Esta revelación fue realizada por Melisa Raney, una escritora y editora independiente que vive en EE.UU. y que entregó su relato a CNN en Español.
Cuando llegas a los 30 años, crees que te conoces a ti mismo: lo que te gusta, lo que no te gusta, lo que te inspira y lo que te motiva.
Pero allí estaba yo, a los 36 años, dándome cuenta de que no me conocía en absoluto.
Tenía todo lo que creía que hacía que mi vida fuera perfecta. Estaba casada con mi mejor amigo y teníamos dos hijos hermosos, sanos y graciosos, con carreras exitosas y una hermosa casa.
Mi vida cambiaría para siempre después de una simple búsqueda en Google en noviembre de 2016. Acababa de ver a Kate McKinnon interpretando la canción “Hallelujah” en Saturday Night Live y descubrí que ella es lesbiana. Eso me sorprendió porque no encajaba con el horrible estereotipo que se muestra a menudo en los medios de comunicación.
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Rápidamente la declaré mi “nueva enamorada”. Pero fue más que eso.
En ese momento, me di cuenta de que quería una relación con una mujer como ella, pero me sentí muy mal por tener este pensamiento, como alguien que estaba fielmente casada.
Poco a poco me estaba quedando claro que no era heterosexual.
¿Cómo podría no saberlo? Tuve mi primer “novio” en el tercer grado. Ya había decidido que era hetero. ¿Cómo vuelves a eso después de estar con hombres por más de 20 años?
Me llevaría casi dos años descifrar dónde caí en el espectro de la sexualidad. Una parte de mí no estaba viviendo. Y al no dejar vivir esa parte, me estaba muriendo lentamente.
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Desentrañar una vida
Hay un precio por declararse gay tarde en la vida. En el transcurso de varios meses, pagué el precio diariamente. Era como si estuviera viendo una película sobre mí misma pero incapaz de controlar lo que se estaba desarrollando. Todo se vino abajo.
Hice mi mejor esfuerzo para contarle lentamente en mi esposo. Pero mantuve muchos de mis sentimientos adentro para evitar lastimarlo. Intentó ser un apoyo, pero también necesitaba respuestas.
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Se sentía inquieto y asustado por la incertidumbre de nuestro futuro. Me preguntó varias veces si yo era lesbiana. Era una pregunta que parecía imposible de responder porque sabía lo que significaría esa respuesta.
Seguí esperando el momento en el que me diera cuenta de que ya no era gay para poder detener todo. Mi familia se estaba partiendo en pedazos y no pude evitarlo. Siempre tuve que recordarme a mí misma: “Tienes una vida. Esta es tu vida y de nadie más”.
Me sentí sola. Me estaba desmoronando y buscando desesperadamente a alguien. Busqué en Google hasta los confines de la tierra en busca de historias como la mía. Eran pocas y distantes entre sí, y ninguna parecía explicar lo difícil que podía ser el viaje que me esperaba.
A principios de 2018, mi esposo y yo nos separamos en un esfuerzo por darme perspectiva. Perdí tiempo con mis hijos cuando comenzamos un programa de custodia compartida. El agujero de mi estómago me consumía; la vergüenza de terminar mi matrimonio porque era gay era como cargar una bolsa de arena sobre mis hombros y tener una piedra en el estómago al mismo tiempo. No podía comer, mi peso bajaba día a día. Por primera vez desde que conocí a mi esposo, pasamos un día entero sin hablar.
No estaba segura de cómo decirle a mis padres conservadores, nacidos y criados en Georgia que su hija, la ex reina del desfile, estaba terminando su matrimonio porque es gay. Soy muy cercana a mis padres: una llamada telefónica con mi madre es casi una ocurrencia diaria.
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Confié en mi hermana primero. No fui lo suficientemente valiente como para decir las palabras (la etiqueta de ser gay o lesbiana era demasiado para mi alma en ese momento), así que le envié un mensaje de texto: “No soy heterosexual”.
