La Premio Nacional de Historia 2018 coversó a fondo con CNN Íntimo sobre la memoria país, el rol de la educación, la crisis de la Iglesia Católica y su clan familiar. "Entré a estudiar Historia porque mi papá lo encontraba algo culto y bonito", confiesa.
Es a lo que ha dedicado su vida y ahora se acaba de convertir en protagonista de ella. El 27 de agosto de este 2018, Sol Serrano inscribió su nombre en los libros como la primera mujer en Chile en ganar el Premio Nacional de Historia.
Un reconocimiento que llega después de más de 40 años dedicados a investigar, de los cuales ya había dejado huella en el estudio de la educación, de cómo se ha secularizado el Estado y al participar en instancias claves de la transición como la Mesa de Diálogo en 1999.
En entrevista con CNN Íntimo, la académica habló con Matilde Burgos sobre el rol de la historia en la sociedad, la defensa de los Derechos Humanos, la democracia chilena, la crisis de la Iglesia Católica y la historia de su clan familiar. Aquí, un extracto de la conversación:
—¿Por qué es importante recordar el pasado?
—Porque somos seres temporales. Lo que nos define como especie humana es nuestra temporalidad y, por tanto lo que construimos en el tiempo, todas las culturas han tratado de comprender qué es el tiempo. Y las culturas arcaicas lo entedían como un tiempo cíclico, la cultura griega lo entendió como un tiempo que era irrelevante en relación a la naturaleza, que era lo permanente. En la conciencia moderna, la que estudia la propia temporalidad para comprenderse a sí misma y construir el futuro.
—La evolución que va teniendo la historia que, en los últimos 30 años, Chile ha cambiado más de lo que cambió en un siglo. ¿Cómo podemos recordar cuando los cambios son tan rápidos?
—Eso, precisamente, es lo fascinante de la historia, que tiene un concepto propio de la temporalidad, que es distinto al tiempo mecánico de la física. Es distinto al tiempo permanente de la filosofía y tiene distintas categorías de tiempo, que nosotros tratamos de entremezclar para hacer las explicaciones. Y es el tiempo largo de un proceso y, al otro extremo, el tiempo corto de la ruptura. Y el tiempo de los actores de carne y hueso, que vivieron un tiempo determinad. Y nosotros jugamos con las distintas categorías de ese tiempo, precisamente para poder comprender, en una profundidad que es distinta a la delos actores, lo que nos ha sucedido.
—¿Y cuando uno puede comenzar ya, de los hechos pasados, a hacer historia?
—Siempre. No, eso es una división artificiosa. Herodoto, que se supone que es el padre de la historia, hacía lo que hoy día llamaríamos historia reciente. Él iba recorriendo…
—¿No es necesario tomar distancia?
—No, no tomar distancia por esa idea de la objetividad, sino, a mi juicio, porque hay procesos que de alguna forma han concluido. Cuando los procesos están en pleno cambio es donde es más difícil interpretar su sentido porque “breaking news”, pero hay fenómenos muy recientes que podemos describirlos e interpretarlos en un tiempo que sea más corto. Yo prefiero más bien la idea de un proceso que, por muy reciente que sea, puedo ver que hay un eje de cambios que me permite concluir algo.
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El Museo de la Verdad (risas)
—¿Aunque tengan visiones distintas y se construyan historias paralelas que pueden incluso estar encontradas? Te lo pregunto por lo que ha pasado este año a raíz de los 45 años del golpe y de los 30 años del triunfo del NO, donde pareciera que ocurrió hace tan poco porque las divisiones parece que se mantienen tal cual. ¿Por qué crees tú que pasa esto que, un hecho con el que ya tenemos una distancia con un tiempo más o menos razonablemente largo, sigue estando tan presente y revolviendo animosidades tan profundas?
