Mónica González y el difícil momento del periodismo: “Los malos se disfrazan, los corruptos ni qué hablar, mienten”

Hija de un obrero ferroviario que murió atropellado por un tren cuando ella tenía 13 años, buscó en los ideales que guiaban a ese hombre que adoraba llenar el vacío que él le dejó.

Quiso estudiar Medicina, pero la pobreza la obligó a trabajar. El ’68 entró a Periodismo en la Universidad de Chile, pero esta carrera no la apasionó desde el principio, pero después se dio cuenta de que la profesión tenía un poder transformador y ahí se convirtió en una obsesión.

Incansable, rigurosa, exigente. No hay nada que ella pida a sus equipos de trabajo que no esté dispuesta a hacerlo. Dueña de una capacidad para investigar que cientos de veces derrotó al miedo, ha desafiado al poder en dictadura y en democracia, el poder de los militares, de los grupos económicos, de la iglesia y sus abusos.

En conversación a fondo con CNN Íntimo, Mónica González reflexionó sobre el rol del periodismo y la importancia de indagar a los grupos de poder, recordó su exilio, las investigaciones que marcaron su vida y se emocionó por la campaña que busca que la reconozcan con el Premio Nacional.

Es la fundadora del primer medio de investigación digital de Chile, Ciper (Centro de Investigación e Información Periodística), cuya dirección acaba de dejar después de 12 intensos años. Afirma que la decisión fue porque “estaba enferma”, pero no le gusta hablar de ello.

“No me estoy muriendo. Hay Mónica González todavía. Quiero seguir haciendo periodismo. Primero, porque no tengo una jubilación que me permita no trabajar. Segundo, porque es mi vida, mi sentido de vida”, señala.

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A su vez, reconoce que se sintió “un poco fracasada” porque no logró llevar al proyecto “al puerto de sustentabilidad”.

“No logré tener todo el dinero que necesitaba para mantener un equipo de periodistas contratados (…) Es un horror que para poder ser independiente tenga que sacrificar el periodista una parte de su sueldo o de su descanso”, asevera.

Respecto al financiamiento que entregó Álvaro Saieh a Ciper, indica que “hasta que me muera voy a estar agradecida” y que el empresario no pidió “nada a cambio, nunca”.

“Él me enseñó algo muy importante (…) Él hizo una comida al final, le dijo a todo el equipo algo que yo nunca me voy a olvidar: ‘A mí me habían convencido que el éxito de un diario era darle al lector lo que quería saber y ustedes me demostraron que no es verdad, que el éxito es darle al lector, claro lo que quiere, pero sobre todo lo que necesita y no quiere saber’ Esa es una gran, gran, frase”, recuerda.

Asimismo, expone que “la gracia de Ciper ha sido entender los problemas que son gravitantes y afectan a una gran cantidad de personas. En el periodismo hemos fallado en creer que el poder está en el Ejecutivo, en el Legislativo, es seguir con nuestras grabadoras, con todo respeto, a veces personas que son marionetas del poder y no buscan el poder donde está”.

Por este motivo reflexiona sobre el rol de los periodistas en la actualidad. “No entendemos acaso que estos carteles de narco no sólo son traficantes de drogas, son de armas, de secuestros, empresas farmacéuticas, laboratorios que funcionan como carteles, mineras. ¿Acaso Soquimich no funcionaba como cartel? ¿Las pesqueras no funcionaron como cartel? ¿Las farmacias son un cartel?”, apunta.

El relato que le cambió la vida

Fue exiliada tras el golpe de Estado de ’73 y se fue a Francia junto a sus hijas. Sin embargo, en el ’78 no aguantó más y regresó a Chile. Confiesa que es una decisión de la cual no se va a arrepentir jamás.

Comenzó a trabajar como subgerente de créditos de Falabella. Cuenta que se preparó, estudió, pero Juan Cuneo pidió a la CNI (Centro Nacional de Informaciones) informes de ella y después de dos meses la despidieron.