Respondió perfectamente, preguntando si podía comprar una bandera del orgullo gay y se ofreció a decírselo a mis padres.
Más tarde, ese mismo día, recibí dos de los mensajes de mis padres que he recibido con más alivio.
No me di cuenta hasta entonces de lo importante que era ser aceptada por mis padres. Soy una mujer adulta, totalmente independiente de mi mamá y mi papá, pero igual necesitaba su amor y aceptación.
Viviendo mi verdad
Decirle a mi familia no fue el final de mi viaje. Finalmente estaba descubriendo quién era yo. Me avergonzaba esa respuesta.
Eso comenzó a disminuir cuando conocí a otras mujeres en varias etapas del proceso de salida, todas en el mismo camino. Escuchando la experiencia de otras sentía como si escuchara la mía: casadas con hombres maravillosos, madres de niños increíbles, la vida perfecta que prácticamente toda mujer lucha.
A través de este grupo, dirigido por un terapeuta, rápidamente determinamos que estamos juntas en esto. Estábamos en un camino que se siente imposible de navegar hasta que un día, puedes vivir tu verdad y estar perfectamente bien formando una nueva vida.
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Eso es lo que estoy tratando de hacer ahora: dar forma a una nueva vida que incluye a mi ahora exesposo y mis hijos. Nuestra estructura familiar se ve un poco diferente de lo que solía ser. Pasamos la mayoría de los días festivos juntos, asistimos a conferencias de padres y maestros, incluso tenemos planes de llevar a los niños a Disney World.
Ya no tenemos el hogar suburbano perfecto, pero ambos estamos navegando por nuevas relaciones y hemos encontrado personas que entienden la importancia de que ambos estemos presentes para nuestros hijos.
En el día de Año Nuevo de este año, lo conté en las redes sociales. Esperaba ver mi lista de amigos descender, pero en lugar de eso recibí amor y apoyo. Muchas personas eligen mantener sus vidas privadas en privado, lo que entiendo y respeto absolutamente.
Pero lo que muchos no se dan cuenta es que compartir sus momentos difíciles puede hacer que los momentos difíciles de otras personas sean un poco más fáciles.
No creo que hubiera podido aceptar quien soy tan rápido como lo hice sin los cambios en la sociedad estadounidense en los últimos años. Cuando crecía en la década de 1980, solo se hablaba de la sexualidad de alguien en voz baja, como si la persona tuviera una enfermedad que no quería que otros supieran.
El candidato demócrata a la presidencia, Pete Buttigieg, quien, como yo, tiene unos 30 años y, como yo, dio a conocer su homosexualidad públicamente hace unos años, lo expresó así: “Es difícil enfrentar la verdad de que hubo momentos en mi vida cuando, si me hubieses mostrado exactamente lo que estaba dentro de mí que me hace gay, lo habría cortado con un cuchillo. Si me hubieras ofrecido una píldora para que me enderezara, me la habría tragado antes de que me dieras un sorbo de agua”.
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Hay tanta verdad en su declaración. Había una gran parte de mí que no quería ser gay. Creo que sería difícil encontrar a una persona gay de más de 30 años que no se haya sentido así.
Por otro lado, está mejorando para las generaciones más jóvenes. Cuando les dije a mis hijos el año pasado que si mamá se vuelve a casar, será con una mujer, no les molestó en lo más mínimo.
A lo largo de todo esto, me hubiera encantado saber que lo contaría y que todo iba a estar bien. Y quiero que las personas que lean mi historia sepan que está bien ser la persona que debes ser, sin importar cuál sea tu edad cuando finalmente te conozcas a ti mismo y ames quién eres en el proceso.
Nota del editor: Melisa Raney es una escritora y editora independiente que vive en Atlanta con sus dos hijos. Las opiniones expresadas en esta columna son suyas.