba, me gritaba y no la podía ayudar.

– ¿Cuántos atacantes eran en total?

Cuatro.

– ¿Qué pasó con los niños que venían atrás?

Cuando venían, la profesora se puso tan nerviosa, no pudo abrir el auto y uno de los tipos, que era un tipo alto, le rompe de un culetazo el vidrio, le saltan los vidrios, la amenazaron, que si no la bajaban iban a quemar el auto, te vamos a matar.

Los niños gritaban “pero mamá, nos van a quemar vivos, nos van a quemar vivos”, y era el griterío. Y por el otro lado, el que estaba con el hacha corrió hacia nosotros como que fuera a ayudarle al otro, abre la puerta y saca a los niños de un tirón de un brazo y los tiran a la orilla, ahí hay zarzamoras, los tiraron.

Los niños quedaron choqueados. La niña se desmayó, me gritaba a mí. Y en eso no sé cómo salió el otro tipo que estaba, agarró mi auto y se lo llevan. Nosotros no alcanzamos a parar, o si no los autos que vienen atrás nos habrían pasado por encima.

– ¿Cuándo se enteran ustedes de todo lo que ocurre luego de esta persecución y que esto además termina con la muerte de una persona?

El tiempo yo lo perdí. Yo sentí que pasó mucho, mucho tiempo. Cuando nos trajeron acá a Ercilla a constatar lesiones y todo, y nos llevaron después a Collipulli, porque acá no había médico, cuando llegamos allá alguien dice que había un comunero herido y que le habían disparado en la cabeza.

Yo me sentí tan mal. Yo lloraba, lloraba, lloraba, porque yo sentía que por mí culpa, yo me sentía muy culpable, estuviera pasando todo esto. Yo no tenía la dimensión de qué había ocurrido, de tanta cosa.

Yo vi cuando llamamos a Carabineros, cuando llegaron dijeron que habían ido a buscar nuestros autos, pero era eso. Ellos fueron a buscar nuestros autos. Y de ahí vimos que estaban esperando, no sé, pero salieron comuneros de todas partes a disparar y se forma como siempre. Allá todos los días hay tipos de guerrilla.

Escuchamos de nuestra escuela todos los días disparos, todos los días. Y gritos para allá y para acá, el helicóptero… entonces ya estamos acostumbrados. Pero siempre era como “en el otro lado”, no era acá, a nosotros. Hasta los niños ese día, decían “tía no queremos que nos llegue una bala loca”. “No”, les decía yo, “no va a llegar una bala loca. ¿Tienen susto? Entonces vayámonos para adentro”, les decía.

Sentir esto, la impotencia que nosotros vivimos, la rabia, incluso hasta vergüenza…

– ¿Por qué vergüenza?

Porque se burlaron, vulneraron, me sentí como burlada. No sé, estaban sacando nuestras cosas, yo me imaginaba ellos como en su foro como que se reían, nosotros gritando, llorando desaforadas, éramos todas mujeres, quedamos solas. Entonces fue un momento desastroso, terrible, yo hasta el momento no puedo dormir, ando prácticamente sin comer, no siento hambre, y escuchando todos los días a cada rato esa voz, ese grito y esa imagen. Uno no está acostumbrado a vivir esa violencia.

– ¿Y qué le provoca que se cuestione por algunas personas que este robo efectivamente haya existido, que incluso el Colegio de Profesores local lo haya puesto en duda?

A mí me da mucha pena, y me da mucha rabia que colegas nuestros, no sé de donde dijo ese caballero, no tengo idea de dónde sacó esa información, sabiendo cómo nosotros trabajamos, él trabaja, y quizás trabaja quizás en Las Condes o por ahí en (el barrio) alto, ¿por qué no vino aquí? ¿Por qué no nos llamó a nosotros y nos preguntó? ¿Por qué nadie nos ha preguntado nada? El comunero ha sido la víctima de todo esto, y todo eso fue a consecuencia nuestra.

El dolor, todo el sufrimiento, todo lo que vivimos, y para que venga a cuestionar nuestro colega que está ahí seguramente sentado en el computador, no lo concibo, y me da pena, realmente me da pena que la gente piense que nosotros estamos haciendo un montaje. Nuestro dolor, nuestra familia, esos niños, nuestro estudiante, nosotros nos sacamos la mugre todos los días yendo en los autos, a lo mejor no es valioso, pero es nuestro trabajo, nosotros no tenemos cómo entrar de la carretera a la escuela, si no tenemos auto tenemos que irnos a pie, o pagar una camioneta aquí en Ercilla para que todos los días nos salga diarios 10 mil pesos, tampoco los tenemos.

El Colegio de Profesores, los profesores saben cómo está la situación de nosotros. Nosotros no ganamos una millonada, a lo mejor él ganará una millonada, nosotros no.