“Yo le tengo que agradecer a Juan Cuneo y a la CNI, que de Servicio de Inteligencia no tiene nada, porque con el sueldo que me pagaban, estaba despegando el Falabella que es hoy día, quizás me hubiera quedado ahí y habría hecho una carrera de ejecutiva de retail. Bien poco inteligentes, se habrían evitado hartos problemas”, manifiesta.

Luego se va al Instituto Chileno Norteamericano a crear la carrera de Turismo y la despidieron. Sin embargo, esto la llevó a que se reencontrara con el periodismo, puesto que llegó Luis Harrington del exilio, con quien trabajó en la revista Hora.

“Ahí dije ya, no me queda otra”, continúa, y fue cuando tomó la decisión escribir en la revista Cauce, investigando la casa de Lo Curro de Pinochet, construcción que supuestamente habían detenido por la grave crisis. No obstante, tras la publicación del reportaje, Pinochet y su familia no pudieron cambiarse.

“Los costos de los periodistas a la gente no le interesan. Yo aprendí eso a fuego, no somos los pobrecitos”, dice.

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En la misma línea, recordó un relato que le cambio la vida, el de Andrés “el papudo” Valenzuela Morales, quien estuvo en la Fach y en el Comando Conjunto en dictadura y que decidió contactarla para confesar los crímenes y cómo eran cometidos.

“Me hizo ver que yo estaba llena de odio. Porque no quería salvarlo. Lo salvé y se lo entregué a la Vicaría de la Solidaridad arrancando durante tres días mientras él contaba su historia, porque supe que era una prueba viviente del horror (…) Yo quería asesinarlo, tenía ganas de apretarle el cogote y después mi di cuenta que no. Nadie nace para ser asesino”, enfatiza.

—Le salvaste la vida, es más, porque él quería volver a su regimiento.
—Pero no lo hice por bonita.

—¿Por qué lo hiciste?
—Por eso, para tener una prueba viviente que algún momento nos sirviera en un tribunal de justicia idóneo y no ante jueces corruptos cobardes.

#YoFirmoxMónica

Reconoce que es exigente como líder en los medios de comunicación y que es una especie de “directora de orquesta” cuando está a la cabeza de un equipo.

“A algunas personas le sacas más tonos y notas y a otros otras. Esa es la gracia de un equipo. Soy muy exigente, pero conmigo un poquito despiadada”, señaló.

Respecto a la actualidad cree que “es más difícil reportear”. “Las cosas no son tan claras (…) Ahora los malos se disfrazan muchísimo, los corruptos ni qué hablar, mienten”, asegura.

También, recordó el miedo que vivió cuando con su nieta fue secuestrada en 2016 por un cartel narcotraficante en México.

“Sí, sentí miedo, fue duro. Fue muy duro además porque uno entiende que esa violencia y esa prevención no tiene tregua y es peor que la de las dictaduras”, declara.

Entre los premios y distinciones que ha recibido Mónica está, entre otros, el Lenka Franulic y el Pulitzer de la Universidad de Columbia, pero hasta ahora no figura con el galardón del Premio Nacional de Periodismo.

“En un momento dado me sentí miserable porque me sorprendí diciendo ‘yo me lo merezco’. Qué horror. Porque esa es una soberbia inaudita“, indica.

No obstante, este año se levantó una campaña que lleva por nombre #YoFirmoxMónica en la que distintas personalidades han firmado para que obtenga el reconocimiento.

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Hasta ahora son más de 18 mil firmas, entre ellas está la de Carlos Peña, Lucía Dammert, Pablo Simonetti, Mónica Rincón y Daniel Matamala. Sin embargo, un nombre que no esperaba que apareciera en esa lista, y que la emocionó, fue el de Harald Bayer.

“Ya (con) lo que me cuentas le puedo decir a mis hijas ‘ahí está’, me puedo morir tranquila. Uno quiere dejarles a sus hijos un nombre, yo aspiro a dejarle a mis nietos, a mis hijas biológicas, a mis hijos postizos, la tranquilidad de que he tratado de ser honesta, coherente. Entonces, sí me puedo morir tranquila”, concluye entre lágrimas.