En entrevista con CNN Íntimo, el bioquímico conversó sobre sus inicios en la ciencia y el rol que tuvo en ello la curiosidad. Además, reveló qué lo llevó a cambiar los tubos de ensayo por micrófonos y libros. "Es importante que las personas entiendan de qué estamos hablando y esto debe venir desde la comunicación de las ciencias", comentó.
Hace ya varios años Gabriel León cambió los tubos de ensayo por micrófonos y dejó de escribir papers para publicar libros que humanizaran la ciencia y la hicieran comprensible.
Bioquímico, además de doctor en biología celular y molecular de la Universidad Católica, su vida dio un giro radical cuando se rompió el tendón de Aquiles jugando fútbol.
El tiempo que debió pasar en cama lo dedicó a escribir en un blog, donde narraba anécdotas, datos, curiosidades e historias de grandes científicos y sus descubrimientos.
En entrevista con CNN Íntimo, cuenta que lo más relevante en términos de su historia de vida tiene que ver con la curiosidad. “Todas las niñas y niños son curiosos, pero yo crecí escuchando que la curiosidad mató al gato, que era algo malo ser curioso, que era como ser intruso“.
“Sin embargo, estuve en una casa donde había muchas herramientas. Mi papá es técnico electrónico, entonces en mi hogar había desde destornilladores hasta osciloscopios”, dice, y agrega que “había un espacio de exploración ahí y además tenía un interés personal que se fue acrecentando”.
En esta línea, detalla que “el evento más importante en este camino de la curiosidad infantil tiene que ver con el hecho de que mi padre compró unas revistas de divulgación, la Muy Interesante, y (…) yo la tomé, la empiezo a leer y vi dos palabras que nunca había observado juntas: ingeniería y genética“.
“Yo tenía 13 o 14 años y pensé que era la cosa más fascinante que había visto en la vida, lejos lo más increíble que haya aprendido nunca y decidí que quería hacer eso. Ahí tomé la decisión de que quería ser ingeniero genético, aunque no tenía idea cómo llegar ahí“, añade el especialista.
León afirma tener la sensación de que en su infancia y adolescencia ocurrieron muchos “eventos casuales” que le posibilitaron “explorar el mundo, ser un niño curioso en un contexto donde la curiosidad era valorada, haberme topado con imputs que eran útiles y, finalmente, con todos estos elementos en la cabeza, decidir muy chico que quería ser ingeniero en genética“.
“(Ya más mayor) descubrí que bioquímica era el camino mío y tuve mucha suerte porque logré encontrarme con personas que me señalaron más o menos por dónde tenía que caminar para lograr llegar donde yo quería ir y eso para mí fue fundamental”, afirma.
—¿Fuiste muy feliz durante cuánto tiempo?
—Recuerdo que cuando entré a estudiar bioquímica no fui feliz, ya que yo quería biología celular, genética y, sobre todo, quería clonar genes, pero me encuentro los primeros dos años con cálculo I, cálculo II, álgebra I y II, química de mil sabores distintos y yo me preguntaba a qué hora iba a clonar células, a qué hora iba a clonar un gen.
“Vine con esa idea en la cabeza y me pregunté ‘¿estoy bien acá?, ¿este es el camino?’, porque uno no tiene claro que debe aprender un montón de ciencias antes de ir lentamente especializándose en una en particular, pero los primeros años de bioquímica lo pasé pésimo. Cuando ya empezaron los ramos de carrera, ahí la cosa cambió, no me volví loco“.
Cambio de rumbo
León se dedicó a estudiar y a la investigación, comenzó una carrera como científico independiente y confiesa que durante años fue “extremadamente feliz”. No obstante, comenzó a hacer clases y en un punto dejó de “pasarla bien”: “Diría que cuando llevaba tres o cuatro años de vida académica, que fue cuando empecé a darme cuenta de que la academia, que es el lugar donde la mayor parte de la ciencia ocurre en Chile, es muy distinta a la idea que yo tenía“.
