Todo ocurrió pasadas las 22:21 del 24 de diciembre de 1954, cuando un tren de pasajeros se dirigía de Wellington a Auckland en Tangiwai.
Hay tragedias en donde diversos factores se unen para que ocurran, significando mucha pena y dolor para quienes las viven.
Esto fue lo que pasó cerca del poblado de Tangiwai, enlutando a toda Nueva Zelanda en la víspera de la Navidad de 1954.
Todo ocurrió pasadas las 22:21 del 24 de diciembre, cuando un tren de pasajeros se dirigía de Wellington a Auckland en Tangiwai.
El trayecto había sido normal hasta el momento del desastre, que ocurrió cuando el ferrocarril pasó por sobre un puente ferroviario que se derrumbó, cayendo al menos seis vagones al río: 150 personas murieron producto del accidente.
Una presa y una advertencia desesperada que no funcionó
Horas antes de la tragedia, una presa de piroplasto, del cráter del Monte Ruapehu, había colpasado, generando un flujo de lodo que rápidamente descendió por el Río Whangaehu.
El lahar, de lodo y piedra, dañó seriamente el puente ferroviario de Tanguwai, algo que los conductores de la locomotora desconocían.
La tragedia fue más dramática por el hecho de que un vecino del sector, al ver el estado del puente, rápidamente encendió una antorcha y trató de alertar al tren para que se detuviera.
El conductor del ferrocarril, Charles Parker al ver la señal hizo lo que debía hacer: apagó el vapor e inició la aplicación del freno de aire de emergencia. En paralelo, su bombero, Lance Redman, cerró la válvula de suministro de aceite para el fuego.
A pesar del esfuerzo de ambos, el ferrocarril no se detuvo –iba a unos 64 kilómetros por hora informaron medios de la época- por lo que al pasar por el puente cayó directamente al río.
La mayoría de los primeros vagones eran ocupados por pasajeros de segunda clase, de hecho ellos fueron la mayoría de los muertos y sólo 1 pertenecía a los vagones de clase alta.
20 cuerpos nunca fueron encontrados.
Hasta el día de hoy este hecho es considerado como la mayor tragedia ferroviaria de la historia de Nueva Zelanda.
El duque de Edimburgo asistió al funeral de Estado de muchas de las víctimas.