En diciembre de 2013, Sara Rivers compró un vestido de la década de 1880 en Maine, Estados Unidos. En ese momento ni tenía ni idea de que desvelaría un misterio una década después.
(CNN) – El vestido victoriano del centro comercial de antigüedades de Maine no se parecía a nada que Sara Rivers Cofield hubiera visto antes.
Su corpiño ajustado, su polisón abullonado y sus puños de encaje reflejaban una época pasada. Como coleccionista de trajes antiguos, Rivers Cofield lo reconoció como un vestido de la década de 1880, pero a pesar de su antigüedad, sus bordados delicados, su seda color bronce y sus botones metálicos parecían intactos.
Regateó para rebajar el precio de US$ 125 a 100, mientras se preguntaba dónde guardaría la prenda de dos piezas. El precio era más alto de lo que suele pagar como arqueóloga que colecciona trajes y bolsos antiguos por diversión. Pero eran las fiestas, así que derrochó.
Rivers Cofield no tenía ni idea de que el vestido que compró en diciembre de 2013 desvelaría un misterio una década después. Dentro de un bolsillo secreto metido bajo el polisón había dos hojas de papel arrugadas con listas de palabras y lugares aparentemente aleatorios:
- “Bismark, omit, leafage, buck, bank”.
- “Calgary, Cuba, unguard, confute, duck, Fagan”.
Las notas al margen de los papeles parecían representar el tiempo. Una etiqueta cosida al vestido tenía un nombre escrito a mano: Bennett.
Rivers Cofield estaba desconcertada, dijo a CNN. Las palabras eran crípticas. ¿Qué significaban y por qué necesitaba Bennett un “escondite supersecreto”, en palabras de Rivers Cofield, para esconderlas? Solo los botones representaban a una desolada Ofelia de la obra de Shakespeare Hamlet, y valían más de lo que había pagado por el vestido, según ella.
En febrero de 2014, publicó un blog sobre el vestido, al que había apodado el Busto de Bronce de Bennett. “¿Pero qué…?”, escribió. “Lo pongo aquí por si hay algún prodigio de la decodificación por ahí buscando un proyecto”. Incluía fotos del vestido y de los papeles.
Los detectives en línea se ocuparon del caso, pero sin éxito.
Rivers Cofield, conservadora arqueológica que vive en Chesapeake Beach, Maryland, había comprado el vestido mientras visitaba a su madre en Searsport, Maine. No pensó mucho en ello después de su entrada en el blog.
Pero, sin que ella lo supiera, unos curiosos detectives aficionados se pusieron manos a la obra para resolver el misterio. Lo bautizaron como el “criptograma del vestido de seda” y lanzaron teorías de conspiración sobre las palabras. Algunos especularon con que Bennett era una espía que utilizaba palabras codificadas para comunicarse.
En 2017, un bloguero añadió la nota a su lista de los 50 mensajes cifrados sin resolver y lanzó más teorías. ¿Era una críptica nota de amor? ¿Medidas de ropa? ¿Códigos de la Guerra Civil?
Rivers Cofield descartó rápidamente cualquier interpretación vinculada a la Guerra Civil. Había estudiado los catálogos de la cadena de grandes almacenes Bloomingdale’s de la década de 1880 y no tenía ninguna duda de que el vestido era de esa época. Para entonces, la guerra había terminado hacía unos 20 años.
Otros especulaban con que era una forma de comunicación relacionada con el telégrafo, una nueva forma de enviar notas rápidas lanzada en Estados Unidos en el siglo XIX, que cobraba a los remitentes una tarifa basada en el número de palabras de un mensaje.
“En aquel momento había abandonado el blog”, explica Rivers Cofield.
“De vez en cuando veía que se publicaba un comentario o que algún otro descifrador de códigos me enviaba un correo electrónico y me decía: ‘Oye, esto me sigue interesando’, pero nunca nadie lo resolvía“.
¿Quién lo logro?
Wayne Chan, un investigador de la Universidad de Manitoba en Canadá, tropezó con el código en línea en el verano de 2018. Le dijo a CNN que miró 170 libros de códigos y ninguno de ellos coincidía con el mensaje.
