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En entrevista con CNN Íntimo, quien es considerado uno de los paisajistas más sobresalientes de Latinoamérica conversó sobre los inicios de su carrera, los lineamientos que lo rigen y los sueños que tiene para el futuro.
“Soy arquitecto de profesión y paisajista de alma”. De esta forma se define Juan Grimm, ya que, si bien su formación comenzó en la arquitectura, fue en el paisajismo donde realmente encontró su voz.
Nacido en Santiago en 1953, desde su infancia el paisaje que lo rodeaba comenzó a ser un reflejo de sus inquietudes, un espacio de exploración que, con el paso de los años, se convertiría en su vocación y su obra.
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La relación que tiene con la naturaleza no es solo profesional, ya que la considera su “biblia”. “Hacer un jardín es como un hijo, porque hay que dirigirlo, hay que educarlo, y eso no es tan fácil”, detalla a CNN Íntimo.
Desde sus primeros trabajos hasta sus proyectos más emblemáticos, ha dejado una marca indeleble en la historia del paisajismo moderno, fusionando la belleza del paisaje —tanto chileno como la de otros países— con una filosofía que trasciende las fronteras de la arquitectura y el arte.
“Me hace feliz hacer jardines, estar continuamente pensando, imaginando, construyendo y después visitando”, confiesa.
La pasión de Grimm por el diseño comenzó a temprana edad. “Uno de chico no es consciente, pero sí me alejaba de ciertas actividades que tenían los niños de mi edad. (…) En los cuadernos, nos hacían pintar figuras y todos los pintaban planos y se salían del borde, pero yo hacía el borde más oscuro y me parecía más interesante”.
Cuenta que desde ese momento comenzó a notar que era diferente del resto: “Mis compañeros me pedían que hiciera los dibujos. (…) Con mis hermanos jugábamos a los autitos, pero a mí no me gustaba el autito, me gustaba crear, así que hacía volcanes, lagunas y así. Era un intento de paisajismo, estaba haciendo paisaje”.
Fue en las aulas de la Universidad de Valparaíso (UCV) donde dio sus primeros pasos en la carrera de arquitectura. “De corazón, yo quería estudiar arte. O sea, para mí la felicidad cuando estaba en el colegio era si quedaba en el Bellas Artes, pero quedé en Arquitectura de Valparaíso. Tenía que estudiar eso y por eso se dio”, relata.
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Pese a no estudiar paisajismo, afirma que “todo se da en la vida y es muy curioso. El primer año, un profesor en el primer proyecto me dice ‘esto no es arquitectura, esta es otra cosa’. Yo hacía una plaza y ponía árboles armándole espacios con troncos de árboles y haciendo ventanas. Estaba haciendo paisajismo inconscientemente”.
Después de dos años, se trasladó a Santiago para continuar su carrera en la Pontificia Universidad Católica de Chile (UC). “Así se fue dando hasta que llegó Esmée Cromie, una gran amiga mía, de Inglaterra, se instaló aquí y yo hacía un curso con ella. Ella me tomó y me llevó a hacer clases en la Universidad de Chile, de paisajismo”.
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“Hacía un curso de composición que fue muy criticado porque hacía trabajos del espacio con lana, con papeles plateados, para que empezaran a entender el espacio, y me acusaron algunos profesores a la directiva diciendo que lo que estaba enseñando no era paisajismo, que era un loco que venía a hacer unos trabajos”, añade.
“Pero eso cambió y fue cambiando hasta el punto que hice un taller de paisajismo, les empecé a enseñar paisajismo y yo (en ese entonces) no había hecho ningún jardín”, dice, y detalla que dejó la arquitectura entendida como el diseño de estructuras “cuando empezó a llegar trabajo de paisajismo, muchos y muchos”.
Su trayectoria de décadas lo ha posicionado como uno de los paisajistas más sobresalientes de Latinoamérica, habiendo diseñado y construido cerca de mil hectáreas de jardines públicos y privados no solo en Chile, sino que también en lugares como Argentina, Perú y Uruguay.
“He hecho más de 700 jardines y todos los jardines los he puesto planta por planta. O sea, son millones y millones de plantas que yo con mi brazo las he puesto. (…) Un jardín es súper importante que sea exuberante, que sea misterioso, que sea infinito, que sea sustentable”, comenta.
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Su nombre hoy está ligado a parques y jardines reconocidos por su exuberante belleza, fruto de un enfoque que promueve una profunda conciencia y respeto por los entornos naturales. Su trabajo busca integrar estos espacios de manera orgánica con las formas de vida y habitabilidad, respetando la autenticidad de los paisajes.
A lo largo de su carrera, sus proyectos han sido ampliamente difundidos en revistas y libros especializados en paisajismo y arquitectura. Además, ha compartido su visión en conferencias dictadas en diversos países, como Argentina, España, Italia, Australia, Nueva Zelandia y Londres, entre otros.
—¿Eres de incorporar especies que no se dan acá o prefieres trabajar con las plantas nativas?
—Cuando comencé hace 30 años no conocía las plantas nativas, cómo se desarrollaban. Yo tengo que saber cómo va a crecer, cómo se va a comportar, cómo va a morir, si va a vivir 10 años o uno. Entonces, empecé con plantas exóticas que sabía cómo se comportaban, pero después las fui como cambiando.
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—¿Cuáles son las variaciones más evidentes que estás viendo por el cambio climático en Chile?
—La sequía, la sequía la noto. Yo viajo prácticamente todas las semanas o muy seguido a Los Vilos y en ese tramo, que es el que más ha sufrido nuestro país, ahí se nota, o yéndose la cordillera, es penoso. No sé si es un proceso que va a tener fin o si es un ciclo que se va a revertir, Dios quiera.
—Hablemos de los parques o espacios públicos en Santiago. ¿Qué es lo que tú rescatarías?
—Mi adoración es el Cerro Santa Lucía. Es un montón de jardín (…), es un centro de paseo maravilloso, puedes subir a pie. Te vas a otro mundo. Es exuberante, es misterioso. Y el otro que me gusta es el Parque Providencia de Óscar Prager.
—¿Cómo es esa relación con el cliente cuando es algo a tan largo plazo y que tú tampoco sabes si el árbol crecerá como esperabas que lo hiciera?
—Siempre crecen distinto a lo que uno se imagina (…). Estoy acostumbrado a que si me piden un encargo es porque saben un poco lo que hago. Mucha gente me dice, me gusta lo que tú haces. Entonces, con esa confianza yo explico y le digo; ‘esto va a ser en un año, en dos años y así’, tratando de explicar el futuro. Hay que tener paciencia.
—¿Hay algo que sueñes hacer?
—No tengo ningún sueño especial. Mi sueño es poder seguir trabajando y tener mi cuerpo y la salud para poder seguir porque me apasiona. O sea, yo soy feliz cuando estoy dibujando, imaginándomelo y en el terreno y cuando voy a verlo después de varios años y encuentro lo que es, no puedo creerlo, es como decirme ‘teniai razón, viejo’.
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