Los trazos de Bororo: “Cuando comencé a pintar las críticas eran pésimas, me decían que mis obras eran para el mercado persa”

Por CNN Chile

18.07.2024 / 22:30

En entrevista con CNN Chile, el pintor chileno Carlos Maturana, más conocido como Bororo, conversó sobre sus inicios en el arte, la influencia de su padre y lo que significó el fallecimiento de su hija. "No tengo palabras, no escribo, yo pinto", cuenta a Matilde Burgos.


A mediados de la década de los ’80, el nombre de Carlos Maturana Piña, más conocido como Bororo, irrumpió en la escena artística nacional. Décadas después, el pintor chileno sigue más vigente que nunca gracias a su estilo vibrante y expresivo.

Sin embargo, el camino de Bororo parte muchos años antes. Desde temprana edad mostró interés y un talento innato por el arte, contando siempre con el apoyo de sus padres, quienes lo respaldaron a pesar de que no era la carrera que esperaban para él.

Estudió en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, donde comenzó a desarrollar su estilo único y a explorar diversas técnicas. Luego, paralelo al arte, también ejerció la labor docente en la misma casa de estudios, en las cátedras de pintura, dibujo y croquis.

 

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Su trabajo ha sido exhibido en numerosas galerías y museos a lo largo de todo el país. También ha ganado los más variados reconocimientos, siendo el último de estos el Premio Marcos Bontá, entregado por la Academia de Chilena de Bellas Artes.

“Cuando empecé a pintar comencé a aparecer en el ambiente y las críticas eran pésimas (…). Me decían que mis pinturas eran para el mercado persa, no para estar participando en museos y salones”, cuenta a Matilde Burgos en un nuevo capítulo de CNN Íntimo.

El legado de un padre

Bororo cree que heredó su gusto por el arte de su padre, el actor Gabriel Maturana, conocido por interpretar al Señor Mandiola en el programa Jappening con Ja. “Pienso que heredé toda la esencia de mi papá en el arte, para él en la escénica y para mí en la cosa visual”, dice.

Recuerda a su padre como un hombre “demasiado tierno, muy cariñoso y que tenía la virtud de ser bastante divertido. Era como un duende, muy encantador hasta cuando se enojaba”. “Él empezó a los cuatro años en el teatro porque pedía plata en Valparaíso en la plaza y mi abuelita tocaba una pianola, de ahí que el espíritu de él era siempre como de bufón”.

“Mi papá cuando fue creciendo tuvo que trabajar en cualquier cosa, pero luego se metió con amigos en grupos de teatro, tuvo una carrera de teatro y después pobrecito tuvo que meterse al banco porque tenía tres hijos ya y vivir del teatro es difícil (…), aunque igual se las arreglaba para hacer grupos de teatro en la tarde, no podría estar sin eso“, afirma.

No decaer ante las críticas

Carlos no siguió el camino del teatro al igual que su padre debido a su timidez y a que le daba “plancha” actuar. Sin embargo, encontró en la pintura una forma de expresarse sin necesidad de palabras ni de letras: “por eso pinto, porque no tengo un discurso, no tengo palabras, no escribo, yo pinto y eso lo siento desde siempre, desde que empecé a pintar”.

Si bien su madre quería que él fuera médico cirujano y su padre aviador, siempre apoyaron su opción de dedicarse al arte. “Ellos eran totalmente buenos padres y apoyadores. Mi madre era muy seria, pero muy apoyadora, con un sentido del humor y (gusto por) la danza, mientras que mi papá era un chiste, todo lo que hacía él era divertido”, complementa.

—Tú entraste a estudiar arte a la universidad, pero no te iba bien.
—No, pero tuve profesores increíbles. No me iba bien porque era malo; era malo para el dibujo, no tenía facilidad para el color y era pésimo en la cosa manual (…). Al final todos los profesores y profesoras casi como que empezaron a dejarme pasar de curso porque empezaron a creer en este tiro al aire en el que de repente ‘si, algo había’.

En sus inicios, Bororo recibió muchas críticas negativas, pero estas no lo hicieron decaer. “Cuando empecé a pintar expuse en los salones, comencé a aparecer en el ambiente y las críticas eran pésimas (…). Me decían que mis pinturas eran para el mercado persa, no para estar participando en museos y salones, a ese nivel”, cuenta.

Consultado sobre qué le permitió seguir, señala que “tenía una seguridad en mí mismo, pero sin saberla yo incluso. Era bien ingenuo, pero sólido en el sentido de creerme cosas que pucha que cuesta harto creérselas, ya que yo después fui durante hartos años profesor y creo lo que más cuesta es que un alumno se la crea”.

—Y hasta el día de hoy sigues en la pintura
—Me quedé pegado en la pintura para siempre (…). Soy el rey de los efectos especiales porque en el fondo a las manchas las estoy controlando en espacios reprimidos, cosa que me tiene muy contento porque generalmente la mancha tiende a ser muy abierta y extendida. Ahora tengo más claro lo que quiero hacer, tengo una idea más limpia a cerca de lo que estoy haciendo.

Lo que deja una pérdida

Uno de los momentos más duros en la vida del Bororo fue la muerte de su hija, la también artista Paloma Maturana, en julio del año pasado. “Yo tenía una teoría con la muerte, que era extinción y uno no pensaba más allá, pero mi teoría ahora se transformó en una cosa idílica, que la inventé yo y que es verdad mientras yo lo diga. Me cambió la idea de la muerte“.

El pintor detalla que Paloma se vio “atrapada seriamente” por las drogas. “Fue difícil (…). La internábamos porque ella misma cachaba que tenía que internarse, nunca fue forzada. Nosotros dimos mucho amor, pero también era difícil luchar contra eso por todo lo que estaba pasando”, dice, y confiesa que la partida de su hija ha influido en su pintura “positivamente”.