—Voy a distinguir lo que es la historiografía del periodo, de nuestras vivencias de la historia y, tomo lo segundo: los problemas cruciales que habían el ’73 y el ’88 todavía conforman algunos ciertos conflictos en nuestro presente. Sin embargo, son sociedades completamente distintas. Nadie volvería a discutir exactamente lo que estábamos discutiendo el ’73 ni el ’88. Lo que permanece en el tiempo son las adhesiones, por cierto, pero también los problemas que entonces se sucedieron, que siguen vivos. Ahora, quisiera sin embargo hacer una precisión, que no me parece que sean iguales. Nuestra propia interpretación es que ese país del ’88 es muy distinto en su valoración de la democracia a lo que es hoy día. Hay muchos que dicen de que esta apropiación del NO por los que votaron por el SÍ es algo así como un maquillaje de sus propias culpas, no lo sé…
—Que es lo que dice Carlos Peña…
—Pero no es lo que me parece más relevante para la democracia chilena.
—Pero cuando se desdibuja lo ocurrido para tratar de acomodarlo a la propia historia, ¿no se corre un riesgo?
—Es que la pregunta es por qué quieres acomodarlo.
—Porque los tiempos son distintos.
—Pero porque en el fondo le tienes que rendir un tributo a la democracia. Porque al final, hoy día, haber votado por el SÍ tiene una carga muy fuerte en contra de la democracia. Y eso es una fortaleza de la democracia. No me importa, insisto, porque esta idea de que cuando hay otros que se corren, es un triunfo de a dónde se corrió. Es un triunfo de la idea de la democracia.
—¿Pero no se diluye una responsabilidad moral?
—Bueno, pero por favor, aquí no estamos para juzgar la moral de las personas.
—Y en ese sentido, hemos tenido distintos momentos para recordar este año que tuvo, a lo mejor, fue mucho más vívido a partir de lo que dijo Mauricio Rojas, que hace este comentario sobre el Museo de la Memoria que lo califica como un montaje, que tal vez ese haya sido el problema de su declaración, más allá del tema de fondo que es si efectivamente, junto con condenar la violación a los Derechos Humanos, se puede hablar, paralela y al mismo tiempo, de contexto. ¿Se puede hablar de las dos cosas?
—Por cierto. Lo que pasa es que los memoriales, en un amplio sentido, han sido entendidos -desde la segunda guerra, particularmente desde el holocausto- como una forma de traer el pasado al presente, como un sentido precisamente moral. Como la forma de revivirlo para que aquello no vuelva a pasar. Su sentido es moral. Su contexto, lo que hacemos los historiadores, es tratar de comprender por qué las cosas sucedieron. Y comprenderlas críticamente es otro debate. Mi preocupación es que la memoria se coma a la historia, porque eso creo que debilita el análisis crítico, que es tan importante para la democracia como, por cierto, el recuerdo moral para que no vuelva a suceder. No podemos vivir de la sola memoria, porque son memorias además fragmentadas.
—¿Pero para eso es necesario otro museo? ¿El Museo de la Democracia? ¿El Museo de la Verdad, como plantean los seguidores de Augusto Pinochet?
—(Risas) No sé lo que es el Museo de la Verdad (risas) porque no hay verdad.
—Quieren los mismos $1.500 millones anuales para su museo.
—(Risas) No lo sabía. El tema que planteó el presidente Piñera en su programa, de hecho, sobre el Museo de la Democracia, no tuvo que ver estrictamente con la coyuntura de Rojas, venía de antes. Lo que pasa es que esa coyuntura le cambió totalmente el sentido. Creo que es perfectamente legítimo, y lo que sí creo es que no puede ser otro museo, sino que ser parte del sentido que tiene el Museo Histórico Nacional. Por eso se llama Museo Histórico Nacional.
—No museos temáticos.
—No sobre estos temas. Podrán haber otros que sean temáticos y creo que sí es perfectamente posible revisar y siempre perfeccionar una exposición permanente de cualquier museo para ir incorporando los temas que a la ciudadanía le parecen importantes. Entonces, me parece que son compatibles y que en la coyuntura se vieron como un empate.