“Yo quería ser científico, no académico, pero hay una transacción que hay que hacer ahí. En Chile, si uno quiere ser científico, lo más probable es que tengas que ser académico, y a mí la vida académica se me empezó a hacer muy pesada; mucha reunión, una cantidad gigantesca de clases y labores administrativas. Tenía 15 estudiantes en el laboratorio, pero no los veía nunca y me sentía cada vez más lejos de la ciencia, además de que tenía la sensación de que me había convertido en un gerente de un laboratorio”, añade.
—De pequeño te gustaba escribir. Te cortaste el tendón de Aquiles y en la etapa de recuperación empezaste a hacer un blog, lo que fue el inicio del fin del científico.
—Yo hoy considero que una de las cosas más importantes que me ha pasado en la vida es haberme cortado el tendón de Aquiles, pero en ese momento yo odié el evento porque era marzo del 2011, venía a comerme el mundo ese año y de golpe me dieron dos meses de licencia. Estaba mal, triste, deprimido, enojado con el mundo, y en el postoperatorio, como tenía tiempo, me puse a escribir.
El experto narra que primero intento hacer una novela y tras fallar decidió hacer un blog de ciencias. “Comencé a escribirlo porque estaba aburrido, era para mí, pero pasó algo super curioso y es que a las personas que veían el blog les gustó. Luego de varios años, me llega un mensaje en febrero del 2016 a las 3:00 horas de alguien que decía que era editor y que el blog era muy interesante como proyecto editorial (…). Pensé que era broma, pero me junté con él y era Gonzalo Eltesch, gran novelista y editor chileno, que me dijo que hiciéramos un libro”.
“Entonces, mi primer libro, que es La ciencia pop, es algo que me pasó porque me corté el tendón de Aquiles. Es la recopilación de ese trabajo de blog que hice durante cinco años para mí, porque yo lo pasaba bien escribiendo, con un público que lo leía, con el que había interacción, que además me permitió comenzar a trabajar en medios“, afirma. Tras La Ciencia Pop lanzó un segundo tomo y en 2019, para conquistar a los más pequeños, publicó ¿Cuánto mide un metro?, ¿Qué son los mocos?, y ¿Por qué los perros mueven la cola?.
—Y comenzaste a divulgar la ciencia.
—Fue un proceso gradual. Empecé a escribir el blog porque encontraba que las historias eran entretenidas y la divulgación científica casi no estaba presente ahí, pero de a poco me fui dando cuenta que era un vehículo interesante para hacer divulgación y luego de algunos años me di cuenta de que la divulgación tampoco no era suficiente, que había algunos temas donde se quedaba corta y aparece otro concepto que yo no conocía, que era la comunicación de la ciencia (…). Ahí dije, en realidad yo no soy divulgador científico, soy comunicador científico.
—No hay muchos comunicadores de la ciencia, es una tarea compleja.
—Muy pocos entendemos cómo funciona la ciencia y la tecnología, pero si queremos tener debates ciudadanos informados, que permitan generar productos relevantes para la toma de decisiones, es importante que las personas entiendan de qué estamos hablando. Esto debe venir desde la comunicación de las ciencias, no con un tono paternalista, ni de ¿yo soy el científico, el que sabe, y usted nada’. (…) No se trata solo de entregar información, sino que de usarla como insumo para generar conversaciones relevantes que permitan a las personas participar informados.
—Tu nuevo libro fue escrito a raíz de una petición de tu hija pequeña
—Cuando voy a colegios, las niñas y niños me hacen todo tipo de preguntas. Eso es un ejercicio fascinante porque tengo la sensación de que se dan cuenta, en un espacio que es poco frecuente, de que lo que ellos quieren preguntar también es importante. El colegio es un ejercicio de responder (…), pero una buena pregunta es un ejercicio distinto, debido a que tú te pones en un lugar en el que reconoces que no sabes algo (….). Esos espacios en los colegios existen, pero no son tan frecuentes, a menudo es uno el que tiene que contestar.