En entrevista con CNN Íntimo, el destacado pintor nacional conversó, entre otras cosas, sobre sus inicios en el mundo del arte y sus motivaciones. "A mí no me interesa ser famoso, nunca me interesó ser famoso", confiesa.
En el vibrante panorama del arte chileno contemporáneo, José Manuel “Totoy” Zamudio se erige como una figura singular gracias a los “monos”, seres ficticios que habitan sus pinturas.
De la mano de estas extrañas criaturas, que residen en un mundo lleno de color y cuyas anatomías viajan entro lo figurativo y lo abstracto, se ha hecho un nombre en la escena.
“Todos mis monos pertenecen a una misma familia. No son ni hombres ni mujeres, son todo junto”, cuenta a Matilde Burgos en un nuevo capítulo de CNN Íntimo en CNN Chile.
Totoy, un lienzo y los “monos”
Totoy Zamudio nació en 1972 en Santiago. Si bien a lo largo de su infancia y adolescencia se inclinó por la medicina, finalmente terminó decantándose por la Ingeniería en Acuicultura, carrera que dejó en quinto año para dedicarse al arte.
“Yo quise ser médico primero. Me operaron la pierna y cuando lo hicieron quede como pegado con el tema de la medicina porque no quería que le pasara a nadie lo que me pasó a mí, que estuve a punto de perder la pierna, con osteomielitis y tuve aprender a caminar de nuevo a los 14 años. Fue feroz, estuve 7 meses en la Clínica Alemana en pediatría”, relata.
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Cuenta que quiso estudiar medicina, pero no le alcanzó el puntaje, e ingresó a ingeniería. “En segundo año, un amigo de la vida llegó a mi cumpleaños con unos óleos, unos pinceles y una tela. Yo sabía que era capaz de hacer música —de cantar e improvisar—, que podía cocinar y también sabía que escribía poesía, pero la pintura fue todo un descubrimiento para mí”.
“Fui a algunas universidades en que estaba abierta (la carrera); la Católica no me gustó, no me sentí cómodo, la Chile tampoco. Me matriculé en la Finis Terrae, que es tremenda universidad, sobre todo en las artes visuales, tuve tremendos profesores y me pegué el salto cuántico de estar en quinto año (de ingeniería) y entrar a primero de arte”, complementa Totoy.
Sobre la evolución de sus pinturas, afirma que “cuando empiezas a pintar son muy obvias tus influencias, quienes fueron tus papás. A mí se me notaba que venía de Matta y que Picasso era importante para mí, y sigue siéndolo. Después hay coincidencias; llega una exposición al Bellas Artes cuando estudiaba, que eran los CoBra, un grupo de artistas que pintan Art Brut”.
A la hora de enfrentarse a un lienzo en blanco, el artista chileno explica que solamente se “deja llevar”. “Entro en el canon, en el flujo, en la profundidad de lo profundo. Nunca sé como va a terminar un cuadro, así como tampoco sé cuando empieza, solo sé que hay un material, un soporte en blanco —o uno que pinté previamente— y me dejo llevar”.
En un momento nacieron sus queridos “monos”, seres ficticios que “pertenecen a una misma familia. No son ni hombres ni mujeres, son todo junto, y están siempre en una actitud de encuentro, de compenetración. Se confunden, se retroalimentan, se impulsan, se proyectan hacia otro cuadro, se molestan, se joden, pero nunca se agreden”.
Cuando se expande el color
Totoy es de aquellos artistas que cuando le piden colaborar siempre acepta, sobre todo cuando se trata de niños y niñas. Ha trabajado con chicos con síndrome de Down, cáncer, piel de cristal y más, con quienes ha podido compartir su amor por el arte. “Es un tema sensible. Me motiva porque soy papá y porque todos los niños y niñas son hijos míos”.
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—Cuando un niño está sufriendo, ¿qué pasa con tus “monos”?
—A mi estudio una vez vinieron niños de la Fundación Debra, que son niños y niñas con piel de cristal. Había un niño que no tenía piel en los dedos de las manos, porque se les caen, y pintaba con el muñoncito que le quedaba. Le salía con sangre el muñoncito porque se le rompía la piel, pero en ese momento se olvidó del dolor.
“No existió el dolor, estuvo pintando cuatro horas y media conmigo y se fue feliz. (…) Con los niños con síndrome de Down es lo mismo y con los niños con cáncer es lo mismo”, dice, y aclara que “no es desde el payaseo, porque a mí no me interesa ser un payaso, pero si me interesa que me sientan cercanos, que sientan el cariño”.
—¿Qué pasó cuando fuiste papá?, ¿te cambió la pintura?
—(Cuando fui papá) me cambió el mundo y la pintura me la cambió absolutamente. Yo pintaba con color, pero el color se expandió, se multiplicó. No solo el color, sino que también el sentido de por qué estoy haciendo eso (pintar).
“Hay mucha envidia en el mundo del arte”
Los artistas enfrentan diversas dificultades, tales como la inestabilidad financiera, la falta de visibilidad y la presión por cumplir con expectativas comerciales. Totoy cuenta que “tuvo la suerte” de que desde su segundo año en la universidad pudo vivir de la pintura, llegando a pagar la carrera con el dinero que obtenía por sus obras.
—¿Tienes amigos en el mundo del arte?
—Sí, tengo amigos en el mundo del arte. También sé que hay mucha envidia en el mundo del arte, pero he tenido que aprender a vivir con eso. Cuando tú haces una exposición, no solamente expones la pintura, también te expones tú, te expones al juicio público, al juicio de otros, al juicio estético de otros.
—¿Qué piensas de que te cataloguen como un artista comercial?
—Pero cuál es el sentido, yo no vine al mundo a morirme de hambre, quiero vivir de lo que hago, quiero vivir bien de lo que hago y quiero expandir eso que hago para otras personas, no solo para mí. He hecho muchos objetos, pinté hasta un water (inodoro) una vez, así como ropa, pañuelos, zapatillas, bototos.
—¿Hoy la gente le da el valor al arte?
—No se lo da como debería dar (…). El arte hace más grata tu vida, te levanta el espíritu, te hace movilizar personas, posicionar una opinión, es manifestarte, es como un panfleto, como ir con una carta de presentación, con el estandarte, ese es mi estandarte, el que yo quiero y promuevo. A mí no me interesa ser famoso, nunca me interesó ser famoso.
—Hace poco cumpliste 50 años, ¿hacia dónde vas?
—Para mis 50 años yo sentía que me faltaba, que no estaba en condiciones de ser exportado, de salir afuera o de que hubiera gente que se pudiera alimentar de mí, que todavía me faltaba, todavía necesitaba arrumarme. A los 52 siento que ya no me falta, siento que estoy en ‘condiciones de’, que estoy para entrar a la cancha.
“Ahora la pregunta es cuál es la cancha. En eso estoy, definiendo la cancha, lo que me define a mí en la cancha, cómo me define a mí esa cancha, como me proyecto ahí y el sentido que tiene el hecho de estar ahí, ya que si no estoy motivado no me va a salir nada bueno”, cerró el destacado artista nacional.