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Mesa de Díalogo: un triunfo en sí mismo
—Tú lo estudiaste, lo viviste: fuiste protagonista de esta historia de la transición, a la vez participabas en la Mesa de Diálogo el año ’99. Además una casa donde el tema ha estado muy presente, tu marido Jorge Correa Sutil fue integrante y también participó como secretario de la Comisión Rettig. Desde esa perspectiva, sentarse, en tu caso, con Sergio Valech, con José Zalaquett y con los mismos militares, con actores políticos en esta mesa de diálogo, ¿qué significo para ti en lo personal y en lo político como aporte a la sociedad?
—En lo personal fue una experiencia inconmensurable, del tipo de debate de cómo cada uno iba jugando sus propias cartas. Había que entender bastante de política y yo fui aprendiendo porque yo era realmente ajena. Pero quizás lo más importante fue que me di cuenta, a poco andar, de por qué había una historiadora o un historiador, y es precisamente lo que hemos discutido ahora. Porque la primera posición de los militares fue “hay que reescribir los últimos 50 años de la historia de Chile”. Y entonces, claro, ahí contesté yo, evidentemente, de que no se escribe una historia oficial de 50 años, no corresponde a una institución como tal escribirla, van a ser siempre visiones controvertidas, con distintas evidencias. Y eso tiene que ver con las libertades. Pero lo fundamental de ese debate es precisamente el tema. La historia explica o justifica. Qué es lo que estamos discutiendo ahora respecto a los contextos. Desde mi perspectiva específica de historiadora, era cómo separar ambas aguas en las cuales había posiciones intelectuales muy sólidas al respecto.
—¿Cuál fue la parte más fuerte y más pesada de ese trabajo?
—Cuando fueron apareciendo todos los horrores de la violación de los Derechos Humanos, y ese diálogo estaba específicamente dirigida al encuentro de los cuerpos de los detenidos desaparecidos y de los cuales los abogados, mostrando también los casos. Yo recuerdo un momento en la cual Elizabeth Lira mostró las fotografías de los niños que habían nacido en prisión.
—Y que de eso se sabe poco también.
—No porque no lo supieran, sino porque es impresionantemente doloroso cuando estamos además todos juntos viéndolo. Y, por otra parte, cómo se iba moviendo, en formas diversas, las distintas ramas de las Fuerzas Armadas. Además acuérdate que fue la detención de Pinochet en la mitad.
—Esa mesa termina con un compromiso que se cumplió en parte, y en parte no se cumplió porque el compromiso era que dentro de los meses siguientes se entregara la información que tenía el Ejército sobre los detenidos desaparecidos. Y se entregó información falsa, siguieron los pactos de silencio. ¿Fracasó esa mesa?
—Los fracasos, en materia de resultados específicos, sí. En materia de proceso, de materia de avance de diálogo, fue un paso hacia adelante el hecho mismo de que se pudieran sentar en una mesa. Y creo que eso ayudó a transformar el diálogo, sobre todo al interior del propio Ejército. O sea, yo lo que estaba preparando también en cambio ellos mismos. Entonces el proceso tiene resultados que no son exactamente los resultados que se esperaban.
—Porque todavía los detenidos desaparecidos siguen siendo un tema pendiente.
—Absolutamente. Y eso nos incumbe profundamente a los historiadores, y me preguntó personalmente si fuimos suficientemente audaces en haber presionado por una búsqueda independiente de los archivos dentro de los distintos lugares del Ministerio de Defensa. Porque los historiadores sí sabemos que la forma en que se organizan los archivos son siempre irracionales. Y, de hecho, ha pasado en Paraguay, pasó en Guatemala, que se encontraron archivos de violaciones a los Derechos Humanos, no sé, en una oficina de correos.
—¿Y cómo se comprende que esos archivos se guarden?
—A veces el azar deja de que una parte quedó en un volumen X. No sé cómo explicarte, los historiadores odiamos los catálogos en eso, nos gusta verlos porque se guarda los archivos con cierta irracionalidad. Y, por tanto, puede haber habido mucho que no sabemos si hubo y después se salió.
