En un término que aparece recurrentemente en debates en redes sociales y ha sido utilizado para identificar a aquellas feministas que no están de acuerdo con incluir a las mujeres transgénero en la misma lucha: simplemente no las consideran mujeres. Dicen, además, que el concepto es ofensivo.
Basta googlear estas cuatro letras para poder observar la serie de espacios virtuales en que se nombra a estas mujeres. La mayoría de los comentarios no son positivos, ya que identifican a estos grupos directamente como personas transfóbicas. Lo cierto es que los acalorados debates en redes sociales han dejado en evidencia que la lucha feminista tiene una larga historia y que no sólo existe una forma de identificarse con el movimiento.
La primera vez que se acuñó el término TERF fue en el blog de la activista británica Viv Smythe en 2008. La también periodista que se identifica como heterosexual y cisgénero –su identidad coincide con su género biológico- lo utilizó en reiteradas ocasiones como abreviación de Trans-Exclusionary Radical Feminist.
Así quiso distinguir a las feministas que reconocen a las mujeres trans como aliadas dentro del movimiento, de las que no. Lo que no sabía Smythe era que, al poco tiempo, esta identificación incluso sería catalogada como un insulto.
Adria Campos, integrante de Fresas Chile, agrupación de mujeres identificadas bajo el feminismo radical, asegura que “se nos ha malinterpretado. Las feministas radicales, en su esencia, somos abolicionistas de todo herramienta que se use para oprimir a la mujer, y una de esas es el género”.
“Lo que decimos es que ser mujer no es un ser vestido, no es maquillarse. Esas son preferencias de las personas que abiertamente pueden elegir, pero tomar esas preferencias no las hacen ser mujeres o ser hombres. Tu sexo biológico no lo puedes cambiar. Es como si naciste con el pelo café, vas a tener el pelo café toda tu vida, aunque te lo tiñas”, agrega.
Con respecto a los dichos, la presidenta de la Fundación Iguales, Alessia Injoque, indicó que estos grupos “tienen mucho en común con la ultra derecha porque construyen caricaturas con las personas trans. O sea, una de sus grandes luchas es que tu biología, tus genitales, no determinen quién eres en la sociedad, y lo que dicen es que no pueden determinar quién eres a menos que seas una persona trans”. Agrega también que “pensar, además, que las mujeres trans tendríamos un privilegio masculino es una retórica bien extraña que no se condice con la realidad.”
“Son un peligro para las feministas, para las personas en general y para la sociedad”, dice por su parte la académica y experta en género de la Universidad de Chile, Panchiba F. Barrientos.
La docente es mucho más crítica con las expresiones de este movimiento y asegura que se trata de un “discurso de odio que pone en riesgo la vida de personas específicas, y las empuja a situaciones de violencia, o las vuelve a poner en situaciones de violencia, en relación a las estructuras normativas del patriarcado capitalista, racista y colonial en el que vivimos”.
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El feminismo radical
Si bien el término TERF comenzó a ser usado hace poco más de una década, la historia del feminismo radical es mucho más antigua. Nació en Estados Unidos, entre 1970 y 1980, debido al desencanto que muchas mujeres tenían con el feminismo que habitaba partidos políticos y movimientos sociales integrados por hombres.
La historiadora feminista Hillary Hinner dice que comenzó con una fuerte crítica al machismo, “incluso, en los partidos de ultra izquierda. Planteaban hacer comunidades de mujeres y cómo crear nuevos mundos cambiar esta cultura patriarcal. En los años ’60 y ’70 era una corriente poderosa. Eran mujeres muy activas por el aborto legal, por ejemplo”.
La separación, sin embargo, llegó algunos años después, una vez que las mujeres trans se mostraron interesadas en participar de esos encuentros. La también académica sostiene que “no podemos pasar por alto el aporte de este feminismo, pero hablar específicamente de este grupo que se identifica como trans-excluyentes es, en realidad, un nicho dentro de este mundo. En los ’80, ciertas mujeres van a decir ‘no, las mujeres trans no son mujeres porque nacieron hombres’, lo que es un argumento muy biologicista”.
Adria Campos agrega que “nuestro feminismo no es radical de extremo, es radical de la raíz; y para nosotras el feminismo es para las mujeres. El activismo trans es otro movimiento. Creemos en la separación de las luchas, y es irónico que siempre que se hable de feminismo se incluyan todas las otras luchas. Se nos concibe como algo maternal, que tenemos que acoger a todos y no tenemos tiempo para pensar en nuestra propia lucha”.
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Acusaciones de violencia
En Fresas Chile aseguran que su mensaje no es violento, pero hablan directamente de ‘disforia de género’ para referirse a las personas trans, un diagnóstico psiquiátrico que incluso dejó de ser utilizado por la Organización Mundial de la Salud. “El término TERF es súper complejo, nos han llamado asesinas y nazis, y nosotras nunca hemos asesinado a nadie, nunca hemos acosado a nadie en la calle”, sostiene Campos.
La discusión en Chile sería más reciente. Hinner dice que una serie de grupos de disidencia sexual relacionales al feminismo se formaron en los últimos 10-15 años. “Es en el espacio universitario y de jóvenes profesionales donde más se han visto estos conflictos. Hoy tenemos figuras como la Emilia Schneider -presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile- o Coni Valdés -la primera asesora trans del parlamento- que son mujeres trans muy visibles, con militancia política, activas en las redes sociales. Y eso nos ayuda a explicar un poco estas extensiones”.
Los actos trans-excluyentes, según Panchiba F. Barrientos, “aunque no nos toquen directamente como experiencias de vida cotidiana a muchas feministas, rompe nuestras posibilidad de pensar comunidades amplias y más complejas. No podemos poner a las personas en lugares en las que no se posicionan. Eso es un gesto tremendamente injusto, tremendamente violento”.
Alessia Injoque, por último, sostiene que “no tiene mucho sentido tratar de excluir a las personas trans de una lucha que compartimos. Pretender que las mujeres trans tenemos menos problemas que las mujeres cisgénero en la sociedad no es real. Nosotras tenemos enormes dificultades para encontrar empleo, acceder a prestaciones de salud o relacionarnos con nuestra familia, porque muchas veces nos echan. También para poder llevar adelante una educación. Nuestra esperanza de vida es muy, muy inferior. Era de 35 años y creo que ha ido mejorando, pero siguen siendo bajísimas”.