“Trabajé en él durante unos meses, pero no llegué a ninguna parte. Lo puse a un lado y no volví a mirarlo”, dijo Chan.
Chan, que resuelve códigos como afición, empezó entonces a investigar sobre la época del telégrafo, incluidos los códigos meteorológicos utilizados en Norteamérica en aquella época. Y a principios del año pasado tuvo un gran avance.
Descubrió que los mensajes codificados eran, de hecho, un parte meteorológico. Y no estaban cifrados para mantenerlos en secreto, sino porque el código permitía a los meteorólogos acortar los informes meteorológicos detallados en unas pocas palabras, explicó Chan.
En la era del telégrafo, esa taquigrafía era más barata que enviar un gran lote de palabras y lecturas de temperatura. Cada palabra representaba variables meteorológicas como la temperatura, la velocidad del viento y la presión barométrica en un lugar y momento del día concretos.
Por ejemplo, la línea “Bismark Omit leafage buck bank” contiene detalles sorprendentemente específicos. “Bismark” significa que se registró en la estación de Bismarck, en lo que hoy es Dakota del Norte. “Omit” significa que la temperatura del aire era de 56 °F y la presión barométrica de 0,08 pulgadas de mercurio. “Leafage” se refería a un punto de rocío de 32 °F observado a las 10 p.m. “Buck” indicaba que no había precipitación, mientras que “bank” significaba una velocidad del viento de 12 mph (19 km/h) y un atardecer despejado.
Todas las estaciones meteorológicas debían enviar sus informes por telégrafo a una oficina central en Washington, dijo Chan.
Chan descubrió que los mensajes codificados utilizaban un código meteorológico telegráfico del siglo XIX empleado por el Cuerpo de Señales del Ejército, que era el servicio meteorológico nacional de EE.UU. a finales del siglo XIX.
Por ejemplo, una frase como “La tripulación está borracha” se abreviaba con una palabra clave como “ondulado”.
“Este código en particular no estaba pensado para guardar secretos en absoluto. Los códigos telegráficos se utilizaban por dos razones principales: secreto y economía”, explicó Chan a CNN. “El código meteorológico era para lo segundo. Como en un telegrama se cobraba por palabra, querían acortar o comprimir un parte meteorológico en el menor número de palabras posible para ahorrar costos”.
Chan dice que no está seguro de cómo se elegían las palabras. Había un libro de códigos meteorológicos que los meteorólogos consultaban para entender el significado de las palabras desconocidas. Y con el tiempo, aprendieron las palabras clave sin necesidad de consultar el libro, dijo.
“Las palabras estaban dispuestas de modo que determinados pares de consonantes y vocales representaban valores numéricos específicos”, explica Chan. “Realmente era un código muy complejo, aunque la intención no era el secreto”.
El día exacto
Chan escribió un artículo académico explicando el tema. También envió un correo electrónico a Rivers Cofield, que no sabía que los detectives en línea seguían trabajando para descifrar los códigos.
Rivers Cofield se declaró atónita por la revelación, pero no sorprendida. “Me gano la vida como arqueóloga, así que investigo mucho el pasado”, dijo.
“Hace tiempo que me hice a la idea de que no todos los artefactos ni todos los documentos van a revelar todos sus secretos“.
Como parte de la investigación de Chan, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) le proporcionó mapas meteorológicos antiguos que le ayudaron a determinar la fecha exacta de las observaciones meteorológicas de la nota codificada: 27 de mayo de 1888.
Rivers Cofield afirma que una de las mayores conclusiones del descubrimiento ha sido darse cuenta de que la gente no tenía forma inmediata de saber qué tiempo iba a hacer en la década de 1880.
“Nunca se me había ocurrido que el telegrama fuera lo que abriera esa puerta a la gente. Porque (ahora) todos estamos tan acostumbrados a nuestras aplicaciones meteorológicas”, dijo.
Aún no está claro quién era Bennett y por qué tenía los códigos meteorológicos escondidos en un bolsillo secreto. Pero por ahora, Chan y Rivers Cofield se alegran de haber desentrañado el misterio mayor del vestido.