—Pero es una tarea pendiente que todavía… ¿ya no existen?
—No, yo creo que ya no está. Tendría que haber sido muy al comienzo que tendríamos que haber examinado los archivos previo a que se hubiera hecho una operación de limpieza, de destrucción de los documentos. Pero no lo sé, ahí hay un misterio.
—¿Pero esa idea no existió? ¿La audacia no alcanzó para hacerlo?
—Era tan complejo el tema. Todos somos generales después de la batalla, pero era complejo el tema de la transición, que sí se requirió mucha información administrativa de la Comisión Rettig, en lo cual sí pedía mucha información a distintos organismos del estado, incluidas las Fuerzas Armadas. Entonces era complejo, esto lo estoy pensando ahora, no recuerdo que se haya discutido en esa época. Habría sido complejo meter la variable historiográfica, o sea, la muy profesional de los historiadores que sí sabemos manejar archivo, pero tenemos que hacerlo libremente, a cómo era la vía administrativa para efectos judiciales.
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El fenómeno Bolsonaro está lejos de llegar a Chile
—Sol, hablábamos que las nuevas generaciones probablemente no valoran la democracia como la valoran quienes no vivieron en democracia y la conquistaron. ¿Para valorarla hay que perderla?
—(Risas) Qué horror. Cuando los paraísos pasan a ser perdidos una vez que se pierden, que nos pasó a mi generación. Yo creo que hay un aprendizaje, hay en las nuevas generaciones una rebelión contra la propia historia y prefieren rebatir con la dictadura que con la democracia posterior. Y sobre todo a menospreciar y, francamente, a veces denostar el tipo de transición.
—¿Qué te parece que hoy se valore más, para un grupo, el orden y el desarrollo económico a la violación a los Derechos Humanos o la democracia? Y no sólo acá, estoy pensando también en Brasil, por ejemplo, con lo que ha ocurrido con Bolsonaro.
—Es que ha sido muy distinto. Porque si en Chile hubieron amenazas como esas, créeme que nadie estaría aquí respecto a si fue una transición pactada o no pactada.
—Pero tenemos a un José Antonio Kast que va a ir a hacer segunda vuelta de campaña con Bolsonaro y que lo admira profundamente. ¿No tenemos ese riesgo?
—Siempre hemos tenido, desde la vuelta a la democracia, un porcentaje electoral que ha estado por ahí, en una forma quizás menos…
—Pero el porcentaje de Kast fue mayor que la Democracia Cristiana en la última elección.
—Es que la Democracia Cristiana fue especialmente pequeña…
—Pero lo digo…
—Compara eso con todo el arco democrático, ¿ya? No es que minimice aquello, pero creo que está muy lejos de ser ahora, en absoluto, un riesgo porque precisamente fortalece la democracia el hecho mismo de que exista, aunque sea pequeña, una amenaza a ella. Y creo que los temas de los fascismos populistas, que ha sucedido ahora en Brasil y bastante ya en Europa y Estados Unidos, tienen que ver con países que han vivido etapas de decadencia. Mientras nosotros, más bien, hemos vivido etapas de prosperidad en el cual los desencantos o miedos tienen que ver no con haber perdido lo ganado, que le pasa a la generación del mid-west norteamericano que vota por Trump, sino más bien generaciones de más prosperidad que quieren mantenerlo y defenderlo. Entonces son dos rutas bien distintas.
—El daño que se ha hecho a la democracia en Chile todavía no es un daño, o no es tan profundo como lo que ha ocurrido en otros países. Estoy pensando, por ejemplo, en lo que pasó con el financiamiento de la política que hizo daño a las instituciones, daño a la confianza en la gente. ¿Lo estoy entendiendo bien?
—Yo creo que la democracia en Chile es mucho más sólida de lo que parece. Y lo digo porque la historia no es que no tenga muchas maldades las instituciones. El tema es si somos capaces de controlarla, de saberlo y de castigarlo. Y sea lo que sea, se ha hecho.